Mi contagio de covid: descuido, cierta ¨¦tica y el pinche bicho
Que mi caso sirva para que alguien m¨¢s se cuide m¨¢s y mejor, para que no olvide que la salud es un asunto colectivo, que el bienestar de uno es, ante todo, el bienestar de los dem¨¢s
Empez¨® como una tos cualquiera: en el pecho, luego, en la garganta y, finalmente, en la boca.
Durante el ¨²ltimo a?o y medio, como la mayor¨ªa de las personas ¡ªen la medida de las posibilidades, la realidad pr¨¢ctica y la econom¨ªa de cada cual¡ª, extrem¨¦ mis precauciones sanitarias y abandon¨¦ o puse en pausa un mont¨®n de costumbres, h¨¢bitos y conductas.
Una de las costumbres que no abandon¨¦, aunque empec¨¦ a salir m¨¢s temprano para no cruzarme con otras gentes, fue salir a correr acompa?ado de mis perros, algo que llevo a cabo tanto por la salud mental de la manada como por la m¨ªa ¡ªcinco perros encerrados pueden convertirse en lobos, listos para destrozar lo que se les ponga delante: un sill¨®n, una mesa, un librero con sus libros¡ª.
La tos se fue, como hab¨ªa llegado antes, de pronto, tras molestarme no m¨¢s de un par de horas. Entonces pens¨¦ que hab¨ªa sido algo al¨¦rgico, aunque en el pecho, como recuerdo, me hab¨ªa quedado un ardor raro.
Durante una de esas carreras sin meta, el lunes 28 de junio, cerca de las 7.00 o 7.30 de la ma?ana, un pastor belga escap¨® de sus due?os y atac¨® a uno de mis perros, un cachorro de 10 meses, mordi¨¦ndole el cuello y arranc¨¢ndole un trozo de oreja ¡ªla cosa no termin¨® peor, porque otro de mis perros, Hule, un animal de casi 60 kilos, reaccion¨® al instante, defendiendo a Alambre y poniendo al pastor belga en huida despavorida¡ª.
Escuchar los chillidos de un animal asusta, pero asusta m¨¢s, claro, la sangre. Por eso, porque Alambre sangraba copiosamente, volv¨ª a casa realmente asustado. Y esto, que estuviera asustado, es importante aclararlo porque dicho estado me llev¨® a cometer el primero de los descuidos que encadenar¨ªa en las horas posteriores: en vez de ponerme un cubrebocas m¨¦dico, el miedo, la preocupaci¨®n, en realidad, me llev¨® a colocarme lo que encontr¨¦ antes a mano: uno de esos cubrebocas de tela que, sabemos, aunque son m¨¢s c¨®modos, sirven para poco.
El ardor de pecho, un ardor que no parec¨ªa tener nada que ver con mis inhalaciones ni mis exhalaciones, tal y como hab¨ªa sucedido antes con la tos, se retir¨® igual que hab¨ªa llegado: de repente, tras haber reptado bajo mi estern¨®n un d¨ªa y tras sembrar un curioso dolor en la base, en la musculatura de mi lengua.
Del segundo de mis descuidos fui consciente mucho despu¨¦s, cuando el bicho ya hab¨ªa invadido mi sistema: al llegar a la cl¨ªnica veterinaria, mientras dejaba a Alambre sobre una plancha de metal, el m¨¦dico me dijo: ¡°vas a tener que ayudarme, porque estoy solo¡ los muchachos andan enfermos¡±. Estoy seguro de que, en cualquier otra situaci¨®n, es decir, cualquiera en la que no pensara al 100% en el cuello de mi perro, aquella frase habr¨ªa encendido alguna alarma. Es as¨ª, sin embargo, como funciona el descuido: uno se desplaza ¡ªpor preocupaci¨®n, pero tambi¨¦n por hartazgo o por necesidad de evasi¨®n¡ª del centro del cuidado de s¨ª.
