En peligro de extinci¨®n
Tras el riesgo de autodestrucci¨®n de la especie por el belicismo nuclear, ahora llega una amenaza biol¨®gica fruto de la imprudencia
El virus ataca cuando tiene la oportunidad. Puede mantenerse inerte durante a?os, siglos quiz¨¢s, sin moverse de su reservorio, la especie animal que le da cobijo. La ruptura del equilibrio, normalmente gracias a la aparici¨®n de una especie nueva en un entorno hasta entonces estable, es la que provoca el desbordamiento. El virus se expande, y lo hace a mayor velocidad si la presa a la que atacar es f¨¢cil y abundante. Su objetivo es establecer un nuevo equilibrio en la relaci¨®n parasitaria con la especie reci¨¦n llegada.
Nos lo cuentan los epidemi¨®logos, tan silenciosos y abundantes hasta ahora como los bichos invisibles objeto de su estudio. De pronto han despertado, virus y vir¨®logos, y tenemos la oportunidad de enterarnos de lo que nos est¨¢ pasando: somos una especie abundante y expansiva, cuya capacidad para desbordar imprudentemente los h¨¢bitats donde proliferamos puede ponernos en peligro.
Este contacto maldito que nos est¨¢ diezmando no es una novedad. Ha sucedido en multitud de ocasiones en la historia, pero siempre quedaba acotado o encontr¨¢bamos el remedio para impedir que siguiera. Nunca hasta ahora hab¨ªa adoptado una dimensi¨®n global, hasta alcanzar cualquier punto del planeta, como r¨¦plica biol¨®gica de la amenaza de destrucci¨®n nuclear durante la Guerra Fr¨ªa por el intercambio de misiles entre superpotencias. Esta vez se nos puede comer un bichito, y se nos puede comer enteros si nada hacemos para impedirlo o, algo peor, si le echamos una mano con nuestras frivolidades.
Este salto en la expansi¨®n de una pandemia se ha producido por el incremento de la conectividad global, de forma que los ejemplares m¨¢s activos y pr¨®speros de nuestra especie se desplazaban en grandes cantidades hasta los lugares donde los virus estaban listos para desbordarse y los dispersaban luego por las grandes megal¨®polis donde se acumula la carne de ca?¨®n para el contagio. Para darle facilidades, las regiones ricas del planeta manten¨ªan a los ejemplares m¨¢s vulnerables de la especie, los de mayor edad, estabulados en enormes cantidades en instalaciones pr¨¢cticamente sin capacidad de defensa.
Cabe culpar a China. Cabe culpar al Gobierno que tengamos a mano: de la falta de prevenci¨®n, de las muertes y de la miseria que nos espera. O a la oposici¨®n por aliarse con los virus. Tambi¨¦n cabe el dif¨ªcil e improbable ejercicio de observarnos como especie animal capaz de ponerse ella misma en peligro de extinci¨®n. Y sacar luego las consecuencias.
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