Trump, Quijote y la extra?a racionalidad del Estados Unidos blanco
El presidente propuso la tribalizaci¨®n del pa¨ªs, todo lo contrario del proyecto democr¨¢tico
El pasmo que se ha adue?ado de nuestros ¨¢nimos desde el mi¨¦rcoles es quiz¨¢ incluso mayor que el que produjeron las elecciones de 2016. Bajo el cuestionamiento de los sondeos, que deber¨ªan habernos avisado, habernos preparado para lo impensable, habernos ofrecido un aperitivo que hubiera restado brutalidad a la noticia, se oculta nuestra incapacidad de responder a esta pregunta: ?C¨®mo se puede seguir apoyando al presidente saliente, envuelto en un aura de oprobio y lastrado por un pa¨ªs al borde de la agon¨ªa? ?Qu¨¦ virus letal puede haber contagiado a casi uno de cada dos electores estadounidenses para que hayan dado su voto a este presidente, cuyas ofensas contra el decoro, la ley, la decencia, la ¨¦tica y el civismo son incontables? ?C¨®mo se puede elegir el oscurantismo y la impostura cuando se es la quintaesencia de la democracia? Seguramente hay que interpretar que el apoyo a Trump, lejos de ser meramente visceral, es una decisi¨®n racional, una opci¨®n contra la modernidad y dispuesta a sacrificar la democracia en aras de la protecci¨®n.
Se ha hablado mucho de las divisiones, la guerra civil, la polarizaci¨®n y las grietas de una sociedad en pedazos que parece haber engendrado a Trump. Seg¨²n esta teor¨ªa, su presidencia es fruto de pasiones tristes e incluso el pico de fiebre de unas multitudes pose¨ªdas, enloquecidas por el conflicto social. En realidad, Estados Unidos es desde su nacimiento un pa¨ªs ontol¨®gicamente dividido, escindido, irreconciliable. Construir la Uni¨®n fue una tarea tan gigantesca desde el periodo colonial que la experiencia democr¨¢tica se propuso como objetivo simplemente resolver la ecuaci¨®n e pluribus unum, la unidad en la diversidad, a cambio de miles de concesiones y arbitrajes para que la federaci¨®n pudiera sobrevivir a sus fracturas. La supremac¨ªa blanca fue el compromiso impl¨ªcito para mantener en pie el edificio. Y en tiempos m¨¢s recientes, tambi¨¦n el dominio del mercado todopoderoso fue objeto de un pacto.
En definitiva, Donald Trump no ha dividido Estados Unidos, igual que tampoco es producto de un divorcio. Lo que s¨ª ha hecho es poner fin a los intentos de reconciliaci¨®n. Ha acabado con el principio fundamental que define su pa¨ªs desde hace 400 a?os: Somos un proyecto pol¨ªtico y un pueblo en redefinici¨®n constante, somos el intento incansable de superar nuestras diferencias mediante el contrato social que nos ata. Con Trump, el proceso democr¨¢tico de ampliaci¨®n del c¨ªrculo de los ciudadanos y de redefinici¨®n permanente del pueblo estadounidense, de sus aspiraciones y los bienes comunes que comparte, se ha parado bruscamente. La experiencia norteamericana ha terminado, ya no hay frontera que conquistar ni concepci¨®n nueva de nosotros mismos que dise?ar. Somos una naci¨®n que ha llegado a su destino, establecida por la historia como un grupo ¨¦tnico, un pu?ado de elegidos dignos de ocupar la primera fila y con legitimidad para defender lo adquirido, sus prerrogativas, una Harrenvolk democracy que es blanco de los ataques de los ileg¨ªtimos y los al¨®genos. Trump propuso la tribalizaci¨®n de Estados Unidos, es decir, todo lo contrario del proyecto democr¨¢tico. Muros, estacadas, mazmorras y parapetos iban a garantizar el proteccionismo racial de un pa¨ªs blanco, inmemorial y, sin embargo, maltratado, destinado al declive demogr¨¢fico y, sobre todo, al debilitamiento simb¨®lico. Apelando al dominio imperial como axioma, Trump recuper¨® el tema de la conquista y, como en la ¨¦poca del saqueo de los territorios indios, recurri¨® al discurso de la defensa propia. Y ese discurso ha unido a los blancos de Estados Unidos detr¨¢s de su caudillo, ha reforzado su patriotismo y sus derechos y ha justificado la exclusi¨®n de los dem¨¢s: mujeres, gais, inmigrantes y minor¨ªas raciales. Es decir, Trump ha reconstruido una unidad, la de la mayor¨ªa blanca, hombres y mujeres, con estudios o sin ellos, aferrados a una misma esperanza de restauraci¨®n de una hegemon¨ªa perdida. La tentaci¨®n autoritaria ha estado siempre presente en la presidencia de Trump, cuya viril omnipotencia promet¨ªa a los hombres que iban a recuperar su supremac¨ªa y a las mujeres que iban a tener su papel, aunque reducido a la protecci¨®n de los valores familiares.
