El odio corroe la democracia
Que el vicepresidente del Gobierno critique a la prensa con nombre y apellidos es algo propio de las democracias iliberales, es decir, con tendencia a la dictadura
Cuando un hincha del Barcelona prefiere que pierda el Real Madrid a que gane su equipo (o viceversa, claro), all¨ª hay una relaci¨®n de odio, de odio al otro, probablemente inofensivo, infantil si se quiere, pero peligroso porque puede aplicarse a otro tipo de relaciones. En la pol¨ªtica espa?ola, como crece la hierba, casi sin percibirse, se est¨¢ introduciendo peligrosamente el odio, un sentimiento contrario a la democracia, a la democracia liberal por supuesto, la ¨²nica realmente existente.
Efectivamente, las bases de esta democracia las situamos en la tolerancia, el respeto al modo de pensar del otro, un principio moral que aparece en Europa con personajes tan insignes como Erasmo, Spinoza y Locke, entre otros. Despu¨¦s vinieron la Ilustraci¨®n y el liberalismo: la tolerancia estuvo en el centro de estas corrientes pol¨ªticas. Hoy esta idea de tolerancia se empieza a quebrar en Espa?a aunque para resolver la dif¨ªcil encrucijada en la que estamos es imprescindible. Necesitamos acuerdos y consensos, algo imposible sin esa virtud pol¨ªtica. Por el contrario se introduce en el discurso de los pol¨ªticos, de los medios de comunicaci¨®n y de las redes sociales, el odio. Quien insulta, odia; quien justifica el insulto, tambi¨¦n.
El neurocient¨ªfico Ignacio Morgado, colaborador frecuente en estas p¨¢ginas, incluye el odio como una de las emociones corrosivas, tanto en las relaciones personales como sociales. Muchas veces el odio nace de los prejuicios, del desconocimiento de la realidad: as¨ª la homofobia o el racismo. En pol¨ªtica el odio proviene del fanatismo, de las creencias sin fundamento racional que presuponen la superioridad moral sobre el otro; tambi¨¦n del victimismo, creerse siempre perjudicado por el otro para as¨ª no admitir culpas propias. El odio se autojustifica por la demonizaci¨®n del contrario: ¡°Yo no quiero odiar a nadie, pero es tanto el mal que el otro nos provoca a todos, que no me queda m¨¢s remedio que odiarle¡±.
Los odios provocan guerras. Carl Schmitt, un jurista antiliberal partidario de Hitler, fundament¨® la pol¨ªtica en el odio al otro: ¡°La distinci¨®n pol¨ªtica espec¨ªfica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos pol¨ªticos, es la distinci¨®n amigo y enemigo¡±. Al enemigo se le odia, se le debe aniquilar porque es una condici¨®n necesaria para la propia supervivencia. Como en la guerra. Pues bien, si esta es la base de la actuaci¨®n pol¨ªtica de quienes se reclaman herederos intelectuales de Schmitt, caso de Podemos, el peligro se cierne sobre nosotros porque el odio corroe la convivencia pac¨ªfica. Que la prensa critique la actuaci¨®n de los pol¨ªticos es algo propio de las democracias liberales; que el vicepresidente del Gobierno critique a la prensa con nombre y apellidos es algo propio de las democracias iliberales, es decir, con tendencia a la dictadura.
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