La l¨®gica sutil de la norma
Las medidas para combatir la pandemia fueron concebidas para una ciudadan¨ªa que ignora el autocontrol, proclive a la inconsciencia cuando no a la picaresca, y m¨¢s amante de dar voces que de pensar
Lo confieso: he sido un mal ciudadano. Todav¨ªa en la fase cero, y en Barcelona, sal¨ª a la calle fuera del horario ¡°del paseo¡± para los de mi franja de edad y me encontr¨¦ por casualidad con un amigo y ahora vecino, al que salud¨¦ apart¨¢ndome la mascarilla, para que pudiese ver mi sonrisa. ?l hizo otro tanto. No s¨¦ si estuvimos a dos metros de distancia. Jurar¨ªa que no. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que sal¨ªa para ir a acompa?ar a otro amigo que sufri¨® una operaci¨®n grave justo antes del estallido de la epidemia, y que se ha pasado toda la convalecencia confinado a solas en casa. Me pidi¨® que lo acompa?ara a comprar tinta y papel, porque luego el regreso a su domicilio implicaba una larga subida, y tem¨ªa no encontrarse bien. Lo hice encantado. Pero si me hubiese parado la polic¨ªa, ?qu¨¦ les hubiese dicho? Pues que estaba siendo un mal ciudadano ¡ªseg¨²n la l¨®gica normativa del confinamiento¡ª pero un buen amigo. He hecho m¨¢s cosas prohibidas: no he dejado de visitar a mi madre, de 97 primaveras, durante todo el confinamiento, y eso que estaba bien acompa?ada por la chica que la ayuda, que se confin¨® con ella. S¨¦ que me he arriesgado a contagiarla ¡ªa pesar de que desde que regres¨¦ de un viaje a Madrid los d¨ªas 6 y 7 de marzo y, temi¨¦ndome ya lo peor, extrem¨¦ todas las medidas de higiene y distancia en las visitas¡ª. Pero tambi¨¦n s¨¦ que para ella hubiese sido muy duro no verme. Tengo amigos que no han dejado de visitar a sus amores, a pesar de no ser ¡°convivientes¡±. De haber podido, posiblemente yo tambi¨¦n hubiese sido ah¨ª un mal ciudadano en nombre del amor y del deseo.
Pero todo esto tiene una l¨®gica muy endeble, ya lo s¨¦, y encima me temo que hablo de pecados veniales. Es decir, no le tos¨ª a la cara a ning¨²n representante de la ley ni desafi¨¦ al Gobierno desde las atalayas de la ideolog¨ªa infusa ¡ªespont¨¢nea, se dec¨ªa antes¡ª de la sabia intelectualidad libertaria. Pero qu¨¦ importan los sentimientos del amigo, del hijo o del amante si de lo que se trata es de la ¡°sociedad¡± o de la ¡°comunidad¡±, o incluso del ¡°reba?o¡±. Aunque las palabras importan, por cierto, y mucho. Y tambi¨¦n importa distinguir las demandas ruidosas de libertad, en un contexto de pandemia y de elevad¨ªsimo riesgo de contagio, padecimiento y muerte, de los actos discretamente libres de este o aquel ciudadano.
Una l¨®gica liberal llevada al extremo de la caricatura dir¨ªa: ¡°Yo asumo mis riesgos, yo soy due?o de mi vida¡±. En el tipo de infracciones discretas ¡ªo secretas¡ª que he mencionado se pone en riesgo a una persona querida que acepta y comparte ese riesgo. En la elevaci¨®n de las opciones y las decisiones libres a un discurso general ingresamos en aquel territorio consistente y a la vez disparatado que los kantianos conocen bien: la solidez formal de la ley se sostiene sobre su estricta racionalidad universal, no sobre la casu¨ªstica sentimental o emocional de cada caso. Es consistente porque la l¨®gica misma de la ley pide una raz¨®n libre, no atrapada en la narrativa de cada historia singular. Es disparatada porque sin un r¨¦gimen de atenuantes o una capacidad de justificaci¨®n moral ingresamos en una l¨®gica inhumana o marciana: se delata al amigo ante los esbirros del tirano porque no se debe mentir, o se le devuelve el dinero al rico corrupto y malvado mientras se deja morir de hambre a los propios hijos, porque la ley dice que no debes apropiarte de lo que no te pertenece. Los dos son conocidos ejemplos de la raz¨®n pr¨¢ctica kantiana, tan s¨®lida y exigente como en realidad impracticable.
