El fin del a?o de la peste
Contra lo que proclam¨® nuestro Gobierno, ni hemos vencido al virus, ni vamos a salir m¨¢s fuertes cuando salgamos, ni estamos m¨¢s unidos tampoco: los mismos que nos reclaman solidaridad, propalan la divisi¨®n
El pr¨®ximo jueves el reloj dar¨¢ las campanadas que marquen el fin del a?o de la peste. Un tiempo arrebatado a la Humanidad. Hac¨ªa un siglo que el mundo no padec¨ªa una cat¨¢strofe semejante. Solo la gripe de 1918, que multiplic¨® las derrotas de la Gran Guerra, y el ominoso conflicto mundial de los a?os cuarenta, escenario del Holocausto de los jud¨ªos y pr¨®logo del exterminio nuclear, son precedentes de un hecho global tan fat¨ªdico como el que padecemos, capaz de afectar a toda la poblaci¨®n del planeta.
Para cuando se publiquen estas l¨ªneas se habr¨¢n contabilizado ya 1.800.000 personas muertas por covid, y 80 millones de contagiados. En Espa?a, el n¨²mero oficial de fallecimientos supera los 50.000, aunque las cifras reales son probablemente un 30% o un 40% m¨¢s abultadas. La riqueza mundial ha descendido un 6% y el producto interior bruto espa?ol se ha despe?ado en casi dos veces dicho porcentaje. La Organizaci¨®n Internacional de Trabajo anuncia que el desempleo puede rebasar los 200 millones de parados en el mundo, cerca de un 2% de ellos en nuestro pa¨ªs. Este es el balance de los solo 10 meses transcurridos desde que se declarara oficialmente la pandemia por las autoridades sanitarias. Despidamos a 2020, y a la nueva normalidad que las autoridades anunciaban, con una patada que en no pocos casos habr¨ªa que atizar a la cara del poder.
Contra lo que proclam¨® nuestro Gobierno, y tantos otros que en el mundo han sido, ni hemos vencido al virus, ni vamos a salir m¨¢s fuertes cuando finalmente salgamos, ni estamos m¨¢s unidos tampoco: los mismos que nos reclaman solidaridad, propalan la divisi¨®n. En las epidemias, como en las guerras, la verdad se cuenta entre sus primeras v¨ªctimas. Pero, por m¨¢s que la silencien, la misma verdad es terca: familias destrozadas, ancianos muertos en su soledad, abandonados en sus camas, enterrados a toda prisa, en ocasiones con serios errores de identificaci¨®n, cad¨¢veres api?ados en pistas de recreo, cientos de miles de empresas en la ruina, mientras se multiplican las colas del hambre, se colapsan hospitales, se inmoviliza a la poblaci¨®n, se la culpabiliza, se la rastrea, se la intimida con un enemigo letal, de origen todav¨ªa hoy desconocido. El panorama se repite por doquier en nuestro mundo. A todos iguala la enfermedad: pa¨ªses ricos y pobres, sin distinci¨®n de sexos, etnias, lenguas ni religi¨®n. As¨ª ser¨¢ tambi¨¦n cuando suenen las trompetas del D¨ªa del Juicio.
Junto a la mentira, fruto de ella, crecen la desconfianza, el miedo, la falta de empat¨ªa, de liderazgo y de humildad que los dirigentes proyectan sobre sus pueblos; tambi¨¦n sufrimos la manipulaci¨®n de las protestas por quienes ven en ellas una oportunidad de desafiar al poder para tratar de alcanzarlo. Son demasiados quienes pretenden aprovecharse de las flaquezas ajenas para rentabilizarlas en su propio beneficio. El virus amenaza adem¨¢s con transformar perdurablemente nuestras formas de vida. Sin tocarnos, sin olernos, sin descubrir el rostro, perece la simpat¨ªa entre las gentes. No solo entre quienes gobiernan y quienes son gobernados; tambi¨¦n, entre los gobernantes y sus adversarios y, finalmente, entre los gobernantes mismos entre s¨ª. Simpat¨ªa: del griego, sentir con el otro, comunidad de sentimientos. Sin simpat¨ªa no hay convivencia, no hay proyecto, no hay responsabilidad. Sin proyecto tampoco habr¨¢ futuro.
