?Negativo, negativo!
Hay ahora partidarios de una libertad en la que el deseo individual y de clase se sit¨²a por encima de todo
Quisiera la cronista ser invisible para arrimarse a conversaciones ajenas, para colarse en casas y acercarse a lugares donde no va a ser bien recibida y poder observar. La cronista es una cotilla con excusa profesional, una cotilla enmascarada. Cuando salgo por las tardes a dar mi paseo voy esquivando patinetes y corredores, o m¨¢s bien son ellos los que me utilizan a m¨ª como si fuera un obst¨¢culo que hiciera m¨¢s amena su carrera. El otro d¨ªa, un patinador la gozaba dando vueltas a mi persona por la calle Alcal¨¢ y le grit¨¦, ¡°?Eres idiota, t¨ªo, o qu¨¦ te pasa? ?No soy un bolardo!¡±. Pero como dijo Jesucristo, ¡°tienen o¨ªdos y no oyen¡±. Y con la mascarilla, ay, no hay manera de proyectar la voz. Como ciudadana, la mascarilla me asfixia, me dan ganas de llevar un ventol¨ªn; en cambio, como cronista, le veo a la mascarilla una gran utilidad: te hace so?ar con la invisibilidad deseada. Embozada tras la m¨¢scara reglamentaria te sientes a salvo hasta en la calle N¨²?ez de Balboa.
El caso es que s¨ª, fui de paseo a la calle N¨²?ez de Balboa. Hab¨ªa le¨ªdo que los vecinos del n¨²cleo duro del barrio de Salamanca gritaban ?Libertad! y quer¨ªa verlo con estos ojos que se han de comer la tierra. No hay por qu¨¦ creerse todo lo que se lee en la prensa, y como esto ten¨ªa un toque tan de cambalache quise visitar la zona cero de la opresi¨®n. Ya desde la calle Goya se sent¨ªa el ambientillo.
La mascarilla oculta un poco la identidad, pero no desapareces como el protagonista de El hombre invisible, de tal forma que no sab¨ªa muy bien d¨®nde colocarme para que no me cuantificara la polic¨ªa como manifestante. En realidad, aquello hubiera parecido una verbena de no ser por algunos vecinos que realmente cabreados rend¨ªan un homenaje al Cojo Manteca golpeando con un cazo las farolas. Me acord¨¦ de la que se lio cuando la escritora Cristina Morales dijo, a ra¨ªz de los disturbios en Barcelona, aquello de que era una alegr¨ªa ver a esa gente que ha perdido el centro de su ciudad manifest¨¢ndose y cerradas las tiendas y las cafeter¨ªas. La vida da ins¨®litas vueltas y en este caso los que se manifiestan son los propietarios para que les abran las tiendas y las cafeter¨ªas de las que consideran sus calles.
Me sub¨ª a un macetero para observar y de paso mantener la distancia de seguridad. En un v¨ªdeo sobre la manifa del d¨ªa anterior un vecino se quejaba de que S¨¢nchez no le hab¨ªa dado mascarilla y tambi¨¦n de que hab¨ªa tenido que pagarse de su bolsillo un test en la cl¨ªnica del Rosario. Y ?qu¨¦ le dio?, pregunt¨® el reportero. ¡°?Negativo, negativo!¡±, dijo el hombre con orgullo, sin advertir que precisamente ese ¡°negativo¡± del que presum¨ªa le hac¨ªa todav¨ªa m¨¢s vulnerable. Pero es comprensible que si est¨¢s tan concentrado en odiar a Fernando Sim¨®n acabes por no enterarte del mensaje.
Lo que yo deseaba, de coraz¨®n y sin acritud, era saber de primera mano a qu¨¦ llaman libertad aquellos que han sido, de cuna y tradici¨®n, tan partidarios de cercenarla. La realidad de los tiempos ha puesto a prueba los conceptos y vamos a ver en un futuro pr¨®ximo cu¨¢l es el que prevalece. Hay ahora partidarios de una libertad en la que el deseo individual y de clase se sit¨²a por encima de todo, y est¨¢ esa otra libertad de los que han entendido que el deseo debe estar limitado en virtud del bienestar colectivo y que para que ese bienestar no sea solo patrimonio de unos pocos se deber¨ªan aceptar restricciones en nuestro sistema de vida. Al ser preguntado el millonario Warren Buffett si cre¨ªa a¨²n en la lucha de clases, contest¨®: ¡°Claro que creo, la hemos ganado nosotros¡±. Optimista infatigable, volv¨ª a casa pensando que mucha otra gente ha entendido la necesidad del cambio. Antes de que la realidad nos lo imponga a lo bestia.
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