La UE en la geopol¨ªtica pospandemia
Antes de que sea demasiado tarde, la Uni¨®n debe incorporar el concepto de poder a una renovada pol¨ªtica exterior en un orden internacional que ser¨¢ cada vez menos cooperativo
Hubo un tiempo en el que la Uni¨®n Europea se encontraba muy c¨®moda en las relaciones internacionales. Desde su fundaci¨®n, viv¨ªa protegida bajo el paraguas de seguridad que le proporcionaba EE UU a trav¨¦s de la OTAN y pod¨ªa contar con que el entramado de instituciones multilaterales creadas bajo liderazgo norteamericano velar¨ªa por sus intereses. Incluso observaba con satisfacci¨®n c¨®mo las ideas sobre las que se asentaba su proyecto pol¨ªtico ¡ªdemocracia liberal, econom¨ªa de mercado y cooperaci¨®n transnacional¡ª se volv¨ªan cada vez m¨¢s hegem¨®nicas, sobre todo tras la Guerra Fr¨ªa. En este contexto, los estrategas europeos estaban convencidos de que la Uni¨®n no deb¨ªa aspirar a ser una potencia cl¨¢sica. No deb¨ªa ejercer el poder duro/militar como sus miembros hicieron en el pasado cuando eran imperios, sino que deb¨ªa aprovechar su capacidad de atracci¨®n y persuasi¨®n en un mundo cada vez m¨¢s interdependiente en el que los conflictos b¨¦licos ser¨ªan poco frecuentes.
As¨ª se fue fraguando una pol¨ªtica exterior asentada en principios y valores (y no tanto en intereses) que defend¨ªa el derecho internacional, la cooperaci¨®n, el ¡°multilateralismo eficaz¡± y que se jactaba de poner sobre la mesa temas como la defensa de los derechos humanos o la lucha contra el cambio clim¨¢tico. Dotada de un enorme poder blando, la UE se ve¨ªa a s¨ª misma como una ¡°potencia normativa¡±que aspiraba a exportar su modelo de gobernanza al resto del mundo al tiempo que iba imponiendo sus reglas y est¨¢ndares a los dem¨¢s, sobre todo en materia econ¨®mica (y a trav¨¦s de la ampliaci¨®n). De hecho, la Uni¨®n pas¨® a ser uno de los ejemplos predilectos del enfoque constructivista de las relaciones internacionales, que vincula el poder a la capacidad de proyectar ideas que dan forma a los relatos dominantes. Pero a nadie escapa que esta construcci¨®n de relato exitoso serv¨ªa en parte para ocultar la debilidad fundamental de su pol¨ªtica exterior: la necesidad de adoptar decisiones por unanimidad, lo que hace que en general termine defendiendo posiciones ¡°descafeinadas¡± que adem¨¢s nunca incorporan elementos de poder duro.
En cualquier caso, desde la primera d¨¦cada del siglo XXI se empezaron a producir cambios estructurales en el sistema internacional que terminar¨ªan sustituyendo el orden liberal basado en reglas por la rivalidad geoestrat¨¦gica entre grandes potencias. La progresiva desoccidentalizaci¨®n del mundo y el auge de China, el aumento de la desigualdad generada por la aceleraci¨®n de la interdependencia econ¨®mica, la automatizaci¨®n y la dureza de la crisis financiera, llevaron a un cuestionamiento de la h¨ªperglobalizaci¨®n, aumentaron el rechazo al libre comercio y la inmigraci¨®n y dieron lugar al auge de los partidos antisistema. Este terremoto pol¨ªtico produjo el Brexit, el auge de los partidos eur¨®fobos y la elecci¨®n de Trump, el primer presidente norteamericano que considera a la UE un rival comercial y no un aliado geopol¨ªtico. Y por si esto fuera poco, la pandemia, adem¨¢s de atestar un duro golpe a las econom¨ªas europeas, ha acelerado estos cambios globales, reforzando la rivalidad entre China y Estados Unidos, agudizando la crisis de las instituciones de cooperaci¨®n internacional e incluso, en algunas regiones, socavando el apoyo a la democracia liberal. Aquel mundo en el que tan c¨®moda estaba la UE est¨¢ dejando de existir. Ante el auge de los nacionalismos y el retorno de la realpolitik, la Uni¨®n tiene que reposicionarse y consolidar una posici¨®n aut¨®noma en la escena internacional. Adem¨¢s, debe trabajar para sostener y liderar un renovado multilateralismo que evite una s¨²bita reversi¨®n de la globalizaci¨®n y que permita reescribir las reglas en los ¨¢mbitos en los que cierta gobernanza global es imprescindible: salud, comercio, finanzas, sostenibilidad y lucha contra los para¨ªsos fiscales.
