El racismo sist¨¦mico en EEUU
El pa¨ªs que en 2008 eligi¨® a un afroamericano como presidente necesita una revoluci¨®n mental

El rostro de la brutal y lenta muerte de George Floyd, perpetrada en Mine¨¢polis por un polic¨ªa, pone en evidencia, una vez m¨¢s, la profunda enfermedad cultural consustancial al modelo de vida en com¨²n norteamericano.
La sublevaci¨®n antirracista que se extiende ahora en grandes ciudades del pa¨ªs, las c¨ªnicas reacciones de Donald Trump que, al tiempo que decreta un estado de sitio militar, tacha a los ciudadanos horrorizados por el crimen de estar manipulados por ¡°la extrema izquierda¡±, acaban de demostrar que el pa¨ªs que eligi¨® en 2008 a un afroamericano como presidente sigue siendo estructuralmente racista. Todo el inmenso trabajo de modernizaci¨®n igualitaria de la cultura americana desde los a?os sesenta del siglo pasado, el acceso a una ciudadan¨ªa basada en el respeto a la dignidad de los negros americanos, la movilidad social conquistada por partes de las capas medias negras, la visibilidad de una diversidad de tonos de colores en la pol¨ªtica y en el business, o en el mundo del entretenimiento, no han debilitado los cimientos mentales que rigen Estados Unidos desde su nacimiento. El comportamiento racial de aquel polic¨ªa solo indica la punta del iceberg, el mal ha escarbado hasta lo m¨¢s hondo.
En las pantallas y en las calles, podemos observar a negros est¨¦ticamente camuflados como blancos; los hombres se rasuran el cabello y las mujeres lo muestran liso ¡ªentre ellas, la ex primera dama del pa¨ªs, Michelle Obama¡ª, lo que evoca los procesos de enajenaci¨®n tan brillantemente desgranados por Frantz Fanon en su incomparable obra publicada en los a?os cincuenta ¡ªPiel negra, m¨¢scaras blancas¡ª. Aquella Angela Davis de los sesenta, militante de los derechos c¨ªvicos, orgullosa de su est¨¦tica rizada de ¡°corte afro¡±, ha desaparecido del imaginario de las capas medias negras americanas.
El enorme esfuerzo invertido por los negros para refundir su identidad, m¨¢s all¨¢ de las diferencias, con el modelo blanco imperante, s¨®lo ha conseguido transformar la m¨¢xima ¡°respeto a las diferencias¡± en la vac¨ªa ret¨®rica del politically correct. La denominaci¨®n oficial de ¡°afroamericanos¡± no ha conseguido arrebatar de la mirada blanca cotidiana la despectiva imagen de nigers. Una simple remodelaci¨®n de la sem¨¢ntica como aceptaci¨®n de la diferencia no ha eliminado, tal y como se pod¨ªa prever, la persistente c¨¢rcel mental para ciudadanos encerrados en sus ¡°comunidades de pertenencia¡±, ya sean ¨¦tnicas ¡ªlos negros¡ª o culturales ¡ªlos hispanos¡ª.
Mientras que el Estado aboga por la igualdad de derechos, la sociedad profunda sigue sobreponiendo una suerte de exclusi¨®n cada vez m¨¢s resiliente y sutil. En este juego de fuerzas, el racismo no es en general del Estado de derecho, sino que va a menudo vinculado a la sociedad civil; una cultura de segregaci¨®n que se experimenta tambi¨¦n en nuestras democracias europeas¡
El modelo de v¨ªnculo identitario norteamericano, basado en la supremac¨ªa del ¡°origen¡± como marcador de las mentalidades, se ha extendido a casi todas las sociedades occidentales; es un modelo que defiende el derecho a la diferencia ¡ªen el mejor de los casos¡ª, pero que, a menudo, desemboca en la diferencia de derechos, de estatus, y en la dominaci¨®n cultural concreta de unos ¡ªo de un ¨²nico patr¨®n¡ª sobre otros. M¨¢s a¨²n, impide la construcci¨®n de un v¨ªnculo cultural-identitario com¨²n. La exclusi¨®n y el estigma conformados por la mirada que diferencia y, de hecho, separa en funci¨®n del ¡°origen¡± embarca a todas las categor¨ªas negras pese a que pertenezcan a estatus sociales-econ¨®micos diferentes. Es un racismo estructural y global en el modelo antropol¨®gico cultural estadounidense porque transfigura, en la realidad y en el imaginario, la diversidad aparente en diferencias sustanciales. Esto, por supuesto, tiene que ver con la formaci¨®n hist¨®rica del pa¨ªs, que se construy¨® sobre la dominaci¨®n genocida de las poblaciones amerindias por parte de los blancos europeos conquistadores, y, despu¨¦s, con la trata de esclavos importados de ?frica.
La memoria de estas oposiciones ¨¦tnicas y culturales fundadoras se ha sedimentado en todas las vertientes del sistema social global norteamericano, en las instituciones, as¨ª como en el modo de vida diario.
El asesinato de George Floyd, como de otras tantas v¨ªctimas negras que le precedieron, es, en este sentido, desgraciadamente banal, no constituye algo nuevo dentro de una sociedad todav¨ªa encarcelada en sus prejuicios y, en cierta forma, en la inhumanidad inherente a su modelo constitutivo originario. Es una sociedad, a los ojos de los blancos ¡ªno de todos, felizmente¡ª, hecha para y por los blancos.
Cambiar esta mirada necesita una revoluci¨®n mental. Una ardua tarea que cabe confiar a la persistencia de los ciudadanos ilustrados de todos los ¡°or¨ªgenes¡±.
Sami Na?r es catedr¨¢tico de Ciencias Pol¨ªticas.
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