El hundimiento del ¡°USS Guaid¨®¡±
De una intervenci¨®n militar estadounidense no se volvi¨® a hablar seriamente en Venezuela hasta el a?o pasado, cuando Juan Guaid¨® comenz¨® su memorable andadura
De todas las naciones de la cuenca del Caribe, Venezuela es la ¨²nica que nunca ha sido objeto de una invasi¨®n estadounidense en toda la regla. Esa ¡°virginidad¡± nos singulariza.
Fue solamente luego del bloqueo naval impuesto a mi pa¨ªs por varias potencias europeas por el impago de la deuda externa, y en plan de garantizar la observancia del laudo que puso fin a la cobranza compulsiva que hac¨ªan los buques ingleses, alemanes e italianos, cuando una peque?a escuadra de la US Navy fonde¨® brevemente en nuestros puertos.
Aunque corto, el tiempo alcanz¨® para que un equipo de marines jugasen un amistoso partido de b¨¦isbol contra una novena de obreros portuarios de La Guaira. Teddy Roosevelt era el presidente de los EE UU y el equipo yanqui, rough riders del diamante, no pod¨ªa dejar de hacer una de las suyas: la prensa de aquel entonces recoge el esc¨¢ndalo que supuso para la fanaticada el que los gringos modificasen a su antojo el orden de la alineaci¨®n de bateo vali¨¦ndose de que el uniforme caqui y el corte al rape de todos los catires (g¨¹eros, dir¨ªan en M¨¦xico) los hac¨ªa a simple vista intercambiables. Alguien se dio cuenta del ardid, agit¨® la cueva y, como dir¨ªa Lalo Orva?anos, ¡°se vaciaron las bancas¡±.
La cosa no pas¨® a mayores gracias a la mediaci¨®n del Nuncio Apost¨®lico, presente en las gradas por invitaci¨®n de do?a Zoila de Castro, Primera Dama de la Rep¨²blica y madrina del equipo de estibadores.
Los disturbios callejeros que acompa?aron la visita a Caracas del vicepresidente Nixon, al final de su malhadada gira suramericana en 1958, pusieron en alerta una flotilla gringa que zarp¨® de Puerto Rico luego de que agitadores de la Juventud Comunista zarandearan el Cadillac en que Tricky Dick y su se?ora esposa se dirig¨ªan al Pante¨®n Nacional a poner una ofrenda floral ante la tumba de Bol¨ªvar.
Aquella visita a Caracas no pod¨ªa ser m¨¢s inoportuna. La dictadura del general P¨¦rez Jim¨¦nez, que hab¨ªa sido apoyada por Washington, acababa de ser derrocada y, en la Sierra Maestra, Fidel Castro derrotaba ya a Fulgencio Batista. Se viv¨ªa en Caracas lo que la parla marxista-leninista llamaba ¡°un auge de masas¡±, desde luego antiimperialista.
El Cadillac de Nixon debi¨® detenerse ante un atasco de la caravana ¡ªera una v¨ªa estrecha, en el centro¡ª y se vio inmediatamente rodeado por una multitud vociferante.
El cabecilla de los agitadores ¡ªhombre de singulares talentos a quien mucho quisimos sus camaradas de hace medio siglo¡ª cobr¨® de s¨²bito consciencia de que cualquier exaltado en guayabera pod¨ªa asesinar de una pedrada al mism¨ªsimo vicepresidente de los EE UU y ah¨ª s¨ª que se acababa la revoluci¨®n. Se encarg¨® en persona de dirigir el tr¨¢nsito y facilitarle una v¨ªa de escape al Cadillac de la embajada gringa. Los destroyers de la Marina dieron la vuelta en alta mar.
De la posibilidad de una intervenci¨®n militar estadounidense no volvi¨® a hablarse seriamente en Venezuela hasta comienzos del a?o pasado, cuando Juan Guaid¨® comenz¨® su memorable andadura.
