Unos s¨¢ndwiches para el camino
El racismo se sostiene en un tejido de actitudes que permean los comportamientos cotidianos y que encharcan la convivencia

Ha habido muchos momentos esplendorosos en la historia del jazz, pero pongamos los a?os cincuenta para hablar de una ¨¦poca donde se concentr¨® una cantidad inmensa de talento y donde se consolidaron algunos nombres que protagonizaron infinidad de piezas que siguen produciendo una enorme dicha a los aficionados al g¨¦nero. En aquella m¨²sica, que hunde sus ra¨ªces en la que llevaron los esclavos que llegaron de ?frica al continente americano, est¨¢n contenidos ese antiguo e inmenso dolor y la furia que viene de una historia llena de padecimientos: explotaci¨®n, vejaciones, violencia, marginaci¨®n. Pero est¨¢ tambi¨¦n, y a pesar de tantas tribulaciones, su alegr¨ªa de vivir. El jazz ha conseguido reunir a int¨¦rpretes de las m¨¢s diversas procedencias para que hagan eso, m¨²sica, y consigan esa fascinante comuni¨®n que se da cuando se escucha en estado de gracia a gente como Miles Davis, John Coltrane, Art Blakey, Horace Silver, Charles Mingus, Thelonious Monk o Sonny Rollins, por citar solo a algunos. Hilvanan sonidos que derriban cualquier frontera y que muestran que, por diferente que haya sido la suerte que cada cual haya tenido en la vida, todos estamos hechos de la misma pasta.
Eso es cierto, pero el color de la piel sigue importando. No hace falta m¨¢s que ver lo ocurrido en Minneapolis con George Floyd, una muestra elocuente de la violencia gratuita que se permite la polic¨ªa en Estados Unidos contra personas de determinadas minor¨ªas. La brutalidad de los agentes del orden ha desatado una oleada de protestas contra el racismo y ha vuelto a mostrar hasta qu¨¦ punto, con el presidente Donald Trump como maestro de orquesta, es un factor que sigue polarizando a la sociedad de aquel pa¨ªs y que ayuda a ganar votos. La vieja herida sigue abierta y hay quienes procuran sacarle partido.
La violencia de la rodilla de un polic¨ªa sobre el cuello de un detenido es algo demasiado expl¨ªcito como para no producir indignaci¨®n, pero no hay que olvidar que el racismo se sostiene en un tejido de actitudes que permean los comportamientos cotidianos y que encharcan la convivencia. Una an¨¦cdota irrelevante quiz¨¢ ilustre bien un estado de cosas que, por lo que se ve, no termina de cambiar desde aquellos remotos a?os cincuenta. A finales de agosto de 1953, Miles Davis recibi¨® en St. Louis la visita de Charles Mingus y Max Roach, que viajaban en coche a Los ?ngeles a hacer unos bolos. Decidi¨® acompa?arlos. En Oklahoma pararon para comer alguna cosa. ¡°Encargamos a Mingus que fuera a buscar comida, porque ten¨ªa la piel muy clara y la gente pod¨ªa tomarle simplemente por un forastero¡±, cuenta Miles Davis en su autobiograf¨ªa. ¡°Sab¨ªamos que no podr¨ªamos comer all¨ª, as¨ª que le dijimos que se limitara a comprar unos s¨¢ndwiches y los trajera¡±.
Mingus regres¨® furioso porque, efectivamente, no los dejaban comer all¨ª. Procuraron calmarlo; no quer¨ªan terminar en la c¨¢rcel. Al final lo consiguieron porque, dice Miles, sab¨ªa que ¡°en aquella parte del pa¨ªs, bastaba con que vieran a un negro para que le pegasen un tiro¡±. Y a?ade: ¡°Y sin consecuencias, pues ser¨ªa en nombre de la ley¡±. As¨ª que siguieron hacia California, cargando con una humillaci¨®n m¨¢s que sumar a las muchas que sufr¨ªan por el color de su piel. Esa terrible trama sigue viva. Y las cosas seguir¨¢n as¨ª mientras, en nombre de la ley, no se castigue ejemplarmente a todos los que abusan de su poder.
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