Y cuando uno se ha desplazado de ese centro ¡ªel del cuidado de s¨ª en t¨¦rminos greco-latinos, es decir, como pr¨¢ctica de libertad que impone, para poder cuidar de los dem¨¢s, el cuidado de uno mismo¡ª se desata la tormenta perfecta de descuidos: durante hora y media permanec¨ª en un cuarto de tres por tres, sin mayor ventilaci¨®n, acompa?ando al veterinario que salv¨® a Alambre, pero que hab¨ªa contra¨ªdo el bicho, algo que no sabr¨ªa hasta despu¨¦s de haberme empezado a sentir mal y haberme hecho la prueba. Media hora antes de recibir mis resultados, cuando me preguntaba c¨®mo era posible si me cuidaba y estaba vacunado, recib¨ª el mensaje del veterinario: ¡°toda la cl¨ªnica sali¨® con covid, te lo cuento para que tomes tus medidas¡±.
El dolor en la base, en la ra¨ªz, para decirlo de otro modo, de mi lengua ¡ªah¨ª hab¨ªa anidado el malestar aquel, en el origen de su musculatura¡ª, no se fue como se hab¨ªan ido antes la tos y el ardor de pecho. Y fue ese dolor, que me lastimaba al tragar, pero tambi¨¦n al hablar, el s¨ªntoma que me llevar¨ªa a pensar, por primera vez, que igual y aquello era el bicho.
Dichas medidas, por desgracia, deb¨ªan haber sido tomadas antes ¡ªlo hab¨ªan sido, de hecho, como ya dije: cambi¨¦ costumbres, h¨¢bitos y conductas, cuidaba a consciencia de m¨ª y de los dem¨¢s y estaba vacunado¡ª. Ante un virus, sin embargo ¡ªm¨¢s ante uno nuevo, como dice Miguel Pita en Un d¨ªa en la vida de un virus (del ADN a la pandemia)¡ª, casi nada es suficiente: las vacunas ¡ªsin las cuales mi enfermedad, como la de tantos otros, habr¨ªa sido peor¡ª, no garantizan inmunidad absoluta, pero mitigan ¡ªesto es lo esencial¡ª la enfermedad grave ¡ªbasta ver c¨®mo crece de nuevo la ola de contagio, pero no la de muerte¡ª; casi nada es suficiente e, insisto, basta el menor descuido para que el muro que uno ha erigido se agriete por el rinc¨®n menos pensado y sus ladrillos se desvanezcan ¡ªcomo si en verdad hubieran sido s¨®lidos¡ª en el aire.
Pero dec¨ªa que el mensaje del veterinario lleg¨® cuando los s¨ªntomas del bicho hab¨ªan aparecido ¡ªcuento aqu¨ª esos s¨ªntomas y esos malestares, con la esperanza de que mi experiencia sirva como otra advertencia a quien lea estas palabras, sobre todo ahora que vemos escalar de nuevo las pendientes¡ª; no pretendo aleccionar, acaso invertir el sentido del temor: que el miedo que me llev¨® a descuidarme sirva para que alguien m¨¢s se cuide m¨¢s y mejor, para que no abandone el cuidado de s¨ª ni olvide que la salud es un asunto colectivo, que el bienestar de uno es, ante todo, el bienestar de los dem¨¢s: los que a¨²n no est¨¢n vacunados, los que no pueden extremar precauciones ni cambiar costumbres, los que son, siempre, m¨¢s vulnerables a la enfermedad.
Todo empez¨® con una tos cualquiera, casi la de una alergia, una tos que tras de s¨ª dej¨® un extra?o ardor de pecho, ardor de pecho que sembr¨® un dolor agudo en la base de mi lengua. Entonces, pasados un par de d¨ªas, la tos y el ardor de pecho volvieron, al tiempo que el dolor de lengua se expand¨ªa hasta alcanzar mis extremidades. Adolorido, me fui a dormir, tras recibir, adem¨¢s, el resultado positivo de mis ex¨¢menes y el mensaje del veterinario. Al d¨ªa siguiente, cuando despert¨¦, los dolores de la noche anterior se hab¨ªan vuelto insoportables y se hab¨ªan adue?ado del resto de mi cuerpo, de cada pedazo de mi ser, sin exagerar una palabra.
