La vuelta a casa, ?por Navidad?
En estos d¨ªas sentimos la necesidad de recuperar ese tiempo en que supimos vivir de otra manera
?Y si no volvi¨¦ramos a casa por Navidad? ?Qu¨¦ hay en esta celebraci¨®n que asumimos como males inevitables los atascos, empachos, broncas familiares y este a?o, adem¨¢s, los riesgos de un desenlace fatal? ?Por qu¨¦ nos cuesta tanto trabajo obviar estas fechas? No recuerdo cu¨¢ndo fue la ¨²ltima vez que entr¨¦ en una iglesia, mi hijo no est¨¢ bautizado y soy divorciada. Como para muchos de mis conciudadanos, esta no es una ocasi¨®n religiosa. Aunque la mayor¨ªa de los espa?oles se consideren cat¨®licos ¡ªel 68,9%, seg¨²n la ¨²ltima encuesta del CIS¡ª, menos de un tercio se reconocen practicantes. Si no es el aspecto religioso, ?qu¨¦ nos impide renunciar?
A principios del siglo pasado, ?mile Durkheim hac¨ªa notar en Las formas elementales de la vida religiosa (1912) que la funci¨®n social de la religi¨®n era la cohesi¨®n social, una idea que algunos representantes del movimiento Nuevo Ate¨ªsmo han tomado para defender la importancia del estudio de las religiones, su permanencia en todas las culturas conocidas, y el inter¨¦s en la pervivencia de algunos rituales. El ritual, como indica el antrop¨®logo Conrad P. Kottak, es un acto social que se repite con cierta frecuencia y que traduce mensajes duraderos, valores y sentimientos en acci¨®n. Quien asiste a un ritual puede estar m¨¢s o menos entregado a las creencias subyacentes, pero por el hecho de participar en este acto conjunto denota que acepta un orden social y moral com¨²n que lo trasciende. He aqu¨ª donde comienza lo importante, en el trascender del yo. Quiz¨¢ lo que necesitamos, este a?o m¨¢s que nunca, es trascendernos. Dejar nuestros peque?os egos, nuestros peque?os mundos y nuestras peque?as identidades para volver a casa.
?A qu¨¦ casa? Queremos volver a un lugar que no necesariamente existe, a la morada del pasado, al hogar de la infancia, a la casa que ¡ªcomo dec¨ªa Gaston Bachelard en La po¨¦tica del espacio (1965)¡ª ha quedado inscrita en nosotras. Queremos volver all¨ª donde se disparan nuestros recuerdos y tambi¨¦n nuestra imaginaci¨®n, sea este un lugar f¨ªsico o imaginado. Queremos darnos un respiro de funcionalidad y de m¨¢quinas, incluida la m¨¢quina de habitar que para Le Corbusier era la casa de la sociedad industrial. Buscamos un espacio m¨¢s amplio. Al menos por unos d¨ªas al a?o, no nos conformamos con unas estancias en donde descansar y perpetuar el trabajo. Ansiamos entrar en otro sitio donde no estemos condicionados por un cometido concreto. Queremos dejar de ser trabajadores asalariados o buscadores de empleo, estudiantes o cuidadores. Sentimos la necesidad de volver a donde fuimos ni?as y supimos vivir de otra manera. El ni?o, cito a Nietzsche, es inocencia y olvido, un juego, una rueda que se mueve por s¨ª misma. El ni?o se inserta en su comunidad y la transforma. Todas y todos fuimos un d¨ªa motores del s¨ª; afirmaci¨®n de la vida. Nos sent¨ªamos en casa, en parte, porque ¨¦ramos nosotras quienes la hac¨ªamos. La Navidad cristiana conmemora un nacimiento, y algo que nos queda a creyentes y no creyentes es el ansia por renacer.
Considerar nuestra reticencia a abandonar la Navidad como puro ego¨ªsmo o enajenaci¨®n mental es infravalorar la complejidad del ser humano. Hubo un tiempo, dec¨ªa Flaubert, en que estuvimos sin dioses: de Cicer¨®n a Marco Aurelio los viejos dioses hab¨ªan muerto y Cristo todav¨ªa no estaba. ?Vivimos un momento similar? ?O es que nuestras nuevas religiones no nos satisfacen? Nuestra sociedad no est¨¢ exenta ni de ritos ni de deidades. Tenemos una tan poderosa que hasta la pandemia ha respetado (si no reforzado): el mercado. El mercado genera ritos. En los ¨²ltimos a?os nuestras pantallas se llenan de t¨¦rminos importados, como el Black Friday o el Cyber Monday, que ordenan el calendario como otrora lo hiciera el santoral. Este ritual nos ofrece un escape envenenado a la cotidianidad. Nos seducen bajo la apariencia del cambio de roles. Por unos minutos, quiz¨¢ horas, todas y todos somos iguales en el centro comercial f¨ªsico o virtual. Convertidos en consumidores an¨®nimos entramos en el templo y adoramos el producto, la oferta que nos llenar¨¢ de alegr¨ªa, tambi¨¦n a nuestros seres queridos. Sin embargo, la trampa acecha. Perpetuarnos como feligreses supone ofrecer constantemente el fruto de nuestro trabajo. As¨ª nos vemos envueltos en una rueda de h¨¢mster que nos individualiza todav¨ªa m¨¢s y destruye cualquier oportunidad de trascendencia. Soy de la opini¨®n de que la Navidad todav¨ªa no es eso, o no es solo eso, pero los rituales cambian vertiginosamente por el descuido de unos y la sagacidad de otros. El Poder sabe c¨®mo apa?¨¢rselas. En el a?o 383, el emperador Teodosio crey¨® conveniente prohibir el culto al Sol Invictus, celebrado el 25 de diciembre, y ya no hubo ning¨²n otro rito en el imperio fuera del cristianismo. Los emperadores de hoy en d¨ªa no necesitan de edictos, tienen la publicidad.
Quiz¨¢ sea conveniente que este a?o repensemos en serio la Navidad y a qu¨¦ ritos nos hemos entregado. ?Qu¨¦ nos hace falta para sentirnos de nuevo en casa? Buscar lo que nos une, al menos una vez al a?o, suele merecer la pena.
Mar G¨®mez Glez es dramaturga, narradora, cr¨ªtica y profesora universitaria.
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