Hastiados del mundo
Las semanas de confinamiento se han caracterizado, entre otras cosas, por la hipercomunicaci¨®n, pero tambi¨¦n por la sensaci¨®n de muchos de estar viviendo en una atm¨®sfera viciada y no por algo en concreto
Estas semanas de aislamiento han sido tambi¨¦n, gracias a la tecnolog¨ªa, semanas de hipercomunicaci¨®n. Probablemente, todos hayamos recibido una cantidad mucho mayor de mensajes, en diversos formatos y en las diversas redes, de los que recibimos habitualmente. Este incremento en el volumen de mensajes ha tenido un doble efecto, sin duda positivo. Por un lado, nos permit¨ªa ir tom¨¢ndole el pulso al cambiante humor de los diferentes sectores de nuestra sociedad, aparentemente unidos al principio de todo esto y luego enfrentados, en algunos momentos de forma agria y cainita. Pero tanta informaci¨®n, a la que se podr¨ªa a?adir la recibida a trav¨¦s de los medios de comunicaci¨®n m¨¢s cl¨¢sicos, centrados todos ellos casi en exclusiva en el mismo asunto, tambi¨¦n nos ha permitido componernos una cierta imagen de conjunto del estado de ¨¢nimo colectivo.
A este respecto, no creo que sea muy aventurado afirmar que son muchos los que tienen la sensaci¨®n de estar viviendo en una atm¨®sfera enrarecida, viciada. No por alg¨²n aspecto en particular (hay muchos entre los que escoger), sino sobre todo en general. No entra en la habitaci¨®n del mundo aire nuevo, nada que nos induzca a pensar que, efectivamente, vamos a transitar hacia un tiempo diferente. En absoluto. La enso?aci¨®n de los primeros momentos, seg¨²n la cual saldr¨ªamos nuevos, otros, de esta traum¨¢tica experiencia, se ha revelado completamente vana. La crisis no nos convirti¨® en otros, ni por su causa pasamos a ser nuevos: hemos seguido siendo los de antes, por no decir los de siempre, solo que en una situaci¨®n nueva.
El ensayista infatuado que, incluso en pleno confinamiento, continuaba pavone¨¢ndose en las redes sociales por los comentarios elogiosos a sus an¨¢lisis de lo que estaba pasando (cuando no a su ¨²ltimo libro), el pol¨ªtico rapaz que no dejaba escapar ni el menor episodio, por irrelevante que fuera, de la tragedia colectiva para desgastar al adversario electoral (eso s¨ª, con la excusa de controlarlo), el periodista poco responsable que optaba por el titular m¨¢s escandaloso con tal de capturar la atenci¨®n del mayor n¨²mero de lectores posible en un contexto de fuerte competencia entre medios, o el vecino chismoso que llevaba la contabilidad de la solidaridad vespertina en los balcones, por poner unas pocas muestras apresuradas, no experimentaron la menor mutaci¨®n en su forma de ser y actuar. De ah¨ª que no hagan falta especiales dotes de profeta para anticipar que saldremos de aqu¨ª, probablemente, con todos nuestros rasgos acentuados, tanto los buenos como los malos (por simplificar: m¨¢s recelosos y m¨¢s solidarios al mismo tiempo, en proporciones variables seg¨²n cual fuera el punto de partida de cada cual). De momento, lo que cabe sostener es, si acaso, a modo de resumen de este argumento, que quiz¨¢ haya cambiado la situaci¨®n, pero no est¨¢ claro en absoluto que lo hayan hecho sus protagonistas.
La situaci¨®n vivida nos ha puesto a prueba, efectivamente, y el resultado deber¨ªa movernos a reflexi¨®n. Entre otras cosas porque la evasi¨®n, en sentido literal, esto es, el mecanismo de escapar mentalmente a otros lugares (a veces ¨²nicamente mentales tambi¨¦n), resultaba de imposible aplicaci¨®n en este caso. En cierto sentido podr¨ªamos afirmar que estamos todos, como dir¨ªa Juan Mars¨¦, encerrados con un solo juguete¡ que ya no nos entretiene. Estamos confinados, s¨ª, pero en el mundo. Y de la misma manera que muchas parejas, tras un verano obligadas a pasar demasiadas horas sin separarse, piden el divorcio en cuanto regresan de vacaciones, as¨ª tambi¨¦n los hay que, de ser posible, se divorciar¨ªan del mundo (o se apear¨ªan de ¨¦l, por decirlo con los t¨¦rminos de la vieja pintada). De un mundo que se ha mostrado, tras la pandemia, m¨¢s jibarizado, m¨¢s miniaturizado y, por supuesto, m¨¢s homogeneizado que nunca. Las empresas se deslocalizar¨¢n o se relocalizar¨¢n, pero la globalizaci¨®n mental podemos considerarla, sin margen de error, como irreversible.
