La sociedad del riesgo
Dado que ning¨²n Estado puede lidiar solo con amenazas que son globales, el riesgo no es cooperar con otros, sino no cooperar
En los a?os 1980, tras la cat¨¢strofe de la central nuclear de Chern¨®bil, el soci¨®logo alem¨¢n Ulrich Beck public¨® La sociedad del riesgo. El concepto adquiri¨® enorme popularidad, y Beck se convirti¨® en un referente de la sociolog¨ªa para mi generaci¨®n. Hace 10 a?os, tuve la oportunidad de asistir a los seminarios que organizaba en Londres. Muchas de sus observaciones son de enorme actualidad en esta crisis sanitaria y, si no hubiera fallecido en 2015, su aportaci¨®n al an¨¢lisis de la situaci¨®n que vivimos hubiera sido, pienso, especialmente esclarecedora.
Para Beck, la sociedad contempor¨¢nea es una sociedad del riesgo en el sentido de que ¡°est¨¢ crecientemente ocupada en debatir, prever y gestionar riesgos que ha generado ella misma¡±: desde cat¨¢strofes naturales, consecuencia del cambio clim¨¢tico, hasta pandemias y terrorismo. ¡°Los riesgos¡±, dec¨ªa, ¡°existen en un estado de permanente virtualidad y solo se vuelven ¡®de actualidad¡¯ en la medida en que se anticipan¡±. Su existencia virtual no es posible ¡°sin t¨¦cnicas de visualizaci¨®n, sin formas simb¨®licas (como el cine), sin medios de comunicaci¨®n, etc¨¦tera¡±. Sin esta presencia virtual, ¡°los riesgos no son nada¡±. A su vez, la anticipaci¨®n del desastre, ¡°produce una compulsi¨®n a actuar¡±. Ahora bien, explicaba Beck, ¡°si se anticipan cat¨¢strofes cuyo potencial de destrucci¨®n nos amenaza a todos, se quiebra el c¨¢lculo de riesgo basado en la experiencia y la racionalidad¡±. En la actualidad, ¡°hay que tener en cuenta todos los escenarios posibles¡±, aun los m¨¢s improbables. ¡°Al conocimiento extra¨ªdo de la experiencia y la ciencia hay que a?adir la imaginaci¨®n, la sospecha, la ficci¨®n, el miedo¡±. Como consecuencia, ¡°el l¨ªmite entre la racionalidad y la histeria se vuelve borroso¡±. Es m¨¢s, argumentaba el soci¨®logo, dado que esperamos de los pol¨ªticos que eviten riesgos a toda costa, ¡°estos pueden verse obligados a proclamar una seguridad que no pueden avalar¡±. A fin de cuentas, ¡°el coste pol¨ªtico de la inacci¨®n es mucho m¨¢s alto que el de la sobrerreacci¨®n¡±. Y, vaticinaba, ¡°no va a ser f¨¢cil, en un contexto de promesas estatales de seguridad y de unos medios de comunicaci¨®n hambrientos de cat¨¢strofes, limitar y prevenir un juego de poder diab¨®lico con la histeria del no saber¡±. ¡°No me atrevo siquiera a pensar en intentos deliberados de instrumentalizar semejante situaci¨®n¡±, conclu¨ªa.
Si el an¨¢lisis de Beck resuena en el contexto de la pandemia actual, su visi¨®n del futuro podr¨ªa tomarse como una se?al de alerta. La aspiraci¨®n al riesgo cero de nuestras sociedades desarrolladas genera el espejismo de que este es posible y abona el terreno a l¨ªderes y pol¨ªticas p¨²blicas de corte autoritario y populista que venden seguridad y certidumbre a cualquier precio. Al mismo tiempo, en esta sobrerreacci¨®n al riesgo, Beck ve¨ªa tambi¨¦n motivos para la esperanza. Un riesgo percibido como p¨²blico o compartido ¡°obliga a aquellos que no quieren saber los unos de los otros a comunicarse; asigna obligaciones y costes a los que suelen rechazarlos¡±. As¨ª, del conflicto en torno a la valoraci¨®n de una amenaza y sus consecuencias, pueden surgir nuevas normas e instituciones que refuerzan los mecanismos de solidaridad y democracia al interior de los pa¨ªses, pero, sobre todo, entre pa¨ªses. Dado que ning¨²n Estado puede lidiar solo con amenazas que son globales, el riesgo no es cooperar con otros, sino no cooperar.
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