Veo lo que t¨² no ves
En Espa?a, las disputas pol¨ªticas han dejado de ser conflictos ideol¨®gicos e incluso conflictos de inter¨¦s, el choque entre las partes se organiza a partir de diferentes visiones de la realidad
Cuando desde el futuro se pregunten por las causas de la decadencia de la cultura occidental es posible que elijan algo que est¨¢ ocurriendo ante nuestros ojos. En lo que se fijar¨¢n es en el momento en el que dejamos de creer en la raz¨®n y la verdad, cuando decidimos renunciar a la b¨²squeda conjunta de los principales atributos de la realidad, a guiarnos por la objetividad de los hechos y las m¨¢ximas de los dictados racionales, cuando, en suma, la argumentaci¨®n perdi¨® su importancia. Coincide, pues, con la extensi¨®n de la pol¨ªtica postverdad y el correlativo abandono del cl¨¢sico razonamiento pol¨ªtico.
Si se fijan, y en nuestro pa¨ªs tenemos ahora miles de ejemplos, las disputas pol¨ªticas han dejado de ser conflictos ideol¨®gicos e incluso conflictos de inter¨¦s, el choque entre las partes se organiza a partir de diferentes visiones de la realidad. El objetivo no es otro que definir el mundo de forma que se ajuste a la conveniencia pol¨ªtica de cada cual, interpretarlo desde los intereses de parte. No s¨¦ ustedes, pero la mayor¨ªa de las discusiones pol¨ªticas que tengo con mis amigos o conocidos inciden casi siempre sobre la naturaleza de los hechos, no sobre ¡°ideas¡± pol¨ªticas. Que si Ayuso ¡ªy no el Gobierno¡ª es o no responsable de la alta mortalidad por la covid en Madrid, que si de las declaraciones off the record de Irene Montero se puede deducir que el Gobierno sab¨ªa del peligro de la manifestaci¨®n del 8-M, y as¨ª ad infinitum.
Detr¨¢s de cada una de esas interpretaciones hay, desde luego, un ¡°sesgo de confirmaci¨®n¡±, la tendencia a abrazar aquellas posiciones que se ajustan a nuestro posicionamiento partidista previo, y a rechazar las que puedan contradecirlo. Pero para que esto pueda funcionar es preciso que se irrite lo suficiente la realidad para que podamos adscribirnos a una u otra de sus representaciones; es necesario introducir buenas dosis de agnotolog¨ªa, la deliberada producci¨®n de agnosis o desconocimiento: poner todo en cuesti¨®n, los hechos, las fuentes de informaci¨®n, la misma posibilidad de intentar acceder a una interpretaci¨®n compartida por todos. De eso ya se encargan los relatos, los enmarques, los medios de comunicaci¨®n de parte, los chats, incluso las noticias falsas. Pero la condici¨®n para que esto funcione es que se mantengan prietas las filas de las diferentes facciones, que se conserven bien cohesionadas. Y el mejor cemento son sin duda las emociones. Por eso es imprescindible que las narraciones sobre los (supuestos) hechos produzcan indignaci¨®n o alg¨²n otro arrebato emocional que satanice al adversario. En definitiva, m¨¢s importante que estar del lado de la raz¨®n es sentirse miembro de la tribu.
Quiz¨¢ sea esto lo que explique nuestra ya casi gen¨¦tica predisposici¨®n a la beligerancia pol¨ªtica. Todo lo que signifique compartir es visto como una forma de traici¨®n a la integridad del grupo. El razonar conjuntamente sobre algo ¡ªescuchar al otro, responderle y, eventualmente, guiarse por la fuerza de los argumentos¡ª puede que no nos garantice acceder a los consensos necesarios; lo que est¨¢ claro es que el negarse a hacerlo solo nos asegura la disputa perpetua. Cohesionar a los nuestros deviene as¨ª en algo mucho m¨¢s importante que satisfacer los intereses de todos, ya no hay espacio para lo com¨²n. Ni siquiera para la objetividad del mundo.
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