La otra pandemia
La pol¨ªtica espa?ola es tan destructiva como el virus. Contra ¨¦ste llegar¨¢ una vacuna, pero contra el veneno espa?ol no parece que haya remedio. Si no hacemos algo, esta gente va a hundirnos a todos
A cada momento la pol¨ªtica espa?ola se va volviendo m¨¢s t¨®xica que el virus de la pandemia. D¨ªa tras d¨ªa, desde principios de este septiembre desolador, las noticias sobre el aumento de los contagios y las muertes las hemos visto agravadas por el espect¨¢culo cochambroso de la discordia pol¨ªtica, de la ineficacia aliada al sectarismo, de la irresponsabilidad fr¨ªvola que poco a poco va mutando en negligencia criminal. La pol¨ªtica espa?ola es tan destructiva como el virus. Contra el virus llegar¨¢ una vacuna, e ir¨¢n mejorando los tratamientos paliativos; contra el veneno espa?ol de la baja pol¨ªtica no parece que haya remedio. Los cient¨ªficos nos dicen que nuestro pa¨ªs tiene vulnerabilidades mayores que otros. Los epidemi¨®logos comparan cifras que nos sit¨²an a la cabeza de Europa en enfermos, en muertos, en sanitarios contagiados. Las instituciones econ¨®micas internacionales nos alertan de una recesi¨®n m¨¢s grave que la de ning¨²n otro pa¨ªs de la Uni¨®n Europea. Nuestra econom¨ªa no hab¨ªa ca¨ªdo tanto desde la Guerra Civil. Una generaci¨®n entera tiene en suspenso su porvenir porque no se sabe si podr¨¢n seguir abiertas las escuelas. Pero la clase pol¨ªtica espa?ola, los partidos, los medios que airean sus peleas y sus bravatas, viven en una especie de burbuja en la que no hay m¨¢s actitud que la jactancia agresora y el impulso de hacer da?o, y el uso de un vocabulario infecto que sirve sobre todo para envenenar a¨²n m¨¢s la atm¨®sfera colectiva, para eludir responsabilidades y buscar chivos expiatorios, enemigos a los que atribuir las culpas de todos los errores.
Es el virus el que mata, pero matar¨ªa much¨ªsimo menos si desde hace muchos a?os la incompetencia, la corrupci¨®n y el clientelismo pol¨ªtico no hubieran ido debilitando las administraciones p¨²blicas, expulsando de ellas a muchas personas capaces, sumiendo en el des¨¢nimo a las que se quedaban, priv¨¢ndolas de los recursos necesarios que acaban dilapidados en privatizaciones tramposas o en n¨®minas suntuosas de par¨¢sitos. El buen gobierno, la justicia social, necesitan lo primero de todo de una administraci¨®n honesta y eficiente. Las mejores intenciones naufragan en la nada o en el desprop¨®sito si no hay estructuras eficaces y flexibles y funcionarios capaces que las mantienen en marcha. Un logro tan necesario como el ingreso m¨ªnimo vital queda empantanado por la indigencia de una administraci¨®n desbordada. Espa?a es un pa¨ªs de discursos sonoros y de tel¨¦fonos oficiales que no contestan nunca, de asesores innumerables y centros de salud en los que falta material sanitario y hasta de limpieza, de dirigentes pol¨ªticos que prometen el para¨ªso de la independencia o la igualdad y m¨¦dicos que para subsistir han de firmar contratos de una semana o de un d¨ªa. La Comunidad de Madrid tiene el ritmo de contagios m¨¢s alto del mundo y su pomposo vicepresidente inaugura un dispensador de gel hidroalcoh¨®lico en una estaci¨®n de metro. Ciento cincuenta cient¨ªficos de primer rango publican en The Lancet un manifiesto en el que solicitan que las administraciones espa?olas hagan un examen completo, riguroso e independiente de la gesti¨®n de la pandemia en nuestro pa¨ªs. El manifiesto aparece a principios de agosto, cuando la curva de contagios ya est¨¢ ascendiendo: ni una sola instituci¨®n se hace eco; a mediados de septiembre, y solo despu¨¦s de que se publique un segundo manifiesto m¨¢s alarmado todav¨ªa, el ministro de Sanidad propone a los cient¨ªficos un encuentro para octubre. Se ve que no hay prisas.
