?No es un hombre, es un sistema!
Una pandemia se ceba contra la poblaci¨®n ind¨ªgena desde Iquitos a Manaos, mientras el partido de Uribe aprovecha la confusi¨®n para legalizar el extractivismo salvaje en la Amazon¨ªa colombiana
Hace unas semanas, gracias al encargo de un pr¨®logo para la edici¨®n norteamericana de Vintage Classics, volv¨ª a leer La vor¨¢gine (1924), la gran novela de Jos¨¦ Eustasio Rivera sobre la explotaci¨®n del caucho en la cuenca del Amazonas a comienzos de siglo XX. Resulta al menos curioso que esta novela haya sobrevivido y se siga publicando sin interrupci¨®n, pese a haber sido despreciada durante d¨¦cadas por la cr¨ªtica y la mala fe de algunos c¨¦lebres lectores. Carlos Fuentes y Vargas Llosa se ensa?aron contra ella y la mostraron como ejemplo de unas formas narrativas caducas, ligadas a un supuesto provincialismo que el Boom supo utilizar como hombre de paja en su operaci¨®n mercantil global. Todav¨ªa hoy uno debe soportar con paciencia que algunos colegas despotriquen del libro o del tema de la ¡°selva¡± y ¡°la naturaleza¡± utilizando los esl¨®ganess que la propaganda del Boom convirtiera en sentido com¨²n literario. La estrechez cr¨ªtica se ha contagiado hasta Wikipedia, que describe la novela de Rivera como obra ¡°costumbrista¡±.
En los ¨²ltimos a?os, sin embargo, han surgido nuevas lecturas de La vor¨¢gine, mucho m¨¢s fieles a su monstruosidad y grandeza, como sucede en Capital Fictions (University of Minessota Press, 2012), el brillante libro donde Ericka Beckmann observa la literatura latinoamericana desde el punto de vista de la historia econ¨®mica del continente y su relaci¨®n con el acceso a los mercados internacionales a trav¨¦s de la explotaci¨®n de distintas mercanc¨ªas (caf¨¦, az¨²car, oro, caucho, petr¨®leo, coca). La literatura latinoamericana como alegor¨ªa y misterio de la extracci¨®n de recursos. Hay que reconocer, asimismo, a Sylvia Molloy como una de las pioneras en hallar novedosas claves de lectura que transformar¨ªan la conversaci¨®n sobre el libro. Es Molloy quien percibe antes que nadie la sofisticada superposici¨®n de narradores, las m¨¢scaras del autor, la letra enferma, el contagio de voces, la enfermedad civilizatoria.
Pero m¨¢s all¨¢ de estos asuntos de legitimaci¨®n literaria, lo que m¨¢s me ha llamado la atenci¨®n en esta relectura de La vor¨¢gine es su capacidad de mostrar, no ya el pasado extractivo, sino su terca pervivencia en el presente. La novela, record¨¦moslo, narra la aventura de Arturo y Alicia, una pareja de enamorados que huyen de las convenciones sociales bogotanas y buscan refugio en las planicies del Casanare y, luego, por una serie de azares y desventuras, en la selva. Para cuando los personajes descubren que se han internado en un aut¨¦ntico territorio de pesadilla, donde los barones del caucho han montado un aterrador sistema de explotaci¨®n y vigilancia, ya es demasiado tarde: la selva ha comenzado a digerirlos, con sus fiebres y sus alucinaciones. Los desesperados personajes quieren que el gobierno colombiano sea informado sobre el horror de las caucher¨ªas, los castigos atroces, el asesinato de miles de ind¨ªgenas, los harenes de ni?as robadas a sus familias para disfrute de los capataces, pero los funcionarios y la prensa no se cansan de alabar a los empresarios por su labor civilizatoria en territorio de ¡°can¨ªbales¡±.
