Lo que no somos
Para bien o para mal, ha pasado el tiempo de un Occidente con capacidad de irradiar influencia global liderado por el mundo anglosaj¨®n. Es a la Uni¨®n Europea a quien corresponde tomar el relevo
Cuando la realidad nos golpea siempre viene acompa?ada del duelo y su inevitable sensaci¨®n de p¨¦rdida. Ha sucedido as¨ª con la pandemia en todo el planeta y, por supuesto, en Espa?a, donde el coronavirus est¨¢ representando un fuerte test de estr¨¦s para nuestro contrato social. La confianza en las instituciones, recept¨¢culos de nuestros lazos de solidaridad y pertenencia a un proyecto com¨²n, formaba parte, junto a la aparente robustez de nuestro mod¨¦lico sistema de atenci¨®n sanitaria, de este largo sue?o de m¨¢s de cuarenta a?os en el que todo ten¨ªa el equ¨ªvoco brillo del ¨¦xito ejemplar, incluida nuestra jefatura del Estado. Pero hay acontecimientos que aceleran la historia, o quiz¨¢ muestren lo que, en el fondo, ya estaba ah¨ª. La pandemia actuar¨ªa, as¨ª, como aquella met¨¢fora de Stefan Zweig sobre el movimiento de una botella: al agitarse y posarse en el suelo, separa lo pesado de lo ligero y nos ayuda, al fin, a ver con claridad.
Por eso hoy es imperativo imaginar y mirar el mundo de otra manera: anclados a¨²n en una obtusa idea de afirmaci¨®n individual y nacional, se impone por la fuerza de los hechos una nueva forma de interdependencia ante una pandemia que explicita nuestra vinculaci¨®n mutua, erosionando nuestras viejas y repetitivas narrativas pol¨ªticas. Ese amurallamiento al que algunos llaman libertad, que nos separa suponi¨¦ndonos simples ¨¢tomos autosuficientes, es lo que subyace en la fantas¨ªa t¨®xica del soberanismo trumpiano, hoy casi universal. La promesa del muro no consiste en proteger frontera alguna, sino en afirmar una fantasmag¨®rica Am¨¦rica racial y nacional que, ¡°al ir primero¡±, obliga a desplegar una pol¨ªtica internacional autista, un juego de suma cero que ha destruido la posibilidad misma de una idea de Occidente.
Esta es, como otras veces, la gran desorientaci¨®n de nuestro tiempo: la construcci¨®n de formas de pensar que funcionan como compartimentos estancos de significaci¨®n, proyectando im¨¢genes falsas de un mundo donde todo encaja. As¨ª, no es posible deliberaci¨®n o conversaci¨®n alguna, pues todo parece perfectamente hilvanado en unos sistemas narrativos donde el c¨®digo verdad/mentira no opera como criterio de validaci¨®n. Porque no es exactamente la mentira lo que caracteriza el reinado de Trump, sino la construcci¨®n de marcos mentales dotados de una coherencia interna que nos arrastra a prop¨®sitos pol¨ªticos concretos. Por eso, cuando el magnate afirma que el voto por correo favorecer¨¢ el fraude, en realidad no necesita aportar ninguna evidencia emp¨ªrica. Trump solo tiene que insistir en que el resultado ser¨¢ ileg¨ªtimo, al igual que defendi¨®, para evitar dudas sobre la legitimidad de su elecci¨®n, que la masa de seguidores congregada en su discurso inaugural fue mucho mayor que la de Obama.
Inmersos a¨²n en la pesadilla trumpista, atruena una pregunta capital: ?existe a¨²n una oportunidad para Occidente, para que esta arquitectura institucional y de valores surgida tras la Segunda Guerra Mundial siga imponiendo globalmente la visi¨®n de un mundo basado en reglas? ?Puede seguir perviviendo la idea de una comunidad occidental animada por un conjunto compartido de ideales e intereses? Hay en el orden internacional un sonoro vac¨ªo de poder, un estado de naturaleza an¨¢rquico donde EE UU y Reino Unido han desertado de Occidente. Las democracias m¨¢s antiguas del mundo caminan renqueantes, agarradas al recuerdo nost¨¢lgico de sus glorias pasadas. Mientras, China va ganando la partida y se atreve a mirar por encima del hombro al viejo imperio estadounidense. A¨²n no se lanza a actuar como un hegemon, pero su ascenso es ya la contestaci¨®n de nuestro declinante orden etnoc¨¦ntrico. Y no tardar¨¢: la pandemia, dice el polit¨®logo Andr¨¦s Malamud, ha acelerado los tiempos de transici¨®n de poder.
