Con o sin nosotros
La destrucci¨®n del medio ambiente no resulta ni inevitable ni irreversible. Podemos detenerla con medidas concretas y utilizando las emociones para transmitir el mensaje de urgencia a quienes la niegan
Los cl¨¢sicos del cine dist¨®pico, como Blade Runner, de Ridley Scott, imaginan un futuro contaminado, oscurecido, de lluvia perenne, t¨¢cito resultado de la sobreexplotaci¨®n de la naturaleza. The Last Part of Us, un exitoso videojuego, cuya segunda parte se estren¨® recientemente, recoge una visi¨®n distinta del futuro, cada vez m¨¢s compartida, de un planeta reverdecido, donde la naturaleza retoma su lugar tras la pr¨¢ctica desaparici¨®n de la especie humana. Nuestro imaginario dist¨®pico adquiere tintes apocal¨ªpticos. Se instala poco a poco la idea de que el planeta sobrevivir¨¢, con o sin nosotros, e, impl¨ªcitamente, que lo mejor para todas las dem¨¢s especies ser¨ªa que nosotros desapareci¨¦semos. Este imaginario emergente cambia sutilmente la premisa de nuestras acciones en defensa del ecosistema: ya no se trata de salvar el planeta desde la compasi¨®n por un mundo natural que se degrada, sino desde el entendimiento de que es la ¨²nica manera de salvarnos nosotros como especie. Si bien la perspectiva no deber¨ªa sorprendernos ¡ªbasta considerar la evoluci¨®n de la Tierra, m¨¢s all¨¢ de la historia de la Humanidad, para asumir que la desaparici¨®n y aparici¨®n de especies forma parte de su evoluci¨®n¡ª, resulta significativo que esta visi¨®n empiece a calar en la cultura popular, especialmente, entre los j¨®venes. Invita, asimismo, a una reflexi¨®n m¨¢s amplia sobre el modo en que se comunican los retos que tenemos por delante para reparar los da?os infligidos a nuestro h¨¢bitat natural.
Varios estudios confirman la existencia de una creciente conciencia global sobre la necesidad de actuar para reequilibrar nuestra relaci¨®n con el conjunto del ecosistema, pero tambi¨¦n indican que nos sentimos cada vez m¨¢s impotentes ante los retos y que, en consecuencia, las acciones en este sentido se estancan. Surgen preguntas concretas. ?Es posible comunicar hechos y predicciones cient¨ªficas sin sumir a las sociedades en la desesperanza, la par¨¢lisis o la negaci¨®n de aquellos? ?C¨®mo convertir la conciencia en acci¨®n o, en palabras de la soci¨®loga Kari Norgaard, c¨®mo superar la brecha entre informaci¨®n abstracta y vida cotidiana? ?C¨®mo concebir la fe en el futuro en un mundo vulnerable, hoy todav¨ªa m¨¢s fragilizado por la pandemia y las respuestas a ella?
Existe cada vez m¨¢s consenso sobre la importancia de las emociones en la interiorizaci¨®n de los mensajes sobre el deterioro de nuestra biosfera. No basta con entender racionalmente las implicaciones del aumento en la temperatura media del planeta o la desaparici¨®n de millones de hect¨¢reas de la Amazonia. Necesitamos sentir y visualizar el alcance de estas alteraciones en el ecosistema, afirman numerosos expertos. Esa necesidad de implicaci¨®n emocional explica que nos resulte m¨¢s f¨¢cil reaccionar y movilizarnos en el ¨¢mbito local respecto de problemas medioambientales que nos afectan directamente y a favor de iniciativas ecol¨®gicas que mejoran nuestra calidad de vida. En un interesante estudio realizado por Kristin Haltinner y Dilshani Sarathchandra con individuos que se autodefinen como esc¨¦pticos del cambio clim¨¢tico inducido por la actividad humana, las soci¨®logas concluyen que este colectivo no es de ning¨²n modo insensible a problemas medioambientales como la contaminaci¨®n, la deforestaci¨®n o la obsolescencia programada y que, por tanto, existe un margen considerable para obtener su apoyo a pol¨ªticas verdes. La cuesti¨®n es c¨®mo se comunican estas pol¨ªticas. En lugar de presentarlas como parte de una agenda progresista m¨¢s amplia, como sucede con frecuencia, es posible que sea necesario enfatizar su impacto concreto y local ¡ªmejora de la calidad del aire, disminuci¨®n de residuos, etc¨¦tera¡ª para lograr una mayor adhesi¨®n. Hay que tener en cuenta que, si para buena parte del movimiento clim¨¢tico la interrelaci¨®n sist¨¦mica entre cambio clim¨¢tico y desigualdad econ¨®mica, social, racial y de g¨¦nero es evidente, incluso demostrable cient¨ªficamente; para muchos detractores del movimiento se trata de una visi¨®n del mundo dogm¨¢tica, milenarista, que rivaliza con otras convicciones culturales y religiosas, suscitando un rechazo emocional.
