La ¨²ltima bala de Trump
Para evitar la derrota electoral, el presidente actual va a llevar hasta el l¨ªmite la polarizaci¨®n en un pa¨ªs que ya sufre los efectos de esa estrategia. Pero hoy tiene m¨¢s dif¨ªcil el triunfo que hace cuatro a?os
Estados Unidos vive sobre un barril lleno de p¨®lvora. A poco m¨¢s de tres meses de las elecciones presidenciales, el desorden y la perturbaci¨®n que han dominado todo el mandato de Donald Trump se han agudizado como consecuencia de la crisis sanitaria y las protestas contra el racismo. El clima de divisi¨®n que el presidente introdujo en la pol¨ªtica norteamericana desde su irrupci¨®n en escena puede alcanzar un grado inquietante en la recta final de la campa?a electoral, con el peligro incluido de que el resultado que salga de las urnas no sea aceptado por la Casa Blanca y condene al pa¨ªs a una crisis institucional sin precedentes y a peligros desconocidos en su larga historia democr¨¢tica.
En la medida en que las circunstancias y las encuestas se le han ido volviendo en su contra, Trump ha ido recurriendo al arma de la polarizaci¨®n como su principal respuesta. Incapaz de ocultar los p¨¦simos resultados de la gesti¨®n sanitaria, ha convertido la lucha contra la covid-19 en una guerra cultural en la que el uso de mascarillas se interpreta como una claudicaci¨®n ante el totalitarismo y su rechazo como una expresi¨®n de libertad y americanismo. Secundado en esa batalla por los gobernadores republicanos m¨¢s fieles, la terquedad en politizar el virus ha extendido los contagios, elevado el n¨²mero de muertes y multiplicado la angustia de millones de familias que no saben qu¨¦ les espera todav¨ªa en los pr¨®ximos meses.
Igualmente cercado por la reacci¨®n popular contra el racismo, Trump ha utilizado los escasos y aislados casos de violencia que ese movimiento ha generado para responder con una exagerada demostraci¨®n de fuerza que, en algunas ocasiones, rebasa la legalidad vigente. Especialmente preocupante ha sido el despliegue de agentes federales en uniforme de combate en las calles de Portland, uno de los principales bastiones de las protestas, como una forma de intimidaci¨®n y de represi¨®n que podr¨ªa ser inconstitucional. Ajeno a las cr¨ªticas que eso ha generado y, sin duda, estimulado por el apoyo que puede tener entre un sector de la clase media asustada por las manifestaciones, Trump ha amenazado con desplegar esas unidades casi parapoliciales en otras ciudades del pa¨ªs, aun sin contar con el apoyo de los respectivos alcaldes.
C¨®mplices involuntarios de esta estrategia de polarizaci¨®n ha resultado ser toda la ola de revisionismo hist¨®rico que, al hilo de las protestas antirracistas, ha decidido poner en cuesti¨®n a los mayores s¨ªmbolos del pasado, desde George Washington hasta Abraham Lincoln y Teddy Roosevelt, pasando por Thomas Jefferson y, por supuesto, Cristobal Col¨®n. Los ataques contra las estatuas y la memoria de esos personajes le ha dado a Trump la oportunidad de resaltar el car¨¢cter anarquista y antiamericano de las protestas y presentarse como lo que en el fondo cree ser, un salvador de la patria. Al mismo tiempo, el radicalismo de quienes ofrecen como soluci¨®n a los abusos policiales la disoluci¨®n de los cuerpos de polic¨ªa conduce a una sensaci¨®n de irracionalidad y caos del que s¨®lo pueden sacar partido los m¨¢s demagogos y oportunistas.
Como consecuencia de su estrategia y de los errores de sus rivales, Estados Unidos vive en una permanente tormenta. Hay quienes creen ver en esta situaci¨®n el embri¨®n de una revoluci¨®n, el cambio dr¨¢stico que qued¨® pendiente en 1968 y que los millennials vienen ahora a completar. Muy probablemente, no ser¨¢ para tanto. Pero s¨ª es indudable que el pa¨ªs atraviesa por un momento cr¨ªtico que marcar¨¢ su rumbo en las pr¨®ximas d¨¦cadas, para bien o para mal.