Rivera escribi¨® su novela despu¨¦s de un viaje a la regi¨®n amaz¨®nica como miembro de una comisi¨®n de delimitaci¨®n de fronteras. All¨ª pudo recopilar cientos de testimonios de quienes, hasta hac¨ªa poco, hab¨ªan vivido bajo el yugo de aquellos barones del caucho, el m¨¢s famoso de los cu¨¢les fue Julio C¨¦sar Arana, amo y se?or de un emporio de capital ingl¨¦s y peruano que amas¨® una fortuna descomunal gracias a sus m¨¦todos basados en la mano de obra esclava y su b¨¢rbaro r¨¦gimen de castigos. La otra piedra angular de los negocios de Arana fue una telara?a de impunidad, tejida con coimas, amenazas y asesinatos. Y quiz¨¢ todo aquello habr¨ªa seguido en la sombra de no haber sido por la intervenci¨®n del diplom¨¢tico Roger Casement, quien pocos a?os antes hab¨ªa denunciado al r¨¦gimen brutal del rey Leopoldo II por sus andanzas en el Congo. Casement, enviado a la Amazon¨ªa para investigar los rumores y denuncias que estaban salpicando a los aristocr¨¢ticos inversores ingleses de la empresa, reuni¨® pruebas suficientes para la celebraci¨®n de una audiencia ante la C¨¢mara de los Comunes que tuvo lugar en Londres en 1913 y que, de no haber estallado la Primera Guerra Mundial, seguramente habr¨ªa hallado culpable al se?or Arana.
Despu¨¦s de aquel juicio truncado, Arana liquid¨® su empresa y se pas¨® el resto de su vida ocupando cargos pol¨ªticos de cierto relieve, usando todo su poder para lavar su imagen ya deteriorada. Arana, uno de los principales autores de un genocidio ind¨ªgena para el que no existen cifras exactas ni grandes conmemoraciones, muri¨® en la total impunidad en 1952.
Reflexionando sobre la actualidad colombiana de estas personificaciones del poder, no he podido evitar hacerme algunas preguntas durante mi relectura: ?no existe acaso una extra?a similitud entre la historia de Julio C¨¦sar Arana y la de ?lvaro Uribe V¨¦lez, el expresidente de Colombia? ?No han sido ambos celebrados como paladines de la civilizaci¨®n en su lucha contra la barbarie, a pesar de las denuncias que los asocian con cr¨ªmenes atroces? ?No estuvieron sus administraciones envueltas en esc¨¢ndalos que involucraron masacres, ejecuciones extrajudiciales, desplazamiento de poblaciones y apropiaci¨®n ilegal de territorios enteros? ?Y por qu¨¦ los testigos que podr¨ªan condenarlos acaban muriendo en extra?as circunstancias? ?Y no tienen ambos medios de comunicaci¨®n encargados de velar por su imagen? ?Y por qu¨¦ la justicia parece m¨¢s lenta y torpe cuando se trata de juzgar sus asuntos? ?Y por qu¨¦ los periodistas que valientemente denuncian los nexos de ambos con empresas criminales acaban sufriendo persecuci¨®n, exilio o incluso son asesinados? En suma, ?es ?lvaro Uribe una versi¨®n actualizada del patr¨®n de la Casa Arana? ?No es cierto tambi¨¦n que Uribe est¨¢ utilizando todo su poder, como lo hizo Arana, para imponer una narrativa donde ¨¦l aparece como salvador de la patria y no como sangriento victimario? Quiz¨¢ es pronto para saberlo. De momento son solo preguntas.
Curiosamente, en La vor¨¢gine, Arana, Funes y los otros barones del caucho son casi presencias fantasmales, emblemas de un poder que de tan supremo se ha desmaterializado. A m¨ª me parece un acierto novel¨ªstico y pol¨ªtico de primer orden. Al fin y al cabo, estas figuras del poder no son sencillamente individuos malvados, villanos sin m¨¢s. Son, por el contrario, agentes de primera necesidad para el capitalismo global, pues son capaces de transitar como espectros por varios mundos, del sal¨®n de la alta sociedad a la propiedad rural donde rige la ley de la selva, de la bolsa de valores al operativo militar en el coraz¨®n de las tinieblas. En un pasaje de la novela, al describir c¨®mo opera uno de estos agentes del capital, un personaje declara: ¡°Y no pienses que al decir Funes he nombrado a persona ¨²nica. Funes es un sistema, un estado del alma, es la sed de oro, es la envidia s¨®rdida. Muchos son Funes, aunque lleve uno solo el nombre fat¨ªdico.¡±
Entretanto, los incendios contin¨²an arrasando los bosques de la regi¨®n, una pandemia se ceba contra la poblaci¨®n ind¨ªgena desde Iquitos a Manaos, mientras el partido de Uribe aprovecha la confusi¨®n para legalizar el extractivismo salvaje en la Amazon¨ªa colombiana. Como si sigui¨¦ramos atrapados en la pesadilla que Rivera cont¨® magistralmente en 1924.
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