La importancia de las emociones en la concienciaci¨®n sobre el peligro que corre nuestra especie sugiere, por otra parte, que la ficci¨®n ¡ªnovelas, pel¨ªculas, tambi¨¦n videojuegos¡ª tiene un papel potencialmente importante en la difusi¨®n de los desaf¨ªos que enfrenta nuestra biosfera y llamarnos a la acci¨®n. ¡°Conectar narrativas cient¨ªficas con relatos m¨¢s emocionales podr¨ªa servir para acercar las dobles realidades del cambio clim¨¢tico¡±, sostiene Eline D. Tabak, refiri¨¦ndose al concepto de Norgaard. Hasta ahora, la ficci¨®n clim¨¢tica pertenece, esencialmente, al g¨¦nero dist¨®pico y apocal¨ªptico. Si bien el efecto de estas narraciones puede ser potente en cuanto a que nos sacude y describe, a menudo con todo lujo de detalles, la precariedad de nuestras vidas en un futuro no muy lejano; es leg¨ªtimo preguntarse si no contribuye, al mismo tiempo, a esa doble realidad: la magnitud de la cat¨¢strofe que se nos anuncia es tal, que nuestra mente no es capaz de vincularla con el aqu¨ª y el ahora y, por ende, con nuestras acciones.
La investigaci¨®n psicol¨®gica en este campo mantiene que la secuencia de emociones que suscita un determinado relato es clave a la hora de empujarnos a actuar. Parece, efectivamente, que necesitamos sentir miedo ante lo que podemos perder, visualizar la cat¨¢strofe, para escuchar e interiorizar, seguidamente, las iniciativas de acci¨®n que se nos proponen para evitar o mitigar esa p¨¦rdida. La emoci¨®n del miedo muta en determinaci¨®n para anticipar y confrontar la adversidad. Es posible distinguir esta secuencia en Una vida en nuestro planeta, el documental del popular historiador de la naturaleza y divulgador brit¨¢nico David Attenborough, que puede verse, actualmente, en Netflix. En ¨¦l, el nonagenario Attenborough repasa su vida como testimonio de nuestra destrucci¨®n exponencial de la biodiversidad del planeta en el ¨²ltimo siglo y nos presenta, d¨¦cada a d¨¦cada, los escenarios futuros a los que estamos abocados si la ruina contin¨²a. Pero, nos dice Attenborough, esta destrucci¨®n no es ni inevitable ni irreversible. Podemos detenerla, tomando medidas concretas para las cuales ya disponemos de herramientas: reduciendo el ritmo de crecimiento de la poblaci¨®n, eliminando la pobreza y asegurando una escolaridad prolongada, sobre todo, de las ni?as; aumentando nuestro ritmo de conversi¨®n a las energ¨ªas renovables; restaurando la biodiversidad, lo que implica, entre otros, reducir la enorme masa de suelo dedicada al cultivo de pienso y permitir su repoblaci¨®n natural, lo cual pasa por cambiar nuestra dieta y consumir menos carne, y reforestando masivamente con flora aut¨®ctona como se hizo, por ejemplo, en Costa Rica hace ya varias d¨¦cadas. El mensaje de Attenborough es de esperanza y, como espectador, uno quiere quedarse con las fugaces im¨¢genes, dise?adas por ordenador, de espacios futuros en los que la actividad humana se desarrolla en armon¨ªa con la naturaleza. No obstante, el historiador vuelve a recordarnos al final, en un sentido m¨¢s evolucionista que apocal¨ªptico, que, con o sin nosotros, el planeta sobrevivir¨¢.
Olivia Mu?oz-Rojas es doctora en Sociolog¨ªa por la London School of Economics e investigadora independiente.
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