El corrimiento de tierras
El fallecimiento de Ruth Bader Ginsburg ha dejado en evidencia que la izquierda de su pa¨ªs la necesitaba como icono y baluarte de resistencia frente a un reaccionarismo creciente y avasallador
Sinceramente, algo muy raro ha pasado en la ¨²ltima d¨¦cada. Convencidos de que la cultura y la racionalidad son como los megas del wifi de casa, que no dejan de crecer, cre¨ªamos que los discursos regresivos no calaban en el personal. Pero ha sucedido al rev¨¦s. Sin percibirlo, la tierra se ha movido bajo nuestros pies. Para darse cuenta basta un ejemplo. El fallecimiento de la anciana jueza del Tribunal Supremo estadounidense, la inefable Ruth Bader Ginsburg, ha dejado en evidencia que la izquierda de su pa¨ªs la necesitaba como icono y baluarte de resistencia frente a un reaccionarismo creciente y avasallador. Ya hace a?os escribimos que su relevancia pop era una anomal¨ªa de nuestro tiempo. Porque seamos sinceros, Ruth Ginsburg era una mujer moderada, que aplicaba el sentido com¨²n, lejana de radicalismos y ferviente defensora de que la justicia escribe leyes para ordenar la vida de los ciudadanos de manera clara, sencilla y ajustada al avance social. Es decir, que su conversi¨®n en una especie de mito izquierdista atend¨ªa m¨¢s bien a la extraordinaria capacidad del mundo conservador para hacer pasar las pol¨ªticas sociales, los mecanismos de inclusi¨®n y la fiscalidad de reparto como elementos revolucionarios intolerables.
Muchas personas han sentido bajo sus pies el mismo temblor de la falsificaci¨®n ideol¨®gica que sinti¨® bajo sus pies la jueza Ginsburg. Sin moverse del sitio, siendo defensores de la socialdemocracia m¨¢s prudente y racional, se han visto se?alados como peligrosos izquierdistas. Algo parecido sucede en Espa?a, cuando se aplica el ejemplo del chavismo venezolano sobre nosotros como si estuvi¨¦ramos al borde de la confiscaci¨®n de empresas. Que se sepa, los ¨²nicos que han exigido la intervenci¨®n de precios en mercado y la irrupci¨®n del Estado sobre el equilibrio de oferta y demanda han sido los agricultores y productores del campo, adscritos demasiados de ellos a ideas todo lo antag¨®nicas al comunismo que uno pueda imaginar. Si la se?ora Ginsburg, con su decencia moderada y su defensa de las conquistas femeninas, termina por ser una referencia de la izquierda en su pa¨ªs no es porque ella sea militante ni guerrillera, sino porque a su lado alguien ha inclinado el tablero tanto que da miedo.
Si a estas alturas el integrismo religioso pretende dictar las normas de conducta ¨ªntima de los norteamericanos, un dem¨®crata conservador puede acabar siendo tildado de bolchevique. Un poco al modo en que sucedi¨® con Bernie Sanders, cuyo discurso pasar¨ªa en Suecia por centrista y que en Norteam¨¦rica es definido como radical castrista. Esta trampa, que obedece a un clima de regresi¨®n reaccionaria frente a los avances sociales de las minor¨ªas, amenaza el clima pol¨ªtico de los pr¨®ximos a?os. Quienes defienden una vuelta atr¨¢s simplona y nost¨¢lgica para defenderse de lo que consideran una transgresi¨®n de los valores eternos, en realidad lo que pretenden es acabar con los esfuerzos por eliminar el origen de tantas desigualdades desproporcionadas, perpetuar la marginaci¨®n y desactivar cualquier plan de progreso que aten¨²e la rapi?a desmedida sobre nuestras fuentes naturales de vida. Dedicar la pasi¨®n pol¨ªtica a deshacer la jurisprudencia magistral de la jueza Ginsburg es un mecanismo insultante de regresi¨®n, que se viene practicando ya gracias a un corrimiento de tierras silencioso y abochornante.
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