El poder democr¨¢tico
Una democracia puede cometer errores, pero al contrario de la tiran¨ªa, atractiva en tiempos de crisis, puede aprender de ellos y corregir r¨¢pidamente los fallos o sustituir a quienes los cometieron
La democracia ha estado siempre bajo la sospecha de ser incompetente, sobre todo ante situaciones de urgencia y especial gravedad. Dem¨®stenes lamentaba la lentitud de Atenas frente a las amenazas expansionistas de Felipe II de Macedonia. Mientras los atenienses se dedicaban a discutir y votar, nada deten¨ªa la campa?a militar que les amenazaba. Desde entonces hasta las cr¨ªticas al parlamentarismo a comienzos del siglo XX, el reproche es siempre el mismo: la discusi¨®n de los dem¨®cratas es una p¨¦rdida de tiempo y solo el liderazgo resolutivo (de los aut¨®cratas, pero tambi¨¦n el de los t¨¦cnicos y expertos) puede poner fin a esa p¨¦rdida de tiempo y postergaci¨®n de los problemas que caracterizar¨ªa a las democracias.
Con ocasi¨®n de la pandemia los Gobiernos democr¨¢ticos han recibido una doble recriminaci¨®n en sentidos contrapuestos: porque son demasiado d¨¦biles o porque son demasiado fuertes. Por un lado, la apelaci¨®n, m¨¢s o menos expl¨ªcita, a un poder fuerte, y por otro, las manifestaciones contra las medidas sanitarias en nombre de la libertad de los individuos, que deber¨ªan poder hacer todo lo que quieran, aun poniendo en riesgo la vida de los dem¨¢s.
La acusaci¨®n de que los gobernantes abusan de su poder es pertinente en algunos Estados, pero por lo general constituye una exageraci¨®n injustificable. No deber¨ªamos perder de vista que la coerci¨®n con la que el poder pol¨ªtico puede asegurar la respuesta social necesaria para hacer frente a la crisis es muy limitada, en raz¨®n de las protecciones constitucionales de la libertad individual. El desaf¨ªo de la democracia liberal consiste en desplegar tanto poder como sea necesario, pero no m¨¢s, para asegurar la libertad de todos.
La otra cr¨ªtica considera que la democracia es incapaz de reunir el poder necesario para hacer frente a las crisis. En medio de la crisis sanitaria numerosos Estados democr¨¢ticos ofrecen un espect¨¢culo de indecisi¨®n, contradicciones y confusi¨®n que afecta a la confianza de la poblaci¨®n hacia unas medidas adoptadas y presentadas de modo incoherente. La pandemia ha dado mayor verosimilitud a las viejas cr¨ªticas de impotencia. El deseo de que haya una respuesta eficaz contra los riesgos hace que incluso la soluci¨®n autoritaria sea atractiva para una parte creciente de la poblaci¨®n. ?Es cierto que las democracias no disponen del poder suficiente para abordar las crisis y que aquel al que recurren es excesivo?
Los partidarios de empoderar a los Gobiernos para hacer frente a las crisis proponen que los primeros recortes vayan a prescindir de la dimensi¨®n deliberativa de la democracia, que se hable menos y se act¨²e m¨¢s. Hablar, en todos sus formatos, es una forma de actuar de la que no podemos prescindir ni siquiera en plena urgencia de la crisis. Es muy humano el des¨¢nimo que produce en la ciudadan¨ªa la ¨¢spera discusi¨®n entre los actores pol¨ªticos en medio de una crisis, pero tambi¨¦n lo es que se agudice la confrontaci¨®n en tales circunstancias. Las decisiones colectivas, por muy urgentes que sean, no se pueden adoptar sino en el seno de una interpretaci¨®n conflictiva de la realidad y en medio de una confrontaci¨®n expl¨ªcita de intereses. Pensar que la pol¨ªtica puede ahorrarse ese momento de discusi¨®n para abordar directamente las soluciones es no haber entendido la naturaleza de la pol¨ªtica e incluso la propia condici¨®n humana.
