En el barullo de las especulaciones
Las consideraciones sobre los efectos de la pandemia han estado cargadas de una fuerte veta moral
Lo que ha hecho el dichoso coronavirus es imponer en los ¨²ltimos meses una ¨²nica conversaci¨®n en el mundo entero, desde un rinc¨®n chamuscado de una tienda repleta de refugiados en Oriente Pr¨®ximo a la lujosa cocina de la residencia de lujo de un alto ejecutivo en las afueras de Chicago, por ejemplo. En todas partes lo mismo, ?qu¨¦ nos va a suceder?, ?qu¨¦ futuro tiene este mundo desbocado por la avaricia y el consumo?, ?qu¨¦ perversos fuimos al tratar tan mal a la naturaleza, ten¨ªa que llegar el d¨ªa de su silenciosa y atroz venganza! Etc¨¦tera. Nadie se ha privado de hacer su diagn¨®stico, cada cual ha participado con argumentos de todo tipo en la clarificaci¨®n de un horizonte incierto. El regreso del Estado naci¨®n, la crisis de la globalizaci¨®n, la inquietud por la imposici¨®n del estado de excepci¨®n como norma de las sociedades actuales, la fragilidad de las democracias frente a la eficacia de los reg¨ªmenes autoritarios, el salto definitivo a la digitalizaci¨®n: de todo ha habido en la vi?a del Se?or. La palabra de moda ha sido ¡°incertidumbre¡± y los m¨¢s j¨®venes se han enfrentado a los adultos a cara de perro: vaya mundo que nos hab¨¦is dejado.
Tienen raz¨®n, pero este mundo lo ten¨ªamos ya estropeado desde mucho antes de la llegada de la min¨²scula criatura. Y no parec¨ªa que los proyectos que pretend¨ªan enfrentarse a alguno de sus mayores problemas, como el del cambio clim¨¢tico, contaran con el benepl¨¢cito de algunos de algunos de los m¨¢s relevantes actores de la escena mundial. La cosa iba mal y el bicho la ha empeorado.
El caso es que en Europa se est¨¢ saliendo de la parte m¨¢s aguda de la crisis y, digamos, la ch¨¢chara est¨¢ cambiando. Ya no solo se habla de lo mismo, del tema, los asuntos son m¨¢s variados. Las an¨¦cdotas del confinamiento empiezan a tener el color sepia de lo que va quedando atr¨¢s y los afanes espont¨¢neos se orientan a satisfacer esas querencias que se ten¨ªan postergadas y que mueven el mundo: el deseo, el amor, la amistad. Las mascarillas, en ese terreno, se convierten en un estorbo.
Siguen, sin embargo, siendo necesarias. Como guardar las distancias y lavarse las manos. Nos la estamos jugando. Quiz¨¢ sea importante por eso buscar un poco de distancia y hacer balance. La larga e ininterrumpida conversaci¨®n sobre el coronavirus tuvo un problema recurrente. Estuvo (y sigue est¨¢ndolo) todo el rato permeada por un componente moralista y moralizante que suele tener algunos peligros. Es, por desgracia, demasiado habitual que el virtuoso mude de conducta cuando le empieza a afectar el cansancio que procede de mantener tanto rigor. Los libros sobre las viejas pestes cuentan que la gente, tras tanto aislamiento, le cog¨ªa gusto a las bacanales.
Esa inagotable conversaci¨®n sobre la pandemia ha producido dolor de coraz¨®n y hondos prop¨®sitos de enmienda. Se ha hablado de la oportunidad de cambiarlo todo, como si fuera cuesti¨®n de ponerse a la de tres y darle la vuelta al calcet¨ªn. El motor de ese sinf¨ªn de especulaciones ha sido siempre el miedo. El polit¨®logo Ivan Krastev en un peque?o ensayo sobre la pandemia observa de pasada que, al salir del aislamiento, igual es el enfado el que sustituye al miedo. Los escenarios que surjan en ese momento (ya ha habido muchos avisos) ser¨¢n muy diferentes. Esto no ha hecho nada m¨¢s que empezar.
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