Marginados habituales
La crisis del coronavirus est¨¢ siendo pr¨®diga en muestras de deshumanizaci¨®n: de la cosificaci¨®n de los presos en El Salvador, a la discriminaci¨®n redoblada de minor¨ªas y colectivos ya se?alados. La pandemia como coartada
Como ganado. Carne fresca estabulada en celdas, seres alienados de por vida, solo n¨²meros, como reses marcadas con tatuajes: la ofrenda necesaria para un sacrificio. Las im¨¢genes de los pandilleros hacinados en las prisiones de El Salvador que esta semana ha difundido el Gobierno ¨Cpl¨¢sticamente tan arteras que podr¨ªan pasar por uno de esos montajes del artista Spencer Tunick- ser¨¢n una foto fija de la crisis del coronavirus, pues reflejan el impudor de algunos dirigentes mundiales, amparado en la coartada o el pretexto ¨Ccuando no la agravante- de la pandemia.
Cuesta imaginar que esta tragedia nos vaya a hacer mejores. El presidente Bukele queda retratado por institucionalizar la barbarie al dar la orden, basada en el estado de excepci¨®n, de disparar a matar a los miembros de las maras, cuya atroz violencia, cierto, socava los cimientos del Estado, pero cuya raz¨®n de ser est¨¢ tan embebida en las din¨¢micas de poder del pa¨ªs y la regi¨®n como el caudal de sangre que hacen correr desde hace d¨¦cadas.
No es solo el salvadore?o. La n¨®mina de pol¨ªticos y dirigentes que esgrimen el coronavirus como a?agaza para discriminar hasta la cosificaci¨®n a los marginados habituales -minor¨ªas, clases abismadas, parias de toda ¨ªndole- est¨¢ bien nutrida. ¡°Es hora de desarmar a la chusma¡±, reclamaba hace d¨ªas la ultra francesa Marine Le Pen en referencia a los j¨®venes de las ¡®banlieues¡¯, cuya marginaci¨®n sistem¨¢tica ¨Cpor estructural- el confinamiento solo ha contribuido a exacerbar. Como si las revueltas de esos j¨®venes que algunos calificar¨ªan de racializados ¨Cun palabro que solo subraya su condici¨®n de sujetos pasivos- no hubieran existido antes de la crisis, ni fueran a dejar de reproducirse tras ella, porque las ¡®banlieues¡¯ son una excrecencia del sistema.
Hay muchos m¨¢s ejemplos de impudicia en circunstancias excepcionales como estas, en las que es m¨¢s f¨¢cil y hasta m¨¢s perentorio hallar chivos expiatorios de las fallas del sistema. Un caso preclaro es el empecinado rechazo a acoger a los nuevos y malhadados ¡®boat people¡¯, esos rohiny¨¢s a la deriva por los mares de Malasia y el sur de Tailandia, y a los que ambos Gobiernos parecen dispuestos a sacrificar, impidiendo su desembarco para, dicen, evitar contagios. O la congregaci¨®n musulmana identificada ¨Cy demonizada- como presunto foco del virus en la India: los sospechosos habituales. Tambi¨¦n las minor¨ªas religiosas de Sri Lanka, a quienes se humilla a¨²n m¨¢s al imponerles la cremaci¨®n, pr¨¢ctica que conculca sus preceptos (y pese a que la OMS no ha desaconsejado las inhumaciones para los muertos por coronavirus).
La pandemia ya se basta por s¨ª sola para discriminar entre clases y colectivos (los afroamericanos y los latinos como principales v¨ªctimas en EEUU, al igual que los habitantes de los barrios obreros de Madrid), como para exorcizarla sumando m¨¢s guetos a la mir¨ªada de ellos existente, mientras los derechos humanos se escurren por el sumidero de la historia.
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