Una violenta parodia
Insurrecci¨®n, autogolpe, mot¨ªn o rabieta postrera de Trump, lo ocurrido puede ser el huevo de la serpiente
Qu¨¦ fue lo que realmente sucedi¨® en el Capitolio de Washington el pasado mi¨¦rcoles 6? ?Una insurrecci¨®n? ?Un intento fallido de autogolpe de Estado? ?Un mot¨ªn de la extrema derecha impulsado por su l¨ªder Donald Trump? ?O la postrera rabieta de un l¨ªder que no aceptaba su derrota electoral, para quien el escal¨®n m¨¢s bajo al que puede caer un ser humano es el de ¡°perdedor¡±, y que quiso cobrarse con una pataleta peligrosa y mortal contra aquellos que certificar¨ªan su derrota?
Nadie duda de la seriedad de los hechos: la violencia, los disparos, la irrupci¨®n de la horda, los muertos. La ruptura de todo orden legal por instigaci¨®n de la misma persona que ha sido elegida para mantener ese orden legal.
Una insurrecci¨®n implica el levantamiento de un pueblo o de una naci¨®n contra sus autoridades para deponerlas y tomar el poder pol¨ªtico. No es eso precisamente lo que sucedi¨® en Washington, aunque tenga un vaho a esa tipolog¨ªa de hechos. La turba enardecida que irrumpi¨® en el Congreso respond¨ªa a las directrices de quienes detentan el poder pol¨ªtico, y al parecer no pretend¨ªan dar fuego al Capitolio y perpetrar una ¡°noche de cristales rotos¡± con los congresistas dem¨®cratas. Su acci¨®n parec¨ªa un golpe de mano o putsch fascista, pero se qued¨® a medio camino. Buscaban impedir la votaci¨®n que certificar¨ªa la derrota de su l¨ªder y ni siquiera eso lograron. Hubo una interrupci¨®n de varias horas, tiempo que fue aprovechado por las hordas para tomarse selfis y contemplar ¡ªentre embobados y burlones¡ª la arquitectura glamorosa del Capitolio, para disfrutar sus quince minutos de fama. Pero al final todo volvi¨® al orden y la derrota de Trump result¨® m¨¢s aplastante de lo que hubiese sido sin la parodia violenta que mont¨®: al d¨ªa siguiente, el presidente tuvo que aceptar p¨²blicamente su derrota y ahora lo acosa el fantasma de la destituci¨®n inmediata, aunque s¨®lo queden once d¨ªas de su mandato. Derrotado, y adem¨¢s humillado. ?Una insurrecci¨®n?
Tampoco se trat¨® del frustrado intento de un autogolpe de Estado. Los mismos congresistas y senadores republicanos que debieron haber participado en ¨¦l fueron tomados por sorpresa. Atemorizados y enmudecidos, no se parec¨ªan en nada a los bravucones que hab¨ªan subido al podio y que aprovechaban toda palestra para azuzar contra los resultados electorales. A primera vista, en caso de que haya habido un complot ¡ªentre el presidente, sus representantes y la turba¡ª, su organizaci¨®n fue tan mala, tan desastrosa, que tampoco pas¨® de una violenta parodia. Incluso la hip¨®tesis de que la polic¨ªa encargada de cuidar el Capitolio haya estado involucrada en una conspiraci¨®n, parece dif¨ªcil de confirmar. Hubo ineficiencia y quiz¨¢ connivencia de algunos mandos y agentes, pero no hay datos que hagan suponer su intenci¨®n de sumarse a los amotinados para liquidar a los congresistas dem¨®cratas.
?Qu¨¦ fue entonces? ?La rabieta postrera de Trump, su ¨²ltimo desquite?
En un art¨ªculo aparecido en la publicaci¨®n estadounidense Pol¨ªtico, y cuyo t¨ªtulo es La Am¨¦rica de Trump se convierte en uno de esos pa¨ªses de mierda (Trump¡¯s America Becomes One of Those ¡®Shithole Countries¡¯), el periodista John F. Harris ¡ªeditor fundador de esa publicaci¨®n¡ª asegura que lo sucedido en el Capitolio era el ¡°destino l¨®gico¡± de esta administraci¨®n, terminar llevando a la naci¨®n al caos institucional que ¨¦sta desprecia. En uno de esos ¡°pa¨ªses de mierda¡± (llamados as¨ª por Trump), El Salvador, se han producido en las ¨²ltimas d¨¦cadas dos eventos semejantes a lo que sucedi¨® en Washington. Luego del fin de la guerra civil y de la realizaci¨®n de las primeras elecciones democr¨¢ticas en 1994, los desmovilizados del Ej¨¦rcito y de la guerrilla tomaron violentamente el edificio de la Asamblea Legislativa para demandar que se cumplieran los acuerdos relativos a los beneficios que se les entregar¨ªan. Permanecieron en poder de las instalaciones un par de d¨ªas mientras negociaban con el Gobierno; obtuvieron promesas y se retiraron. M¨¢s recientemente, el 9 de febrero de 2020, el presidente Nayib Bukele (destacado admirador de Trump) invadi¨® la Asamblea Legislativa escoltado por el Ej¨¦rcito, a fin de obligar a que el Poder Legislativo le aprobara un pr¨¦stamo. Hubo consternaci¨®n internacional por la militarizaci¨®n de El Salvador, pero Bukele se sali¨® con la suya.
Aseguran los expertos que el presidente Trump no pudo convencer a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos de que lo acompa?aran en su aventura. La destituci¨®n del secretario de Defensa, Mark Spere, el 9 de noviembre, y las dif¨ªciles relaciones del presidente con la c¨²pula castrense abonan esta hip¨®tesis. De confirmarse este aserto, la rabieta presidencial que acab¨® en una violenta parodia pudo haber sido algo mucho peor, de consecuencias catastr¨®ficas.
La semilla de la sedici¨®n ha sido sembrada, afirman dirigentes dem¨®cratas. Fueron s¨®lo unas docenas los manifestantes que lograron irrumpir en el Capitolio, pero habr¨¢ que esperar las encuestas para saber cu¨¢ntos millones de estadounidenses aprueban los hechos. Recordando al cineasta Ingmar Bergman, quiz¨¢ en esta funci¨®n hayamos visto apenas El huevo de la serpiente.
Horacio Castellanos Moya es un escritor salvadore?o radicado en Estados Unidos. Autor de 12 novelas. Acaba de ser publicada su obra La diabla en el espejo (Literatura Random House).
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