Del oficio como arte
Hablo de se?uelos y de s¨ªmbolos, pero tambi¨¦n de la posibilidad de acercarse al pret¨¦rito sin pavor para intentar arar en el pasado una posible explicaci¨®n del presente
¡°?C¨®mo se llama la rubia?¡±, pregunta Sherlock Holmes al asombrado cliente, mientras el Dr. Watson se queda at¨®nito. Ambos creen que es cosa de encantamiento o brujer¨ªa jamaicana lo que logra el genial violinista de Baker Street: con solo mirar un hilo de cabello rubio sobre el hombro del incauto y los restos de l¨¢piz labial en el pa?uelo apretujado en la mano, Holmes a¨²n sin encender su pipa ya sabe que el cliente viene de ver a su amante de cabellera blonda. Quienes honran de veras al oficio de historiar saben todo lo que aprendieron y contagiaron en las p¨¢ginas que cuajara Sir Arthur Conan Doyle para darle voz al Dr. Watson y dejar para siempre el testimonio de las andanzas del maestro de la deducci¨®n l¨®gica.
Hablo de la minuciosa manera con la que se deben leer los papeles en los archivos y los laberintos impalpables que se forman entre los estantes para ir hilando la ruta de una investigaci¨®n, no por el sendero de los ficheros solamente, sino tambi¨¦n por la sagrada intuici¨®n del sabueso que va tras los hechos; hablo de la serenidad con la que hay que escuchar el ruido en derredor y las palabras ajenas, para luego interpretar uno mismo la telegraf¨ªa dactilar de las huellas casi imperceptibles en ciertas s¨ªlabas y en min¨²sculos momentos; hablo de se?uelos y de s¨ªmbolos, de ideas y de conceptos, pero tambi¨¦n de la posibilidad de acercarse al pret¨¦rito sin pavor para intentar arar en el pasado una posible explicaci¨®n del presente. Hablo de libros y de su interminable lectura, de las horas calladas a la espera de una conclusi¨®n y de una mota de polvo en la punta de un zapato con hoyitos en el empeine; hablo de trajes de tres piezas y un reloj de leontina, del candelabro que llamaban ara?a en el sal¨®n aterciopelado de un viejo hotel donde no solo se llev¨® a cabo un crimen, sino una conversaci¨®n confesional.
En realidad, quiero hablar de mi Maestro Luis Gonz¨¢lez y Gonz¨¢lez y que se nota que lo extra?o de m¨¢s cuando me da por verlo en todas partes. Se me aparece en sue?os y en las p¨¢ginas donde lo releo, pero sobre todo en las ansias por contar con su lupa para ver las huellas digitales de las noticias hoy mismo, el hilo de sangre de algunos cr¨ªmenes que quedan impunes, la propensi¨®n a la mentira, el abuso y la maldad de tanto funcionario disfuncional y el enjambre de envidias con las que intentar atusarse el bigote o el cairel los mediocres que se creen villanos.
Sobre todo, se me aparece Don Luis en las pantallas cuando me da por ver una pel¨ªcula diaria de Sherlock Holmes, interpretado por Basil Rathbone. No creo que sea irreverente afirmar que el actor que interpreta al Dr. Watson, Nigel Bruce es id¨¦ntico a mi Maestro, antes de que le parcharan el ojo izquierdo por un maldito c¨¢ncer. Abuelo pirata le dec¨ªa mi hijo cuando D. Luis era ya m¨¢s que segundo padre, cuevanense y magn¨¢nimo para mi familia, pero en la pantalla de las pel¨ªculas y en las p¨¢ginas amarillentas de las viejas historias de Conan Doyle, mi Maestro anda sin parche, con la cabellera ya canosa larga por encima y corta sobre las orejas, con los pantalones de pinzas y valenciana o dobladillo de andante profesional. Era socr¨¢tico y sereno, simp¨¢tico y serio. Era un sabio capaz de encontrar en la huella de un zapato en el lodo la presencia de un extra?o en el corral de la orde?a o bien la mano negra de una conspiraci¨®n en torno a un magnicidio de la historia de bronce.
¡°?Qu¨¦ novedades nuevas?¡± era el saludo semanal para decidir si lo que tra¨ªa uno en la cabeza era digno de sobremesa ¡ªprevia comida extendida¡ª o tan solo un apunte de aperitivo. Peripat¨¦tico y generoso, Don Luis me regal¨® no pocos paseos desde la puerta de su biblioteca en San Jos¨¦ de Gracia, Michoac¨¢n hasta la punta de un cerro llamado de Larios (que Juan Rulfo rebautiz¨® como Luvina en un cuento genial) y de ida dejaba que el disc¨ªpulo fuera desgranando cu¨¢nta idea o pendejada le enmara?aba el ensayo, la tesis o la lectura en cuesti¨®n y de retro, ya caminando de vuelta, Don Luis respond¨ªa puntual y pausadamente sin que el disc¨ªpulo pudiera tomar apuntes entre la huizachera y las piedras y el silencio ¡ y supongo que as¨ª fue tambi¨¦n el Serm¨®n de la Monta?a del hijo de un carpintero. Intent¨¦ aprender de ¨¦l como si de veras se tratara de un evangelista del oficio de historiar, maestro de la novela ver¨ªdica y del amor al pret¨¦rito y sus huellas. Se me aparece en sombras y palabras intactas porque no me cabe la menor duda de que ser¨ªa un luminoso faro para alumbrar ahora toda oscuridad y porque con ¨¦l as¨ª como con mi padre me qued¨® pendiente ese otro abrazo.
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