La distinci¨®n
El Gobierno, que ha aceptado que la gesti¨®n sanitaria y econ¨®mica es simult¨¢nea, debe abordar la pol¨ªtica
En 1979, Pierre Bourdieu public¨® La distinci¨®n, uno de los estudios sociol¨®gicos m¨¢s importantes del siglo XX. A partir de una encuesta sobre los gustos art¨ªsticos, musicales y gastron¨®micos de los franceses y su relaci¨®n con las clases sociales, Bourdieu puso en pie el concepto de ¡°capital cultural¡± y recuper¨® para el siglo XXI la reflexi¨®n sobre la hegemon¨ªa. En este punto se produjo el gran hallazgo. Bourdieu encontr¨® la pulsi¨®n capaz de explicar la inexorable transformaci¨®n del gusto a lo largo de los ¨²ltimos cinco siglos. La fuerza gravitatoria del universo ideol¨®gico del capitalismo: la distinci¨®n. La distinci¨®n entendida como condici¨®n de posibilidad para que las ¨¦lites que definen la hegemon¨ªa cultural en cada grupo social puedan proteger su buen gusto de la constante imitaci¨®n de los vulgares aspirantes que, insuflados hoy de histeria consumista, creen poder convertirse en referenciales por los atajos de la comida japonesa, la m¨²sica de Bach o la pintura de Paul Klee. La soluci¨®n es sencilla: tan pronto las ¨¦lites detentadoras de las posiciones hegem¨®nicas para cada grupo detectan que sus gustos est¨¢n siendo imitados por los grupos aspiracionales, entonces, los cambian. Yo soy en la medida en que me distingo de ti. Sin parar. Cada vez m¨¢s deprisa. Interminable. Agotador.
La potencia de la distinci¨®n como pulsi¨®n esencial de la cultura del capitalismo ha transformado sus bases ideol¨®gicas en infraestructura material y los gustos en la base principal de las identidades sociales. Pero no solo. Ha atravesado las fronteras de lo econ¨®mico/identitario y hoy en Espa?a, al igual que en muchos otros pa¨ªses, la l¨®gica de la distinci¨®n es la ¨²nica capaz de explicar la din¨¢mica pol¨ªtica de las ¨¦lites partidistas.
Ninguna de las posiciones ideol¨®gicas desplegadas por los partidos puede explicarse sin el juego de la diferenciaci¨®n. Nada es esencial: todo es relativo (o correlativo). Si el Gobierno de S¨¢nchez no paraliza la totalidad de los sectores productivos, Torra pide un endurecimiento del confinamiento; pero si se produce, como ocurri¨® en abril, entonces Torra exige el desconfinamiento telem¨¢tico; Urkullu, la apertura del comercio; Feij¨®o, el respaldo a la atenci¨®n primaria que ¨¦l mismo desmantel¨®, y Abascal, la dimisi¨®n de todos. Si S¨¢nchez pide la pr¨®rroga del estado de alarma, entonces el PP se abstiene tras amenazar con sumar sus votos a los de ERC, exigiendo la descentralizaci¨®n del mando ¨²nico. Pase lo que pase con la movilidad, pase lo que pase con la expansi¨®n de la pandemia. Todo va de lo mismo: diferenciarse para salvaguardar la referencialidad en el grupo identitario sobre el que cada cual despliega su influencia. Ninguna posici¨®n es sustantiva, todas son (co)relativas. Eso s¨ª: es imprescindible no reconocerlo porque aceptar que cada cual se comporta de manera relativa se parece mucho a reconocer que todo podr¨ªa ser mentira.
Nada de esto es nuevo. Hace casi una d¨¦cada, las grandes mayor¨ªas sociales de nuestro pa¨ªs tomaron las calles para impugnar, entre otras cosas, la l¨®gica de la distinci¨®n como motor de nuestro sistema pol¨ªtico. El 15-M denunci¨® la falsedad de la confrontaci¨®n izquierda/derecha, subrayando c¨®mo detr¨¢s de esa pantalla habitaban cantidades variables de los mismos ingredientes: cinismo, tacticismo y corrupci¨®n. Sin embargo, aunque the spanish revolution cambi¨® muchas cosas importantes, no logr¨® deponer la l¨®gica de la distinci¨®n como criterio organizativo.
Confrontado a una crisis sanitaria que est¨¢ desgarrando nuestro pa¨ªs, el sistema de partidos sigue fiel a s¨ª mismo. Mientras los datos del ¨²ltimo bar¨®metro del CIS muestran c¨®mo el 91% de nuestra sociedad considera que los partidos deber¨ªan llegar a grandes acuerdos, las ¨¦lites pol¨ªticas perseveran: distinguirse todos los d¨ªas, una y otra vez, para que cada cual conserve intacta su hegemon¨ªa en su respectivo espacio. Lleguen la peste o las plagas, estallen volcanes o terremotos, las soluciones siempre son las mismas: que gobierne el PP o que Catalu?a sea independiente o que se descentralice la gesti¨®n o que dimita el presidente. Interminable, agotador y, por supuesto, ajeno a cualquier criterio que compute lo que pueda ser mejor para proteger a las grandes mayor¨ªas o los grupos m¨¢s fr¨¢giles.
El Gobierno ya ha entendido que no habr¨¢ una gesti¨®n de crisis sanitaria primero y una gesti¨®n de la crisis econ¨®mica despu¨¦s. Ser¨¢ simult¨¢nea. Ahora debe aceptar que tambi¨¦n lo es la gesti¨®n de la crisis pol¨ªtica. La oposici¨®n, por su parte, parece no haberse dado cuenta de que tendr¨¢ que responder de lo que est¨¢ haciendo porque ahora todo el mundo escucha y ve. Tambi¨¦n a ellos. Buen momento para considerar si lo mejor, incluso en t¨¦rminos t¨¢cticos, es perseverar en la distinci¨®n. Porque quiz¨¢, y digo solo quiz¨¢, perseverar puede acabar generando, como algunos ya preconizan, una nueva gran impugnaci¨®n no necesariamente consensualista, la ¨²ltima crisis que falta por emerger en medio de este desastre sanitario, econ¨®mico y pol¨ªtico.
Carolina Bescansa es profesora de Sociolog¨ªa y Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad Complutense y cofundadora de Podemos.
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