Puede que el verdadero debate no sea el que compara democracias impotentes y autocracias poderosas, sino otro en torno al nivel de confianza social. En un pa¨ªs de elevada confianza, la ciudadan¨ªa se fiar¨ªa de la competencia de las ¨¦lites para dirigirlo y las ¨¦lites confiar¨ªan en la responsabilidad de la gente para conducirse sin poner en riesgo la salud p¨²blica. Donde esa confianza es escasa tiende a prohibirse cualquier forma de contacto social para no arriesgarse a que la epidemia se propague y las ¨¦lites despliegan un combate encarnizado entre ellas por el poder tratando de aprovechar en su favor la desconfianza creciente hacia quienes ocupan las instituciones. Hay desconfianza en una triple direcci¨®n: entre la gente y sus representantes, de los representantes hacia la gente y entre los representantes. Las ¨¦lites insisten en sus mensajes para responsabilizar a una poblaci¨®n a la que consideran incapaz de actuar responsablemente fuera de un marco disciplinario, la ciudadan¨ªa desconf¨ªa de que sus representantes tengan la competencia que exigen las circunstancias y los actores pol¨ªticos no desaprovechan ninguna oportunidad para obtener alguna ventaja de su encarnizada confrontaci¨®n.
Aunque el respeto a las normas haya sido bastante elevado durante la primera ola de la pandemia, los movimientos recientes de protesta y la resistencia de ciertos agentes pol¨ªticos ponen de manifiesto que no hay que dar por asegurada la voluntad de obedecer. Ocurre algo similar con la confianza que podemos otorgar a nuestros gobernantes, que supieron gestionar un confinamiento que no daba lugar a muchos matices, pero est¨¢ por ver que sean capaces de hacerlo cuando el escenario es m¨¢s complejo y la variable del comportamiento individual menos predecible.
Cuando no hay confianza en la gente las normas de coordinaci¨®n social toman la forma de reglas minuciosas m¨¢s que de principios que deben adaptarse a las circunstancias concretas. Pero en una sociedad democr¨¢tica el principal recurso para enfrentarse a una pandemia es el ejercicio responsable de la libertad individual. En una democracia de alta confianza las autoridades gobiernan con los ciudadanos; donde la confianza es escasa lo hacen a pesar de los ciudadanos.
?En qu¨¦ consistir¨ªa entonces el poder de las democracias frente a la supuesta eficacia autoritaria? ?Y si la fuerza de la democracia se debiera a su capacidad de proteger la cr¨ªtica, incluida la cr¨ªtica hacia s¨ª misma? La cantinela de que las democracias son impotentes culpabiliza de ello al desacuerdo. El sabio Spinoza, en cambio, situaba su poder en la falta de unanimidad. Mientras que las tiran¨ªas son arbitrarias y cambiantes, en una democracia ¡°lo absurdo es menos temible, ya que es casi imposible que la mayor¨ªa de los hombres se pongan de acuerdo en una ¨²nica y misma absurdidad¡±. Spinoza no ignoraba los errores humanos; advert¨ªa simplemente que en una sociedad plural es m¨¢s dif¨ªcil cometerlos que en aquellas en las que el pluralismo hubiera podido ser suprimido. El desacuerdo tiene muchos inconvenientes, pero al menos impide la obstinaci¨®n en el error. Aun suponiendo que las democracias y los autoritarismos tengan las mismas posibilidades de equivocarse, es mejor equivocarse en una democracia porque en ella ¡ªdebido al car¨¢cter controvertido de la opini¨®n p¨²blica y a su r¨¦gimen competitivo¡ª es m¨¢s f¨¢cil y m¨¢s r¨¢pido abandonar el error (o que te obliguen a abandonarlo). La democracia es un sistema pol¨ªtico en el que se pueden efectuar procesos de aprendizaje abiertos, alimentados por una cr¨ªtica razonada a las autoridades y a sus errores, de manera que es siempre posible corregirlos e incluso sustituir a quienes los cometieron. El poder de la democracia es su capacidad de aprender.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica e investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco. Autor del libro Pandemocracia. Una filosof¨ªa de la crisis del coronavirus (Galaxia Gutenberg).
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