Hay otro an¨¢lisis enga?oso que nos ha confundido: la crisis de la Covid y el estado de la econom¨ªa. En los dos casos, la incompetencia y los fallos de la presidencia de Trump parecen innegables. Con los indicadores econ¨®micos apenas en recuperaci¨®n, los millones de estadounidenses en paro sin compensaci¨®n ni seguro m¨¦dico, las escandalosas cifras de mortalidad y contagios y lo peor a¨²n por llegar, pensamos que los votantes castigar¨ªan a Trump por esa situaci¨®n de extrema vulnerabilidad. De hecho, esa mitad de los estadounidenses que le votaron y probablemente le han vuelto a votar vieron en ¨¦l la panacea, la vacuna, no la causa de sus tormentos. Contagiado y curado en tiempo r¨¦cord, mientras se burlaba de las mascarillas y descalificaba la medicina y la ciencia, Trump ha dado la imagen de un pat¨¦tico Don Quijote frente a los molinos de viento. Pero para la abrumadora mayor¨ªa de los republicanos, es decir, los blancos que nunca han dejado de apoyarle, su actuaci¨®n era performativa: al decir que el crecimiento iba a volver, que el virus iba a desaparecer, que las temperaturas iban a subir, que las f¨¢bricas iban a reabrir, que los mexicanos iban a pagar, estaba exhibiendo un poder absoluto, mesi¨¢nico, la potestad de decir y decidir qu¨¦ iba a pasar. Y, como la epidemia y la crisis econ¨®mica son todav¨ªa m¨¢s insoportables en la medida en que no hay forma inteligible de explicar su aparici¨®n, su intensidad y su desaparici¨®n, el presidente era casi un exorcista, un cham¨¢n. Ofrec¨ªa otra racionalidad a unas personas tal vez educadas pero que se sienten alienadas por una racionalidad que les parece tecnocr¨¢tica e inoperante. Los ¡°hechos alternativos¡± son el deseo de recuperar el control de un entorno que se considera hostil. Cuanto m¨¢s ment¨ªa el demagogo, m¨¢s sensaci¨®n daba de estar protegiendo.
Por ¨²ltimo, nada impide pensar que, m¨¢s all¨¢ del deseo de restauraci¨®n sexual y racial, millones de estadounidenses simplemente se han arriesgado a hacer la apuesta de Pascal, puesto que su precariedad ¡ªreal o imaginaria¡ª es tal que han hecho el c¨¢lculo racional que sugiri¨® el fil¨®sofo franc¨¦s sobre la existencia de Dios: si voto a Trump y no es capaz de cumplir sus promesas, en cualquier caso ya estoy al borde del abismo; si no voto por ¨¦l, nunca sabr¨¦ si habr¨ªa podido devolverme mi posici¨®n. Pero si le elijo y consigue vencer a los enemigos de Estados Unidos, entonces no solo me salvar¨¦ sino que ser¨¦ un patriota ejemplar.
El Estados Unidos blanco, masculino y tradicional se coloc¨® en orden de batalla hace m¨¢s de cuatro a?os y no ha bajado la guardia desde entonces. Su deriva fundamentalista, ultranacionalista y propensa al autoritarismo es innegable. Pero no es, como no lo son Don Quijote ni el apostador de Pascal, irracional ni absurda. Su adoctrinamiento procede de sus heridas narcisistas y de la ideolog¨ªa de la decadencia que impone la respuesta, la insurrecci¨®n, la recuperaci¨®n del control. Este populismo reaccionario es la patolog¨ªa de los pueblos que han cre¨ªdo que eran Occidente y, dolidos al encontrarse con oposici¨®n, llaman a la restauraci¨®n, el orden y la tradici¨®n, como espadas y escudos contra un cambio que, sin embargo, es inevitable. Cuid¨¦monos, las dem¨¢s naciones febriles, si las aventuras con molinos de viento nos hacen temblar de miedo, de nuestras posibles tendencias trumpianas.
Sylvie Laurent es americanista e historiadora. Investigadora asociada en Stanford, es profesora en Sciences Po. Acaba de publicar Pauvre Petit Blanc (Maison des Sciences de l¡¯Homme).
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.