En todo caso, ya no hay un afuera al que escapar. Lo que significa ¡ªy perd¨®n por la obviedad¡ª que todo se juega dentro. Probablemente haya sido la evidencia de esta realidad la que ha impulsado a tantos a salir al exterior que tienen m¨¢s a mano (la calle), en cuanto se ha relajado el confinamiento. Sus carreras al caer la tarde podr¨ªan ser interpretadas como una met¨¢fora casi perfecta de la fallida compulsi¨®n por huir, en este caso, probablemente, de ellos mismos. Tal vez tuviera raz¨®n Nietzsche cuando se?alaba que como mejor se piensa es caminando. Pero seguro que, si hubiera vivido hoy, habr¨ªa a?adido que corriendo no se piensa en absoluto. Es m¨¢s, resulta probable que el fil¨®sofo hubiera rematado la argumentaci¨®n observando que precisamente con este objeto, el de no pensar, son tantos los que corren.
Si para algo era un buen momento el encierro era para reflexionar sobre todas aquellas cosas que evitamos afrontar normalmente. Dec¨ªa John Lennon aquello, luego tan citado, de que ¡°la vida es eso que pasa mientras nos preguntamos qu¨¦ es la vida¡±. Pues bien, ya ni eso nos preguntamos: la vida nos va pasando sin que nos preguntemos qu¨¦ es la vida, sin reflexionar sobre su m¨¢s ¨ªntima textura, aceptando lo que el mundo nos dice que es y, si no nos dice nada (la ocultaci¨®n social de la muerte, llevada al paroxismo en una pandemia sin entierros, representa una prueba patente de su silencio al respecto), dej¨¢ndola sin pensar directamente. Pero no por dejar de pensarla va a dejar de existir. Es m¨¢s, seguir¨¢ existiendo y desarrollando su eficacia a nuestras espaldas. Ya nos hab¨ªa advertido Ortega de que ¡°toda realidad ignorada prepara su venganza¡±.
Un proceder as¨ª recuerda al de aquellos ni?os que por cerrar los ojos creen que no son vistos. No se trata, claro est¨¢, de ofrecer ninguna receta m¨¢gica como alternativa a este estado de cosas. Los habr¨¢ que crean, en clave estoica, que la vida no es otra cosa que ese largo rodeo que dibujamos, camino hacia la muerte. O los que, m¨¢s preocupados por los entresijos del alma humana, piensen que es ese tiempo que uno ocupa en resolver los contenciosos pendientes desde la primera hora, y que prolongan su onda expansiva a lo largo de la totalidad de la propia existencia. Aunque tambi¨¦n los habr¨¢ convencidos de que lo que realmente vale la pena es intentar resolver aquellos contenciosos cuanto antes para que le quede a uno tiempo para preguntarse no ya qu¨¦ es la vida, sino qu¨¦ merece la pena hacer con ella.
Por supuesto que tampoco esto ¨²ltimo se puede pretender una receta m¨¢gica. Vivir es, a fin de cuentas, establecer una determinada relaci¨®n con el mundo, lo que implica de manera necesaria componerse alguna idea de ¨¦l. Era tambi¨¦n Ortega el que dec¨ªa aquello de que no sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa. Tal vez estemos en estos d¨ªas en condiciones de dar un paso m¨¢s sobre la afirmaci¨®n orteguiana. Porque durante el confinamiento han sido muchos los que ten¨ªan la sensaci¨®n de saber lo que les pasaba: no les pasaba nada. Esta vez era eso precisamente lo que les pasaba. Y lo que, por cierto, les pesaba de una manera insoportable. No deja de ser tan llamativo como digno de ser pensado que a muchos les pese tanto el vac¨ªo.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona y senador por el PSC-PSOE en las Cortes Generales.
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