Iconoclastia purificadora
Imponer el monopolio de la verdad revelada silenciando a los disidentes es un atentado antidemocr¨¢tico contra el principio habermasiano de deliberaci¨®n
Otros a?os por estas fechas tocaba celebrar el fin de curso haciendo balance de los temas colgados hasta septiembre. Y para acatar la nueva normalidad cabr¨ªa hacer otro tanto, elaborando la lista de suspensos que tiene pendientes nuestra clase pol¨ªtica. Por ejemplo, el control auton¨®mico de los rebrotes que est¨¢ fallando calamitosamente, con Catalu?a en cabeza de la incompetencia. Tambi¨¦n el esc¨¢ndalo reputacional de la Corona que el Gobierno deber¨ªa remediar, pues el monarca tiene las manos atadas. O los sabidos pretextos de pol¨ªticos como Pablo Iglesias o Pablo Casado, incapaces de asumir la responsabilidad por sus fracasos. Y as¨ª se puede seguir desgranando las miserias habituales, lo que tampoco tendr¨ªa demasiado sentido en un verano tan bochornoso como predestinado a convertirse en un oto?o infernal.
Por eso tratar¨¦ en su lugar de remontarme hasta una cuesti¨®n aparentemente abstracta, como es la Carta de los 150 escritores en Harper¡¯s contra la intolerancia justiciera de la llamada ¡°cultura de la cancelaci¨®n¡±. As¨ª se denomina en EE UU a la campa?a persecutoria (¡°caza de brujas¡±, por decirlo a lo Trump) que se desata sobre todo en redes digitales contra toda voz autorizada que se atreva a disentir en p¨²blico de los dogmas monol¨ªticos un¨¢nimemente impuestos por quienes se arrogan el monopolio de la verdad progresista. Ya se han vertido r¨ªos de tinta sobre esta pol¨¦mica, por lo que no entrar¨¦ en el fondo de la cuesti¨®n, limit¨¢ndome a contextualizar dos de sus rasgos.
El primero es el de la iconoclastia populista que revela, pues el vendaval de cr¨ªticas airadas que se ha desatado contra la carta se centra no en rebatir sus argumentos sino en atacar ad hominem (y ad mulierem) a sus firmantes por el simple hecho de ser figuras respetadas, es decir, autoridades en sus respectivas materias. De ah¨ª el encuadre populista del pueblo contra la ¨¦lite aristocr¨¢tica. Es la misma iconoclastia viral que mueve a derribar estatuas, como hizo el Talib¨¢n contra los Budas de Bamiy¨¢n. Una iconoclastia que nos devuelve al peor pasado de la izquierda, cuando quemaba conventos como chivos sacrificados en piras purificadoras, remedando a Robespierre y su Comit¨¦ de Salud P¨²blica.
Todo este vendaval antiaristocr¨¢tico se justifica a partir de la demanda de igualdad. Y en efecto, bienvenida sea la lucha por una mayor igualdad, uno de los principios definitorios de la calidad democr¨¢tica, que el liberalismo redujo a tres criterios: la limpieza electoral, las libertades individuales y el control del poder. Pero el republicanismo a?adi¨® otros tres requisitos: la igualdad, la deliberaci¨®n y la participaci¨®n. Esta campa?a iconoclasta en defensa de la igualdad tambi¨¦n defiende la democracia participativa, pues el acceso al poder no debe reducirse a una minor¨ªa. Pero al hacerlo as¨ª est¨¢ socavando y da?ando gravemente la otra reclamaci¨®n del republicanismo, la democracia deliberativa, pues imponer el monopolio de la verdad revelada silenciando a los disidentes es un atentado antidemocr¨¢tico contra el principio habermasiano de deliberaci¨®n. Que conste en acta.
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