Tiempo de historias
En ¨¦pocas de tribulaci¨®n nada mejor que las narraciones l¨²gubres y llenas de humor de Charles Dickens
Se ha hablado mucho de la oportunidad que ha supuesto el confinamiento para encontrarse de nuevo con los libros y las pel¨ªculas, con las series, para ponerse a dibujar o a escribir, para hacer recuento y contar cosas y escucharlas. Todo el mundo termin¨® metido en casa para ayudar a frenar los contagios por la inquietante expansi¨®n de la enfermedad, y resulta que ah¨ª dentro, entre cuatro paredes, se encontraban encerradas un mont¨®n de posibilidades. Estos tiempos raros en los que no se sabe qu¨¦ ocurrir¨¢ por fin y esa suspensi¨®n de la normalidad volvieron a otorgarle valor al tiempo y, por tanto, a las historias. Charles Dickens fue uno de los que mejor supo contarlas. Y este a?o se est¨¢ recordando que muri¨® en 1870, hace 150 a?os.
?Tiene todav¨ªa algo que contar a estas alturas, tienen inter¨¦s las peripecias de sus personajes, ofrecen alguna lecci¨®n moral, sus asuntos se parecen a los que preocupan a la gente de hoy d¨ªa? Hay un momento en uno de sus libros en el que a uno de sus personajes se le cae un sombrero. Y empieza a escap¨¢rsele empujado por un vientecilllo ¡°sutil y juguet¨®n¡±. ¡°Pocos momentos hay en la vida de un hombre¡±, escribe Dickens, ¡°en los que experimente m¨¢s grotesco desconsuelo o en los que halle menos piadosa conmiseraci¨®n que cuando persigue su propio sombrero¡±. Ese hombre es adem¨¢s el se?or Pickwick, el fundador de un selecto club en el que est¨¢n apuntados otros ilustres miembros a los que los une el af¨¢n de contar sus aventuras y de consignar sus viajes e investigaciones, sus observaciones y conjeturas sobre el mundo. Y esa imponente autoridad de un club tan especial padece ese contratiempo en medio de una multitud que ha acudido a observar unas pr¨¢cticas del ej¨¦rcito. Aparecen las tropas en formaci¨®n perfecta, la banda militar rompe a tocar, los caballos mueven sus colas de un lado a otro, hay una sucesi¨®n inacabable de guerreras rojas y pantalones blancos, los soldados se disponen a ejecutar su exhibici¨®n de tiros y maniobras. Y a Pickwick, en primera fila para no perderse nada, se le vuela el sombrero.
Dickens iba escribiendo sus historias por entregas, y el p¨²blico las esperaba y las le¨ªas y las celebraba. Dio cuenta de lo que les fue sucediendo a los curiosos integrantes del club Pickwick, pero cont¨® tambi¨¦n tristes historias de hu¨¦rfanos que viven terribles circunstancias en el Londres victoriano. Bajos fondos y pobreza pero tambi¨¦n mansiones y lujo, grandes ambiciones y esperanzas, caminos truncados, renuncias generosas y repugnantes maniobras de explotadores sin escr¨²pulos, ruinas. Dickens fue un maestro en contar las m¨¢s diversas historias. Si tienen un rato lean La declaraci¨®n de George Silverman, nada m¨¢s que un pu?ado de p¨¢ginas donde cuenta la vida de un ni?o que ve morir a sus padres en un s¨®tano infecto y que con el tiempo renuncia a la mujer que ama.
?D¨®nde estamos ahora exactamente? ?M¨¢s cerca del hombre que padece el desgarro de empujar a la mujer que quiere a los brazos de otro o del pobre diablo que se ve obligado a hacer el rid¨ªculo mientras corre tras su sombrero? Seguramente en uno y otro lado, en lo que resulta m¨¢s peque?o y en lo que parece m¨¢s grande. Siempre es tiempo de historias y mejor si las cuenta alguien tan fino y divertido como Dickens. Ese es, al fin y al cabo, uno de los inmensos privilegios de la vida: leer, y verse arrastrado a perseguir un sombrero.
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