Deslenguadas
No olvidemos ¡ªlenguaraces¡ª continuar una larga cadena en la historia y seguir arrebatando palabras al silencio, hablar all¨ª donde a¨²n es preciso rescatar de todos los confinamientos la voz de las mujeres
La historia es un tapiz que entreteje las hebras del recuerdo y del olvido, casi siempre a conveniencia de quien maneja los hilos. La invenci¨®n de la escritura, paralela a la creaci¨®n de las primeras civilizaciones, permiti¨® fijar m¨¢gicamente el enjambre de nuestras palabras en piedra, en arcilla, en papiro, en pergamino. Pero no todas. Ciertas ideas anidaron en el m¨¢rmol; otras, como p¨¢jaros ateridos, quedaron flotando desprotegidas en la fr¨¢gil memoria oral. Una parte de la humanidad qued¨® fuera de las murallas, a la intemperie, contemplando aquella fortaleza inexpugnable de textos escritos, un invento milagroso que salvaba el conocimiento y lo legaba al futuro. El relato naci¨® amputado. Ovidio narr¨® esta mutilaci¨®n en el mito de Lala, la ¡°charlatana¡±, un nombre onomatop¨¦yico que equivale a nuestro ¡°blablabl¨¢¡±. Cierto d¨ªa, la cantarina Lala desvel¨® un secreto prohibido: el lujurioso J¨²piter persegu¨ªa obsesivamente a las ninfas. Para vengarse de ella, el ad¨²ltero dios supremo le arranc¨® la lengua. Como si no fuera suficiente castigo, la entreg¨® a Mercurio para que la violara. A continuaci¨®n, J¨²piter la convirti¨® en diosa bajo un nuevo nombre: T¨¢cita Muda. Todos los a?os, en el mes de febrero, Roma la honraba como patrona del silencio. As¨ª fue como Lala pas¨® de ninfa deslenguada a muda belleza, divina pero sin lengua.
Los antiguos griegos y romanos sab¨ªan que quien domina las palabras domina el mundo. A ellos les pertenec¨ªa el discurso p¨²blico de la autoridad, mientras que cualquiera ¡ªmujeres incluidas, sobre todo las mujeres¡ª pod¨ªa practicar la charla, el cotorreo o los chismes de la esfera privada. El teatro fue el gran escenario de debate pol¨ªtico en la antigua Atenas, y, tal vez por eso, los pioneros de la democracia decidieron que todos los papeles femeninos ser¨ªan interpretados por actores masculinos. Ant¨ªgona, Lis¨ªstrata e incluso Desd¨¦mona muchos siglos despu¨¦s, tuvieron cuerpo y voz de hombres de pelo en pecho. Esta expulsi¨®n de la escena p¨²blica se prolong¨® durante milenios. La pel¨ªcula Shakespeare in Love subrayaba las incongruencias de la prohibici¨®n: una joven que so?ase con interpretar a Julieta no ten¨ªa m¨¢s remedio que disfrazarse de chico que finge ser mujer. Otra pel¨ªcula, Adi¨®s a mi concubina, describe el dur¨ªsimo adiestramiento de un cantante de ¨®pera en la China del siglo XX para entrar en la piel de personajes femeninos.
Aunque permanecen en la penumbra hist¨®rica, algunas romanas se rebelaron contra la privatizaci¨®n de sus voces y se atrevieron a hacer pol¨ªtica. Fueron se?aladas en lat¨ªn como las axitiosae ¡ªactivistas¡ª, que ven¨ªa a significar ¡°las que act¨²an juntas¡±. En una comedia de Plauto estrenada hace m¨¢s de 20 siglos, el marido de una de ellas dice: ¡°Una verdadera mujer, mi mujercita; desde que la conozco, s¨¦ lo que es una activista¡±. En el a?o 42 antes de Cristo, estas agitadoras vivieron un momento de apogeo y contradicciones. Roma estaba en guerra ¡ªcomo era habitual¡ª y los gastos b¨¦licos amenazaban con vaciar el erario p¨²blico ¡ªcomo siempre¡ª. Entonces los gobernantes decidieron imponer a las 1.400 mujeres m¨¢s ricas de la ciudad un impuesto para sufragar el sobrecoste militar. Las due?as de esas fortunas, orgullosas de su independencia y su prosperidad, se movilizaron contra la medida, pero no encontraron a nadie dispuesto a representar sus intereses. Despu¨¦s de largas b¨²squedas in¨²tiles, decidieron defenderse solas. Las viejas costumbres se tambalearon cuando habl¨® en p¨²blico, sin mediaci¨®n masculina, una elocuente viuda llamada Hortensia: ¡°?Por qu¨¦ tendr¨ªan que pagar impuestos las mujeres si estamos excluidas de las magistraturas, de los cargos p¨²blicos, del mando y de la res publica?¡±. El argumento de Hortensia es el mismo que siglos m¨¢s tarde, en 1773, servir¨ªa como detonante a la independencia de Estados Unidos, tras la llamada revuelta del t¨¦. No taxation without representation gritaron los rebeldes de Boston, tras los pasos de la sublevaci¨®n romana. En aquel momento, Hortensia y sus aliadas no reclamaban el derecho al voto, simplemente aspiraban a no pagar impuestos, pero sus discursos consiguieron derogar la medida. La paradoja de este episodio es que las activistas organizaron una revoluci¨®n para quedarse justo como estaban antes.