Albert Camus, en su inolvidable novela donde describi¨® la invasi¨®n de la ciudad de Or¨¢n por millones de ratas, defini¨® con rigor las consecuencias de la peste: el exilio interior de quienes la padecen, la soledad, la incomunicaci¨®n y el miedo. Para combatirlas nos inundan de palabras nuevas o recuperadas: confinamiento, coronavirus, covid, resiliencia, perimetraje, toque de queda... Tambi¨¦n escamotean otras: dolor, aflicci¨®n, negligencia, ignorancia. Los pol¨ªticos llaman a la unidad de los ciudadanos mientras ellos se insultan en los parlamentos; convocan a la responsabilidad mientras la eluden, a la solidaridad mientras la rompen. En el caso espa?ol, 17 estrategias contra un mismo enemigo; en el caso europeo, solo el dinero, no los valores democr¨¢ticos, parece unir la toma de decisiones; a nivel planetario, s¨¢lvese el que pueda. Cada pa¨ªs llora a sus muertos y protege a sus ciudadanos. ?Habr¨¢ quien se interese tambi¨¦n por la suerte de los otros?
La ocultaci¨®n de la verdad, la dispersi¨®n en las medidas, el secretismo sobre la identidad de quienes las toman, la arrogancia de los comunicadores, la ausencia de liderazgo, el oportunismo en suma, reinaron desde un principio en la gesti¨®n de la crisis. Trump recomend¨® inyectarse lej¨ªa en las venas; Bolsonaro repudia reiteradamente en p¨²blico el uso de tapabocas; en Espa?a se anunci¨® oficialmente que solo habr¨ªa un par de contagiados y que no val¨ªan para nada las mascarillas, antes de obligarnos a llevarlas y detener policialmente a quienes se resistieran a ello. El pretexto era no alarmar al p¨²blico, porque no exist¨ªan suficientes unidades en el mercado. Lo ¨²nico que verdaderamente alarma a los pueblos es que les mientan sobre las amenazas que sobre ellos se ciernen. Y mientras se silencia ilegal e il¨ªcitamente el nombre de los expertos que aconsejan al poder, o se rechaza una auditor¨ªa p¨²blica de la gesti¨®n del Gobierno, este inaugura un registro de vacunados y no vacunados. Quienes manejan nuestra identidad se niegan a dar la suya. De modo que, junto a la verdad, la ley y el Estado de derecho tambi¨¦n sufren tortura. Se otorgan por doquier poderes extraordinarios para los Gobiernos, muchas veces sin control parlamentario, sin un debate previo y recurrente, sin la transparencia debida.
El terror nace en la oscuridad, en el aislamiento y en el silencio del otro. ¡°Lo hemos hecho y lo hacemos lo mejor que podemos¡±, se exculpan los responsables. Quiz¨¢s ellos lo creen as¨ª, pero no es cierto por compungidos que se muestren: en el caso espa?ol al menos lo pudieron hacer mejor, lo pueden hacer mejor todav¨ªa, tanto el Gobierno como la oposici¨®n. El pasmo y la ineptitud de que unos y otros hicieron gala al comienzo de la invasi¨®n era perdonable. Tuvieron que improvisar respuestas ante un enemigo desconocido y letal. No convocaron, sin embargo, a los sabios, sino a los expertos en comunicaci¨®n, y como explica John M. Barry, autor de un libro fundamental sobre la pandemia de 1918, en tales circunstancias no es preciso gestionar la verdad, sino decirla. El precio de no hacerlo se paga en vidas humanas.
Como en toda cat¨¢strofe, hay y ha habido tambi¨¦n motivos de esperanza, aunque apenas sirvan de consuelo. La ciencia ha sido capaz de poner a disposici¨®n de la humanidad m¨¢s de media docena de vacunas en tiempo r¨¦cord, y algunas de ellas suponen una revoluci¨®n aut¨¦ntica en la t¨¦cnica empleada. En Espa?a, la responsabilidad de las gentes, tambi¨¦n de los m¨¢s j¨®venes, resalta por doquier, y solo se pueden rese?ar esc¨¢ndalos puntuales. La dedicaci¨®n y esfuerzo de los profesionales de la sanidad, del todo admirable, merece un mejor reconocimiento por parte de las autoridades del Gobierno central y de los auton¨®micos. Menos aplausos, m¨¢s personal, y un presupuesto acorde con las necesidades: salarios dignos y medios adecuados. En resumen, nuestros ciudadanos s¨ª lo est¨¢n haciendo mejor de lo que pueden. Frente a un Estado espasm¨®dico, sometido a convulsiones sin cuento incluso por quienes juraron servir y proteger a las instituciones que lo encarnan, sobresale la imagen de esta sociedad civil poderosa y moderna, comprometida consigo misma y con el pa¨ªs, cuyo silencio resignado empa?an los bocinazos de la extrema derecha, el griter¨ªo de la enso?aci¨®n nacionalista y la agitaci¨®n bolivariana. Ojal¨¢ en el a?o que entra Gobierno y oposici¨®n se apeen de su narcisismo y, ante la amenaza com¨²n, sean capaces de demostrar al pueblo al que han jurado fidelidad que son capaces de caminar juntos aunque piensen diferente.
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