El odio
Este sentimiento ha desbordado los l¨ªmites tolerables y contamina ya toda la vida espa?ola en una demostraci¨®n de que la crispaci¨®n pol¨ªtica influye en la sociedad y al rev¨¦s
Debe de ser por car¨¢cter o porque no tengo redes sociales, el caso es que no considero el insulto normal, y menos una prueba de la fortaleza de una democracia como ha dicho el vicepresidente segundo del Gobierno poni¨¦ndose ¨¦l mismo de ejemplo de receptor destacado de insultos, lo que avalar¨ªa su sinceridad. Para m¨ª, el insulto forma parte de lo peor de la convivencia y remite a comportamientos dictatoriales m¨¢s que a una democracia avanzada, como ¨¦l sostiene, en tanto que es una manifestaci¨®n del odio, no de la libertad de expresi¨®n. El insulto cortocircuita cualquier di¨¢logo e imposibilita la convivencia misma.
As¨ª que no comparto que se haya de ¡°naturalizar¡± (normalizar, supongo que quiso decir el vicepresidente) un comportamiento que deber¨ªa ser desterrado de nuestros h¨¢bitos como tantos otros, pongo por caso la corrupci¨®n, tan de moda. Pero parece dif¨ªcil que sea posible, a la vista de las reacciones que la declaraci¨®n del vicepresidente segundo del Gobierno ha provocado entre sus adversarios pol¨ªticos y entre el p¨²blico en general. Confirmando que Espa?a est¨¢ llena de odiadores, los insultos han arreciado contra el vicepresidente Iglesias como si la ¡°naturalizaci¨®n¡± que ¨¦l reclamaba para ellos se hubiera producido ya y por partida doble: le insultaron los que siempre lo han hecho y los que no lo hab¨ªan hecho hasta ahora, pero se han sentido autorizados a hacerlo por sus declaraciones. Como en las atracciones de feria, el vicepresidente segundo del Gobierno se convirti¨® de nuevo en el mono de goma al que todos apedrean para manifestar su hombr¨ªa y su punter¨ªa, dos m¨¦ritos muy valorados en algunos ¨¢mbitos.
Lo curioso es que muchos de los que se han sentido ofendidos por la defensa que el vicepresidente ha hecho del insulto como manifestaci¨®n de la libertad de expresi¨®n son los mismos que insultan a diestro y siniestro desde siempre no solo al vicepresidente del Gobierno, sino a cualquiera que disienta de ellos, ya sea en el Parlamento o en las redes sociales, incluso en los medios de comunicaci¨®n. El que escribe puede dar fe de ello, pese a no ser pol¨ªtico ni activista en las redes sociales ni haber insultado a nadie jam¨¢s, al menos en sus escritos. Y puede dar fe tambi¨¦n de que esos insultos han aumentado de un tiempo ac¨¢, coincidiendo con la crispaci¨®n pol¨ªtica que empez¨® a manifestarse a ra¨ªz de la crisis econ¨®mica de 2008, y creci¨® con el llamado proc¨¦s independentista catal¨¢n y la irrupci¨®n en la vida espa?ola de partidos populistas tanto de izquierdas como de derechas que dinamitaron el bipartidismo hist¨®rico para cristalizar en forma de odio durante la cuarentena obligada por la pandemia que a¨²n continuamos viviendo. Un odio que ha desbordado los l¨ªmites tolerables y contamina ya toda la vida espa?ola en una demostraci¨®n de que la crispaci¨®n pol¨ªtica influye en la sociedad, y al rev¨¦s. En esa retroalimentaci¨®n desempe?a un papel importante el insulto por cuanto significa la negaci¨®n del respeto al otro, no ya solo de sus opiniones.
Dec¨ªa Antonio Machado que, en Espa?a, de cada diez cabezas nueve embisten y una piensa, pero hoy su afirmaci¨®n queda corta, me temo. Hasta el que piensa embiste a menudo, con lo que la vida p¨²blica se ha convertido en un ring en el que todos dan pu?etazos, tengan o no raz¨®n para ello. El odio inunda la convivencia y, como alguien no lo corrija, que no parece, lo acabaremos pagando todos (lo estamos pagando ya), crea lo que crea alguno.
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