Hace a?os padezco una enfermedad autoinmune que me genera, entre otros problemas, dolores intensos ¡ªesta es otra de las razones por las que corro todas las ma?anas¡ª, pues bien, nunca, ninguno de esos dolores, ni en mis peores crisis, me llevaron a experimentar lo que padec¨ª durante los d¨ªas que siguieron, en los que, literalmente, el bicho me llev¨® a pesar ¡ªera esto lo que sent¨ªa exactamente¡ª que mis m¨²sculos estaban siendo separados de mis huesos, al tiempo que me estallaba la cabeza, ten¨ªa certeza de cada una de mis v¨ªsceras y me escoc¨ªa cada cent¨ªmetro de piel.
Lo que ser¨ªa sin vacuna, pens¨¦ una y otra vez durante los seis o siete d¨ªas posteriores ¡ªac¨¢ quiero aprovechar, por cierto, para explicar que he decidido no decir cu¨¢l vacuna me toc¨®, para no generar malentendidos: no existe la vacuna perfecta, pero tampoco la que no ayude, la que no permita transitar mejor la enfermedad y con mayores posibilidades de recuperaci¨®n¡ª, durante los cuales, por supuesto, los dolores no ser¨ªan el ¨²nico s¨ªntoma que me postrar¨ªa.
Tras aquellos, aparecieron, uno tras otro, los s¨ªntomas sobre los que tanto hemos escuchado: la fiebre, un cansancio lapidario ¡ªcomo si no hubiera dormido en a?os¡ª, el embotamiento de cabeza y el ardor de garganta, pero tambi¨¦n estos otros, sobre los que se ha escuchado menos: un malestar en los ri?ones que me hac¨ªa orinar lumbre, un picor insoportable en los ojos y una espantosa congesti¨®n desprovista de fluidos.
Dichos s¨ªntomas nuevos, aunque se deben tambi¨¦n a la inflamaci¨®n sist¨¦mica, resultan de las mutaciones ¡ª¡±establecida la din¨¢mica de convivencia con una especie, el virus tiene m¨¢s encontronazos con sus defensas y se vuelven habituales las mutaciones (¡) porque las part¨ªculas v¨ªricas novedosas escapan con m¨¢s facilidad que los viriones originales a dichos enfrentamientos¡±, escribe Miguel Pita¡ª.
Al final, porque pude cuidarme como deb¨ªa y porque hab¨ªa sido vacunado, me alcanzaron los d¨ªas en que los dolores dejan de ser constantes, al igual que el resto de los s¨ªntomas. Son los d¨ªas en los que uno se cree curado, pero no: el bicho se divierte con nuestra desesperaci¨®n, tal y como hizo antes de infectarnos.
Son los d¨ªas en los que uno cree, pues, que ya no hay infecci¨®n, aunque la infecci¨®n sigue ah¨ª: nos lo recuerda la vuelta intempestiva del malestar, un malestar que, de repente, es igual que al comienzo. Es as¨ª como el virus busca enga?arnos, para asegurar su propia supervivencia, es decir, para infectar otro organismo. Y es as¨ª como volvemos a quedar a expensas del descuido.
Y es que debemos tener claro que no es f¨¢cil saber en qu¨¦ momento nos hemos curado, que no debemos, pues, ceder de nuevo ante el hartazgo. Porque lo ¨²nico que un enfermo puede hacer es asegurarse de no contagiar a nadie m¨¢s, guardar distancia el mayor tiempo posible de los otros. Hacer girar la ¨¦tica, como dec¨ªa Michel Foucault retomando la tradici¨®n greco-latina, en torno del cuidado de s¨ª y de los dem¨¢s. Ante las mutaciones del virus, debemos oponer esta otra mutaci¨®n: la de nuestra ¨¦tica.
Suscr¨ªbase aqu¨ª a la newsletter de EL PA?S M¨¦xico y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este pa¨ªs
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.