Hoy, miramos esperanzados a Bielorrusia, oteando la capacidad para da?arnos de la Rusia de Putin y constatamos que no es sino la sombra del poder que fue: es solo un actor inc¨®modo. En las calles y plazas de Minsk se pide libertad y democracia, y para ello se mira a Europa, que por una vez acert¨® apresur¨¢ndose a condenar las elecciones fraudulentas y a abrir un di¨¢logo con el Kremlin. La realidad es que nuestros patrones de vida y valores siguen siendo la referencia en todo el planeta, y quiz¨¢ por ello el futuro de lo que la Uni¨®n quiera ser deber¨ªa aspirar a conformar el de la humanidad en su conjunto, sobre todo ahora que la contraparte transatl¨¢ntica se retira en mitad del combate. Aunque el ticket Biden-Harris nos haya esperanzado, la sensaci¨®n de p¨¦rdida, el duelo, son inevitables.
El mundo anglosaj¨®n se solaza en su prematura decadencia desde 2016, cuando brit¨¢nicos y estadounidenses proyectaron su resentimiento en las elecciones del Brexit y Trump, en lugar de reivindicar lo mejor de su historia y legado. Lo expresaba dram¨¢ticamente el antrop¨®logo Wade Davis al afirmar que la ¨²nica credencial que hab¨ªan visto en Trump era ¡°su voluntad de dar voz a sus odios, validar su ira y apuntar a sus enemigos, reales o imaginarios¡±. Porque, incluso si decidieran no validarlo en el poder en noviembre, ?qu¨¦ capacidad de liderazgo mundial puede tener una naci¨®n tan polarizada y deteriorada institucionalmente? ?C¨®mo capitanear¨¢ el cambio clim¨¢tico, o el nuevo pacto social para el modelo de Estado de bienestar pospandemia? ?De qu¨¦ manera podr¨ªa vivificar nuestro menguante orden internacional liberal? Para bien o para mal, ha pasado el tiempo de un Occidente con capacidad de irradiar influencia global liderado por el mundo anglosaj¨®n. Es a la Uni¨®n Europea a quien corresponde tomar el relevo: urge decidir si, en mitad de la tensi¨®n sinoamericana, apostamos por ser campo de juego o jugador, y luchar para que el mundo se parezca un poco a lo que decimos representar.
Para ello es importante que aprendamos a hablar el lenguaje del poder, aunque ejemplos como el de Bielorrusia muestran que nuestra fortaleza es la de constituir una potencia normativa. El deterioro populista del orden liberal internacional y el ascenso de Asia han supuesto un duro golpe para la identidad de la Uni¨®n, pero en lugar de adaptarse sin m¨¢s, de aceptar que el planeta se rige de nuevo por la competencia descarnada entre poderes, deber¨ªamos ser asertivos, liderar, tener iniciativa para definir el orden global de este siglo. Quiz¨¢ la pandemia pueda ser un revulsivo. Contra todos los pron¨®sticos, el maldito virus ha acelerado la integraci¨®n, y parecemos haber entendido que la supervivencia de Europa depende de la politizaci¨®n de su econom¨ªa. El paquete de recuperaci¨®n econ¨®mica es, de hecho, un elemento federalizante y hoy, aun con todas las incertidumbres, los europeos miramos, aunque sea de reojo, a una Europa que nos protege. Quiz¨¢ sea el ant¨ªdoto contra los populismos, como la d¨¦cada austericida fue su revulsivo, con la devastadora culminaci¨®n del Brexit. Hoy el momento es otro: como se?ala Max Bergmann, el gasto ha abierto la puerta a los poderes federales de la Uni¨®n.
El peligro es que la reconstrucci¨®n vaya acompa?ada de l¨®gicas de exclusi¨®n. Una reordenaci¨®n espacial del mundo que lleve a la autocomprensi¨®n de Europa, a su asunci¨®n como una regi¨®n soberana con reservas estrat¨¦gicas propias y la adopci¨®n de pol¨ªticas realmente comunes, podr¨ªa entra?ar, en palabras de la fil¨®sofa Judith Butler, un nuevo amurallamiento: considerar al otro como portador de enfermedad y destrucci¨®n. Exportar¨ªamos as¨ª, ¡°el r¨¦gimen de Trump¡± (su forma de vida nacional basada en la pureza racial y ¨¦tnica) a una Europa que avanzar¨ªa en la integraci¨®n a costa de expulsar al otro, abandonando uno de sus rasgos identitarios: nuestra hospitalidad. Llevados por el dolor de la p¨¦rdida, identificar¨ªamos falazmente la protecci¨®n de nuestras fronteras con levantar un indeseable ¡°muro de la identidad¡±. Pero nuestra herencia ilustrada nos ense?a que de las ¨¦pocas de oscuridad es posible salir con esperanza y sin resentimientos. Cuando dudemos de lo que somos, miremos de frente la realidad, aprendamos de nuestro legado de apertura y acogimiento y pensemos en lo que no somos, y tambi¨¦n en lo que nunca debemos ser.
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