Frente a la expulsi¨®n del ¨¢gora p¨²blica, algunas mujeres hicieron vibrar sus palabras en boca de hombres poderosos. Fue el caso de la brillante Aspasia, una extranjera que emigr¨® a Atenas cuando esa peque?a polis mediterr¨¢nea estaba forjando la filosof¨ªa, la historia y un concepto revolucionario de ciudadan¨ªa. Eso s¨ª, era una ilustraci¨®n con claroscuros: instauraron la democracia, pero para unos pocos. El sistema exclu¨ªa a esclavos, extranjeros y mujeres, es decir, a la mayor¨ªa de la poblaci¨®n. Aspasia no estaba dispuesta a quedarse quieta y encerrada en casa; tom¨® la inveros¨ªmil decisi¨®n de dedicarse a la filosof¨ªa porque amaba el conocimiento y quer¨ªa comunicarlo. Cuando se enamor¨® de Pericles, colabor¨® en su ascensi¨®n pol¨ªtica. Las fuentes dan a entender que era una aut¨¦ntica oradora en la sombra. S¨®crates sol¨ªa visitarla con sus disc¨ªpulos y disfrutaba de su brillante conversaci¨®n, incluso lleg¨® a llamarla ¡°mi maestra¡±. Seg¨²n Plat¨®n, escribi¨® discursos para su marido, entre ellos la famosa oraci¨®n f¨²nebre donde defend¨ªa apasionadamente la democracia. Todav¨ªa hoy, los escritores de los discursos presidenciales de Obama, y antes los de Kennedy, se han inspirado en los pensamientos que probablemente enhebr¨® Aspasia. Sin embargo, ella no aparece en las historias de la pol¨ªtica. Sus escritos se perdieron o se atribuyeron a otros.
Las democracias modernas se han atrevido a explorar los ¨¢ngulos ciegos que los dem¨®cratas antiguos nunca afrontaron. Las sufragistas hicieron realidad la revoluci¨®n que Hortensia solo hab¨ªa atisbado. El poder y la palabra, esos hermanos mellizos, se han abierto a muchas mujeres. Desde un extremo al otro del arco parlamentario, en las tribunas de todos los medios, se escucha la polifon¨ªa de sus palabras, con sus diversas sonoridades, tonos y matices. Han escalado por m¨¦ritos propios a los puestos de gobierno, contando muchas veces con el apoyo de hombres audaces que han defendido su voz y su causa. En estos d¨ªas, en el mismo coraz¨®n de nuestro imperio norteamericano, una mujer aspira a entrar en territorios vedados durante siglos: una vicepresidencia que podr¨ªa convertirla, en el futuro, en comandante en jefe del ej¨¦rcito m¨¢s poderoso. De piel oscura, hija de inmigrantes, simboliza la impalpable sensaci¨®n de extranjer¨ªa que a¨²n experimentan las candidatas a dirigir cualquier pa¨ªs del mundo. Detr¨¢s de ese v¨¦rtigo, hay siglos de historia y de aduanas rigurosamente vigiladas. Todav¨ªa en los a?os ochenta, el protagonista de la serie brit¨¢nica S¨ª, ministro sentenciaba ir¨®nicamente: ¡°Tenemos derecho a elegir al mejor hombre para el cargo, al margen de su sexo¡±.
Pericles muri¨® en el a?o 429 antes de Cristo v¨ªctima de una grav¨ªsima epidemia que azot¨® Atenas. Viuda, el rastro de Aspasia se perdi¨® en el misterio. Dej¨® de influir. Volvi¨® a ser una extranjera sin visado, expulsada de la esfera pol¨ªtica por los vig¨ªas de la palabra. Casi cinco siglos m¨¢s tarde, Plutarco transcribe una retah¨ªla de insultos contra la subversiva primera dama ateniense tomados de textos de la ¨¦poca, donde es tachada de imp¨²dica, concubina con cara de perra y carne de burdel, entre otras lindezas. No sabemos si fue realmente una hetaira, como afirman los autores antiguos, o ese t¨¦rmino se usaba como bandera de burla para condenar a todas las mujeres libres que no se somet¨ªan al encierro impuesto.
Su historia, como la de Lala y Hortensia, pertenece a un tiempo desaparecido, pero nuestro mundo todav¨ªa oculta, tan lejos y tan cerca, territorios de exilio sonoro. No olvidemos ¡ªagradecidas¡ª esa genealog¨ªa valiente y parlanchina que rompi¨® cerrojos y horad¨® ventanas. No olvidemos ¡ªlenguaraces¡ª continuar esa larga cadena, seguir arrebatando palabras al silencio, hablar all¨ª donde a¨²n es preciso rescatar de todos los confinamientos la voz de las mujeres.
Irene Vallejo es escritora. Es autora de El infinito en un junco (Siruela).
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