Se recordar¨¢ ¡ª?se recordar¨¢?¡ª que la estrategia de lo que llamar¨¦ ¡°coalici¨®n Guaid¨®¡± estribaba en generar en la poblaci¨®n una creciente marea de protesta c¨ªvica y ofrecer al alto mando militar una especiosa ley de amnist¨ªa a cambio de retirar su apoyo a Nicol¨¢s Maduro, a todas luces un usurpador.
La coalici¨®n logr¨® hacer valer en Washington y otros muchos pa¨ªses del extranjero la legitimidad de una presidencia transitoria conferida constitucionalmente a Guaid¨® por el ¨²nico cuerpo elegido: la Asamblea Nacional.
Se invocaron luego dos nociones hasta entonces disyuntas: la necesidad de ayuda humanitaria y el Tratado Interamericano de Asistencia Rec¨ªproca, esta ¨²ltima una antigualla que se remonta a los tiempos de George Marshall y los albores de la Guerra Fr¨ªa. Washington hizo lo suyo al designar como seconds a John Bolton y al insumergible Elliott Abrams. Pompeo fue encargado de vocear que ¡°todas las opciones estaban sobre la mesa¡±.
La ayuda humanitaria con escolta militar ha sido en este mundo el ropaje pretendidamente apol¨ªtico de m¨¢s de una cat¨¢strofe y esta vez tambi¨¦n lo fue: el fiasco del concierto de rock en C¨²cuta dej¨® ver que no habr¨ªa pronunciamiento militar alguno.
Sin embargo, la deserci¨®n de tan solo dos tenebrosos altos oficiales de inteligencia, incursos ambos en violaci¨®n de derechos humanos y narcotr¨¢fico, fue presentada como un triunfo, como se?al temprana de un inexorable colapso general del apoyo militar a Maduro.
En el proceso fuimos testigos de un momento par¨®dico: el llamado al alzamiento general que Leopoldo L¨®pez, reci¨¦n liberado, protagoniz¨® en las proximidades de una base a¨¦rea por completo indiferente. Lo acompa?aba Juan Guaid¨®.
El lenguaje corporal, incapaz de mentir, dej¨® ver la ma?ana del 30 de abril qui¨¦n mandaba. Un Guaid¨® inc¨®modo en su propia piel, de traje y corbata para ir a la guerra, incapaz de robar protagonismo, presidente interino puesto en su sitio por el jefe. Ninguno de los generales presuntamente comprometidos con el pronunciamiento se dej¨® ver. Tampoco el magistrado del Tribunal Supremo que validar¨ªa el golpe de Estado. Seguramente Donald Trump debi¨® preguntarle a Abrams qui¨¦nes son estos tipos.
La coalici¨®n comenz¨® a resquebrajarse sonoramente y la bajamar del mayoritario entusiasmo opositor fue apenas contenida, meses m¨¢s tarde, por una gira mundial y un espaldarazo de la Casa Blanca para una nueva campa?a. Con todo, para mantenerse en la presidencia, Guaid¨® a¨²n tuvo que sortear la compra por parte del r¨¦gimen de una facci¨®n de la Asamblea.
La desgana popular, el desplome de los precios del crudo y la pandemia concurrieron entonces mientras Guaid¨® planteaba en el vac¨ªo de sus v¨ªdeos caseros la necesidad de un gobierno de emergencia nacional y ofrec¨ªa al gremio de la salud el alivio de 100 d¨®lares. A mismo tiempo, se abati¨® sobre la coalici¨®n un alud de muy atendibles acusaciones de malversaci¨®n del oro de USA.
Con el pa¨ªs en cuarentena, en grave emergencia alimentaria, sin combustible, y a merced de las protervas FAES, del paramilitarismo o de las bandas hamponiles que disputan territorios rurales y urbanos, no contando ya con una acci¨®n militar dom¨¦stica y desesperando de ver soldados gringos crear una cabeza de playa, el ala dura de la coalici¨®n ¡ªla pandilla salvaje prevaleciente pese al fiasco del 30 de abril¡ª decidi¨® comprarla hecha en Walmart y ese es el final de la tercera o cuarta o quinta temporada.
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