Al principio y al final, siempre un profesor
La llamarada de quienes agitan el odio, la exclusi¨®n, la incapacidad de convivir, convence cada d¨ªa a m¨¢s personas que carecen de otro fuego consolador al que acercarse
Advert¨ªamos hace semanas del escaso seguimiento desde Espa?a del juicio a los culpables del asalto a la redacci¨®n del semanario humor¨ªstico franc¨¦s Charlie Hebdo. Ahora, con el asesinato de un profesor a manos de un joven refugiado islamista, la tenebrosa trama asociada a ese discurso de intransigencia se ha adue?ado de nuevo de los miedos ¨ªntimos en el pa¨ªs vecino. En este crimen cobran una importancia destacada varios factores que ata?en al juicio en curso. En especial, la complicidad de familiares y redes de soporte de un discurso criminal, capaces de conjugar, sin asomar la incoherencia esencial del asunto, el uso de la modernidad tecnol¨®gica con la reivindicaci¨®n del regreso al medievo mental. Desde hace a?os, la hipercomunicaci¨®n, el v¨ªnculo superficial de las redes y la expansi¨®n de los discursos de odio por el altavoz de la multinacional de Silicon Valley, trabajan en una misma direcci¨®n: la destrucci¨®n de las democracias. Una conjunci¨®n de factores ha propiciado la tormenta perfecta.
Puede que seamos tan poco perspicaces que nos resulte complicado ver la relaci¨®n. Hay quien cree que los discursos zafios del Parlamento no afectan a la convivencia real de los ciudadanos de un pa¨ªs. Pero no funciona as¨ª. La llamarada de quienes agitan el odio, la exclusi¨®n, la incapacidad de convivir, convence cada d¨ªa a m¨¢s personas que carecen de otro fuego consolador al que acercarse. La soledad nunca ha sido mayor que en tiempos de comunicaci¨®n global. La Gran V¨ªa, la Main Street, siempre fueron un corredor de soledades. Todos necesitamos un hogar caliente y las ideas, por mucho que aparenten ser et¨¦reas, alzan las paredes de ese refugio. Las religiones, con su invitaci¨®n a la intransigencia basada en sus dogmas, juegan a contraponerse al orden civil, basado en leyes y normas que establecen obligaciones y garant¨ªas. Haber logrado que muchas de ellas se adapten a la exigencia de la democracia no significa que la batalla est¨¦ ganada, ni mucho menos. Cada d¨ªa que se empobrecen las instituciones democr¨¢ticas, y en Espa?a lo estamos viendo ahora con el papel fundamental que representan los jueces, se invita a m¨¢s y m¨¢s personas a escupir al aire, contra la libertad y la convivencia.
Es un triste espect¨¢culo escuchar al presidente de la naci¨®n m¨¢s poderosa del mundo negar la legalidad de su proceso electoral, mancillar todas y cada una de las instituciones que ejercen alg¨²n control sobre su poder o verle correr para nombrar una juez del Supremo que aparente responder a su sobrevenida fe religiosa, en la cual se ha orinado con su comportamiento vital durante d¨¦cadas. Pero no estamos lejos de algo as¨ª en ning¨²n pa¨ªs europeo, frente al espejo de los mandatos autoritarios de Polonia o Hungr¨ªa. Una buena noticia ha venido de donde menos la esper¨¢bamos, de la acci¨®n judicial griega que ha dicho basta ya a la connivencia del crimen con la pol¨ªtica. Conocemos bien el caso y despu¨¦s de devanarnos los sesos, cada d¨ªa estamos m¨¢s cerca de aceptar que contra la democracia no vale usar la democracia. Que el sistema sea generoso no significa que sea idiota ni permita autolesionarse constantemente a pa¨ªses en crisis de personalidad. El profesor asesinado en Francia merece algo m¨¢s que un p¨¦same a media voz. Porque al final y al principio de cada democracia siempre hay un aula de colegio.
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