La Uni¨®n necesita, como ha subrayado el Alto Representante Josep Borrell, ¡°aprender a utilizar el lenguaje del poder¡±, ense?ando los dientes cuando haga falta y estando preparada para adoptar medidas que no gusten a los dem¨¢s (algo a lo que est¨¢ poco acostumbrada), como por ejemplo gravar a las empresas digitales (estadounidenses) o a las importaciones producidas con alto contenido en carbono (chinas). Para conseguirlo, urge una mayor cohesi¨®n interna que cierre las fracturas entre sus estados miembros y vaya definiendo un ¡°inter¨¦s europeo¡± (hoy demasiado difuminado). Tambi¨¦n tiene que consolidar una ¨²nica voz en el mundo (que no es lo mismo que una voz com¨²n, que es lo que tiene ahora). Pero, sobre todo, debe proteger su soberan¨ªa y desarrollar autonom¨ªa estrat¨¦gica, es decir, tiene que dotarse de instrumentos para no tener que plegarse a las demandas de otras potencias como paso previo a la proyecci¨®n del propio poder hacia afuera.
Generar autonom¨ªa estrat¨¦gica pasa por vincular expl¨ªcitamente la econom¨ªa, el comercio, las finanzas y la tecnolog¨ªa con la geopol¨ªtica (como hacen las dem¨¢s potencias), pero tambi¨¦n por aprender a enfrentar las amenazas relativas a la ciberseguridad y la desinformaci¨®n. Son necesarias capacidades propias en seguridad, defensa y energ¨ªa para ganar autonom¨ªa ante EE UU y Rusia, as¨ª como someter a un mayor control a las inversiones externas y aplicar sin temores sus normas sobre ayudas de estado a empresas extranjeras (sobre todo Chinas) para asegurar un campo de juego equilibrado y evitar el dumping. Por ¨²ltimo, debe atreverse a utilizar el euro y la pol¨ªtica comercial como herramientas geoecon¨®micas y desarrollar una nueva pol¨ªtica industrial capaz de volver a generar empresas l¨ªderes en sectores de vanguardia, especialmente los vinculados a la digitalizaci¨®n y la sostenibilidad. Esto es especialmente relevante ahora que la pandemia y la recesi¨®n aumentar¨¢n el papel de los Estados, reformular¨¢n el concepto de sector estrat¨¦gico, modificar¨¢n las cadenas de suministro globales, har¨¢n m¨¢s dif¨ªcil el mantenimiento de la competencia debido a los rescates a empresas, acelerar¨¢n la digitalizaci¨®n y la carrera por el control del 5G y podr¨ªan derivar en un recrudecimiento de los conflictos comerciales y de divisas alimentados por un nuevo nacionalismo econ¨®mico. El ambicioso plan de recuperaci¨®n aprobado recientemente por el Consejo Europeo, que financiar¨¢ importantes inversiones y crear¨¢ el embri¨®n de los eurobonos, adem¨¢s de para generar crecimiento y empleo, debe ser utilizado para aumentar la autonom¨ªa estrat¨¦gica.
En ¨²ltima instancia, la Uni¨®n tiene que evitar que las relaciones internacionales entren en una l¨®gica neoimperial en la que los pa¨ªses se vean obligados a decidir si est¨¢n de parte (y bajo la influencia) de EE UU o de China. La clave est¨¢ en sustituir este G2 por un G3, en el que Europa est¨¦ al mismo nivel y lidere iniciativas de cooperaci¨®n que potencias medias como Jap¨®n, Canad¨¢, Australia o el Reino Unido quieren apoyar. No debe ser equidistante entre ambos colosos porque sigue compartiendo m¨¢s valores e intereses con EE UU que con China, pero debe asumir que, independientemente de qui¨¦n ocupe la Casa Blanca, el tradicional ¡°amigo americano¡± no volver¨¢ a ser el mismo y el orden internacional ser¨¢ cada vez menos cooperativo. En definitiva, antes de que sea demasiado tarde, la UE debe incorporar el concepto de poder a una renovada pol¨ªtica exterior. Si no lo hace corre el riesgo de ser parte del men¨² internacional en vez de ser uno de los comensales.
Federico Steinberg es investigador del Real Instituto Elcano, profesor de la UAM y Asesor Especial del Alto Representante Josep Borrell.
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