Ser¨ªa un descenso imperdonable de nivel que, por ejemplo, ahora dijese que la normativa de las mascarillas de uso obligado en el espacio p¨²blico es tambi¨¦n impracticable, adem¨¢s de incoherente, si los que potencialmente m¨¢s contagian son los que hacen deporte, y ellos, l¨®gicamente, quedan exentos de llevarlas. Esa l¨®gica zigzagueante, fruto de una sobrerregulaci¨®n tan torpe como necesaria, obliga al ciudadano a pensar por s¨ª mismo ¡ª?gran peligro!¡ª, lo que implica en primer lugar ponerse siempre en el lugar de los dem¨¢s, tanto de los cong¨¦neres que te cruzas por la calle como ¡ªincluso¡ª de esos hombres y mujeres que han sido sorprendidos sentados en el Gobierno cuando lo que pod¨ªa verse venir desde fuera los pill¨® dentro y a contrapi¨¦, dominados por esa visi¨®n peculiar de la realidad que da la gran responsabilidad mezclada con la lucha permanente por el poder. Podr¨ªa llam¨¢rsele el s¨ªndrome del fogonero: los que est¨¢n en cubierta saben que el barco se va a pique si no se paran las m¨¢quinas. Pero el fogonero, metido en el vientre de la nave, con m¨¢s datos que nadie en las manos, s¨®lo piensa en lo que implica detener la caldera y dejar que se enfr¨ªe.
Las normas que hemos padecido m¨¢s o menos estoicamente han sido pensadas por un fogonero que, despu¨¦s de parar la m¨¢quina posiblemente a rega?adientes e in extremis, subi¨® a cubierta y se llev¨® las manos a la cabeza al ver de golpe la dimensi¨®n de lo que se le ven¨ªa encima. Hizo como pudo lo que hubiese podido hacer antes y mejor, pero descalificarlo por eso implica tener la seguridad de que los que lo atacan lo hubiesen hecho mejor. Eso, por experiencia hist¨®rica y mirando alrededor, es m¨¢s que razonable ponerlo en duda. Adem¨¢s, las suyas han sido ¡ªest¨¢n siendo, seguir¨¢n siendo y volver¨¢n a ser¡ª normas pensadas para una ciudadan¨ªa que ignora el autocontrol, proclive a la inconsciencia cuando no a la picaresca, y m¨¢s amante de dar voces que de pensar. Por eso son normas que, para asumirse, a menudo han exigido la coacci¨®n policial.
Recuerdo los d¨ªas m¨¢s duros de la pandemia, cuando iba a visitar a mi madre con la angustia metida en el cuerpo y cruz¨¢ndome sin parar con patrullas de la polic¨ªa por las calles desiertas de la ciudad. Pensaba qu¨¦ demonios les dir¨¢s si te paran, porque objetivamente yo no deb¨ªa visitar a mi madre. Me dediqu¨¦ en mi fuero interno a un ejercicio de distinci¨®n permanente entre la l¨®gica de la norma y la pr¨¢ctica responsable de la vida. La l¨®gica de la norma previene que sin ella y sin su elemento coactivo la gente ¡ªlos ciudadanos, el reba?o¡ª no se hubiesen quedado en casa. Pero la pr¨¢ctica responsable de la vida me exig¨ªa sobreponerme a la presi¨®n policial y a la solidaridad normativa. ?Hablo de un criterio inevitablemente privado que respeta y comprende la norma, pero sabe que debe salt¨¢rsela? Ahora bien, ?eso c¨®mo se lo explicas al fogonero, que ya vuelve a estar trasegando en el vientre de la gran ballena de hierro? ?C¨®mo al polic¨ªa de turno? ?Y c¨®mo me lo hubiese explicado yo a m¨ª mismo si llego a contagiar a mi madre?
Jordi Ib¨¢?ez Fan¨¦s es escritor y profesor de la Universidad Pompeu Fabra. Su ¨²ltimo libro es Morir o no morir. Un dilema moderno (Anagrama).
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