M¨¦dicos, enfermeros, limpiadores, repartidores de comida, reponedores de supermercados, polic¨ªas, militares, cuidadores en residencias de ancianos, profesores, farmac¨¦uticos: el n¨²mero y la calidad de las personas que entregaron sus vidas haciendo trabajos esenciales durante los d¨ªas m¨¢s oscuros del confinamiento nos dan confianza en la solidez de nuestro pa¨ªs, m¨¢s meritoria porque se mantiene en lo posible a pesar de un clima pol¨ªtico destructivo y est¨¦ril, de una clase pol¨ªtica en la que sin la menor duda habr¨¢ personas honradas y capaces, pero que en su conjunto, en la realidad cotidiana de su funcionamiento, se ha convertido en un obst¨¢culo no ya para la convivencia civilizada, sino para la sostenibilidad misma del pa¨ªs, para la supervivencia de las instituciones y las normas de la democracia. No es que se muestren cada d¨ªa incompetentes o irresponsables en la gesti¨®n de los problemas que nos agobian; es que se dedican activamente a agravarlos, impidiendo cualquier forma de acuerdo constructivo, y con mucha frecuencia a crear otros que solo existen porque ellos los han inventado, a fin de echar m¨¢s le?a al fuego de la bronca diaria. Viven tan encerrados en sus intereses que no tienen capacidad de dirigirse con generosidad y elocuencia al com¨²n de la ciudadan¨ªa que representan, y de la que viven. Hablan en p¨²blico y solo les hablan a los suyos. Por perjudicar al adversario son capaces de sabotear lo que ser¨ªa beneficioso para la mayor¨ªa. En lugar del debate p¨²blico, del intercambio de ideas, de la b¨²squeda de mejoras pr¨¢cticas, prefieren el circo venenoso de las redes sociales, que son el juguete y el escaparate al que todos ellos se han afiliado. Ya nadie se acuerda, pero hace un a?o tuvimos que repetir elecciones, porque los partidos m¨¢s favorecidos por la ciudadan¨ªa en las elecciones anteriores de abril fueron incapaces de llegar a un pacto de gobierno, lo cual nos oblig¨® a una larga interinidad de la que solo empez¨¢bamos a salir, de manera vacilante, cuando irrumpi¨® la pandemia y nos puso delante sin excusa todas las fragilidades que llevan muchos a?os arrastr¨¢ndose por la incuria y la incapacidad de la clase pol¨ªtica.
Pareci¨® entonces, hacia principios de marzo, que el peso brutal de la realidad forzar¨ªa entre los dirigentes y los partidos un grado de sensatez, un sentido de la responsabilidad equivalente al de los ciudadanos que de un d¨ªa para otro cambiaron sus h¨¢bitos y acataron el encierro, cuando no al de los sanitarios y a los servidores p¨²blicos que con frecuencia en condiciones lamentables ejercieron durante meses un tranquilo hero¨ªsmo. Era tan evidente lo que nos hac¨ªa falta que parec¨ªa imposible que no se forjaran grandes pactos para conseguirlo. Pero yo recuerdo que en los d¨ªas m¨¢s oscuros la derecha espa?ola daba tanto miedo en su sa?a destructiva como el coronavirus, y se confabulaba perfectamente con esa otra derecha integrista que a algunos les parece de izquierdas tan solo porque se declara antiespa?ola: a quienes m¨¢s se parecen ahora los independentistas catalanes en su insolidaridad y en sus ganas de gresca y de aprovechamiento del desastre es a los patriotas espa?olistas que malgobiernan la Comunidad de Madrid. A unos y a otros, el da?o que puedan hacer al Gobierno central les importa m¨¢s que el perjuicio de todos. Y en el Gobierno mismo, mal avenido y desnortado, los bocazas y los irresponsables entorpecen el trabajo de los que s¨ª saben lo que hacen.
No s¨¦, sinceramente, qu¨¦ podemos hacer los ciudadanos normales, los no contagiados de odio, los que quisi¨¦ramos ver la vida pol¨ªtica regida por los mismos principios de pragmatismo y concordia por los que casi todo el mundo se gu¨ªa en la vida diaria. Nos ponemos la mascarilla, guardamos distancias, salimos poco, nos lavamos las manos, hacemos nuestro trabajo lo mejor que podemos. Si no hacemos algo m¨¢s esta gente va a hundirnos a todos.
Antonio Mu?oz Molina es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.