Mucho va a depender por supuesto del resultado de las elecciones de noviembre. El dem¨®crata Joe Biden dispone de una c¨®moda ventaja en las encuestas ¡ªrozando los 15 puntos en alg¨²n caso¡ª, lo que deber¨ªa darle la victoria casi con seguridad. Si fuera as¨ª, cabe esperarse de Biden un retorno a la normalidad pol¨ªtica y a la reparaci¨®n sin estridencias de los da?os causados por Trump. Es previsible que eso resultar¨¢ insuficiente para quienes ahora empujan en la calle por transformaciones m¨¢s profundas. Pero el simple hecho de que la Casa Blanca estuviera ocupada por un agente de la moderaci¨®n y la estabilidad y no, como ahora, por un promotor del enfrentamiento y el odio, podr¨ªa ser suficiente como para reconducir los problemas futuros hacia un terreno que los hiciera manejables.
Pero Trump no ha tirado a¨²n la toalla ni mucho menos. Sus posibilidades de victoria son reducidas pero no nulas. Trump cuenta con un voto oculto que puede acudir silenciosamente a las urnas. Cuenta con que el miedo por su futuro entre la poblaci¨®n de raza blanca ¡ªliteralmente vilipendiada por la correcci¨®n pol¨ªtica y la intelectualidad progresista¡ª pese el d¨ªa de la votaci¨®n. Cuenta con que la incertidumbre que generan las protestas callejeras en una sociedad profundamente conservadora se haga sentir a la hora de la verdad. Cuenta tambi¨¦n con que la debilidad de la candidatura de Biden, que no fue m¨¢s que la soluci¨®n in extremis para evitar la opci¨®n mucho m¨¢s desastrosa de Bernie Sanders, arrastre al final pocos votantes.
Tendr¨ªan que coincidir todos esos requisitos y alguno m¨¢s para que la victoria de Trump fuera posible. No puede descartarse por completo el recurso final de un conflicto con Ir¨¢n para modificar la ecuaci¨®n. Pero, sin contar eso, lo tiene ahora mucho m¨¢s dif¨ªcil que hace cuatro a?os. Entre otras razones porque muchos de los que le votaron entonces con la intenci¨®n de enviar un mensaje de atenci¨®n al sistema, han comprobado que Trump ha ido mucho m¨¢s lejos de lo que ellos pretend¨ªan: ha estado a punto de liquidarlo. Y el peligro no ha pasado todav¨ªa. Estas elecciones se celebrar¨¢n en unas condiciones excepcionales; en medio de una pandemia que exigir¨¢ tomar precauciones extraordinarias para la emisi¨®n del voto y que obligar¨¢ a aumentar considerablemente el voto por correo. Todo eso puede acabar siendo la receta perfecta para la confusi¨®n. Los expertos anticipan ya una oleada de dificultades e impugnaciones que pueden levantar una nube de sospecha sobre el proceso electoral. ?Qu¨¦ ocurrir¨¢ si Trump es derrotado en esas circunstancias? Mucho peor, ?qu¨¦ ocurrir¨¢ si Trump es derrotado en esas circunstancias y por un escaso margen? La pregunta en s¨ª misma resulta pavorosa y reveladora del retroceso que ya se ha producido en esta democracia. Pero es peor la sospecha de que el presidente no aceptar¨ªa el resultado. El propio Trump se ha negado a responder con contundencia sobre cu¨¢l ser¨ªa su actitud cuando se le ha preguntado al respecto en alguna entrevista.
Mientras tanto, para evitar esa derrota, Trump va a llevar hasta el l¨ªmite la polarizaci¨®n en un pa¨ªs que ya sufre los efectos de esa estrategia. La divisi¨®n que Trump introdujo en la sociedad norteamericana ¡ªaunque, probablemente, ¨¦l no es m¨¢s que el continuador de una pol¨ªtica dise?ada en los a?os noventa por Newt Gingrich y prologada despu¨¦s por el Tea Party¡ª no s¨®lo ha destruido al Partido Republicano, al que ha sometido a su voluntad caudillista, sino que ha desconcertado al Partido Dem¨®crata, donde a Biden le va a ser muy dif¨ªcil sortear el extremismo que se ha abierto paso, y ha debilitado a los medios de comunicaci¨®n, cuya credibilidad se ha visto erosionada por la batalla ideol¨®gica a la que Trump los invita diariamente y en la que con demasiada frecuencia caen. En realidad, todo el pa¨ªs es hoy un recipiente de discordia y desasosiego en el que cualquier cosa parece posible.
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