El relicario de una pandemia
No puede haber retorno a una "normalidad¡± porque su naturalizaci¨®n esconde las injusticias, tales como la violencia contra las mujeres en casa, el racismo o el genocidio de los pueblos ind¨ªgenas
La pandemia es un esc¨¢ndalo. ?Qui¨¦n fue el pecador que puso esa piedra de tropiezo en nuestras vidas? No fue nadie. Un virus es un nadie. Morimos en reba?os, somos 100.000. Los n¨²meros escandalizan, pero tambi¨¦n alejan el sollozo de los que lloran. Los 100.000 hacen que la falta est¨¦ en cada esquina, entre casi toda la gente conocida alguien llora su muerto sin despedida. El desconcierto de las vidas arrebatadas nos hace sentir la falta de los ritos funerarios: aunque macabros, los ritos eran momentos de cultivo de la memoria sobre el bien querer al muerto. No hay tiempo para la melancol¨ªa que antecede el luto, pues el virus tiene af¨¢n, y los humanos son descuidados con llevarlo en serio.
Miente quien dice que todos somos igualmente vulnerables al virus. Solo en la abstracci¨®n de la inmunizaci¨®n de los laboratorios somos materia id¨¦ntica. En la realidad de las inmunizaciones de los privilegios, nuestros cuerpos son muy diferentes. Algunos se lanzan a las calles para limpiar aceras, otros para trabajar en farmacias o supermercados, otros para entregar comidas y medicinas, y muchos para cuidar de gente enferma en los hospitales, casas o asilos. Estos son cuerpos esenciales para la pandemia, precisamente por eso est¨¢n en mayor riesgo de enfermarse y, tristemente, de morir. Sin poder hacer nada para atenuar los efectos del esc¨¢ndalo en la vida de miles, me encerr¨¦ en la casa. Sobrevivo al mandato de la distancia social como una orden de aislamiento social: si no puedo hacer nada por los otros, que al menos deje las calles para los que necesitan moverse para cuidar de todos nosotros.
Desde la inesencialidad de mi existencia en la pandemia, imagin¨¦ formas de cuidado. Pas¨¦ a ense?ar por las redes, a conversar con gente desconocida que solo la literatura o la etnograf¨ªa me presentar¨ªa. Esas nuevas voces me ense?aron c¨®mo otros sobreviven a la anormalidad de reglas injustas para la vida. No puede haber retorno a una ¡°nueva normalidad¡±, pues la naturalizaci¨®n de la normalidad esconde las injusticias, tales como la violencia contra las mujeres en la casa, el racismo estructural o el genocidio de los pueblos ind¨ªgenas. Vivimos en un momento de desaliento, real y aleg¨®rico. Si nuestros cuerpos no sucumben al desaliento del virus en los pulmones, nuestros cuerpos deben desalentarse por entero para que arda la herida por la sobrevivencia. Por eso, sustento que hay esperanza en el mundo post pandemia.
?Desde d¨®nde doy ¨¢nimo a mi esperanza? Desde la emergencia de una solidaridad feminista. La solidaridad parte del desaliento del luto y se mueve para la creaci¨®n de nuevas formas de coexistencia en lo com¨²n. El paradigma de la inmunidad neoliberal del individuo no nos salvar¨¢ como colectividad: la pandemia nos mostr¨® c¨®mo somos interdependientes y, tan importante cuanto eso, c¨®mo el cuidado es una actividad relacional que nos define como humanos que desean la transformaci¨®n. La experiencia f¨ªsica del desaliento, vivido por los cuerpos desde las particularidades de sus existencias en el tiempo y en el espacio de la falsa normalidad, es lo que nos mover¨¢ para el giro de transformaci¨®n.
Todos los d¨ªas ensayo sentidos de lo que puede ser una solidaridad feminista que asuma el cuidado y la interdependencia como conectores para nuestras luchas por derechos. Con el artista pl¨¢stico Ram¨®n Navarro, mantengo un ¨¢lbum en Instagram @reliquia.rum, donde contamos historias de mujeres que murieron por la pandemia. Todos los d¨ªas contamos una historia de una mujer an¨®nima, hecha multitud por los n¨²meros del esc¨¢ndalo. Ya fueron m¨¢s de 150 mujeres, un calendario diario desde el d¨ªa en que do?a Cleonice Gon?alves, considerada la primera mujer que muri¨® de la covid-19 en R¨ªo de Janeiro, estamp¨® las noticias. Era una se?ora sin nombre o rostro: ¡°solo¡± la muerte de una empleada dom¨¦stica.
El desorden del presente reclama formas de imaginaci¨®n para que soportemos el luto. Fue as¨ª que llegamos a contar biograf¨ªas verdaderas, excavadas de las noticias, pero con collages de mujeres de otro tiempo e historia que no son la nuestra. Formamos una comunidad de luto, en la que el luto privado se vuelve luto colectivo para la memoria de un esc¨¢ndalo del cual ya somos 100.000 muertos. Desde la ventana sesgada para el dolor de los otros, todos los d¨ªas leo y escucho dolores y percibo sollozos de hijos, nietos, padres y madres que perdieron gente fuera de su hora. Desde el aislamiento del mundo, me conecto al descubrimiento de otras voces y sobrevivencias. Es desde este equilibrio entre el luto y la resistencia que imagino un mundo post pandemia con espacio pol¨ªtico para la solidaridad feminista. No podemos salir de los meses de desaliento con la misma tranquilidad con la que la antigua normalidad alentaba nuestros privilegios.
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