De instituciones y personas
Ni el Gobierno ni la Casa del Rey han explicado ninguna medida encaminada a reforzar controles democr¨¢ticos. ?No ser¨ªa oportuno hacerlo?
Se atribuye a Jean Monnet, inspirador del proceso de integraci¨®n europea, la frase en la que afirma la importancia de las instituciones, m¨¢s all¨¢ del valor que pueden aportar las personas que las dirigen. Aun compartiendo esta idea, es evidente que algunas personas impactan de manera significativa en las instituciones facilitando con su comportamiento su consolidaci¨®n o su deterioro. Como es f¨¢cil de imaginar, algo as¨ª ocurre de forma casi natural en instituciones de corte hereditario hasta el punto de que el v¨ªnculo hacia la instituci¨®n puede estar condicionado por el afecto a la persona que la representa (recu¨¦rdese aquello de que en Espa?a no hab¨ªa mon¨¢rquicos, sino juancarlistas) y romperse irreversiblemente si, llegado el caso, el afecto se transforma en reproche generalizado.
Pues bien, el comportamiento de don Juan Carlos como Rey no se ha acomodado a las exigencias que impone la dignidad que exige ser el titular de la Corona, ni siquiera en su variable de Em¨¦rito. La protecci¨®n que le otorga la inmunidad mientras fue Rey le garantiza en lo personal un escudo frente a cualquier reproche judicial, pero no le sirve de salvoconducto para recuperar la confianza de la sociedad a la que sirvi¨®. Tampoco una regularizaci¨®n fiscal a destiempo le devolver¨¢ el respeto perdido. Imaginar lo contrario simplemente no es realista. De hecho, con la informaci¨®n de la que se dispone hasta la fecha, es evidente que el Rey Juan Carlos ha conducido su vida a sabiendas de que lo que hac¨ªa resultaba incompatible con el modo de proceder de quien es el titular de la Corona en una sociedad democr¨¢tica.
Todav¨ªa queda por despejar el momento en el que esta forma de proceder que estamos conociendo ahora se inici¨® o, si se prefiere, se acentu¨® hasta lo inadmisible. Ese detalle no es menor pues nos interpela acerca de los fallos del propio sistema para garantizar el buen funcionamiento de la Corona cualquiera que sea el est¨¢ndar de virtud p¨²blica que se autoimponga su titular. Por todo ello, la defensa de la instituci¨®n no pasa por oponer insistentemente el comportamiento honorable de Felipe VI frente al de su padre. Algo as¨ª insiste err¨®neamente en el valor de la persona, en lugar de enfatizar el de la instituci¨®n. La ¨²nica estrategia v¨¢lida que, a mi juicio, admite la compleja situaci¨®n por la que atraviesa la Corona pasa por incrementar de manera notable los controles con el prop¨®sito de desincentivar que la persona se aparte de los c¨®digos requeridos en funci¨®n de la representaci¨®n que ostenta y, de ocurrir, se pueda intervenir a tiempo. Ni el Gobierno ni la Casa del Rey han explicado ninguna medida encaminada a reforzar tales controles democr¨¢ticos. ?No ser¨ªa oportuno hacerlo?
Y, no, don Juan Carlos no deber¨ªa considerar la opci¨®n de regresar a Espa?a, al menos de momento. No puede hacerlo si, adem¨¢s de su persona, todav¨ªa le importa algo la instituci¨®n.
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