¡®Selfigolpe¡¯
De tanto vivir a golpe de tuit, los partidarios de Trump protagonizaron un golpe de Estado tur¨ªstico
Que las redes sociales fomentan una realidad paralela lo sabe cualquiera que se asome a ellas. Ver¨¢ que en un pa¨ªs con cuatro millones de desempleados, la mayor¨ªa de las autofotos hacen referencia a cenas estupendas, casas despampanantes y coches a gran velocidad. Unos j¨®venes que mayoritariamente tendr¨¢n que renunciar a sus vocaciones laborales y a que el curso natural de sus estudios desemboque en un trabajo a la altura, reciben de esas redes el mensaje de que pueden hacerse millonarios con tan solo comentar los juegos de consola o retratarse con ropa regalada. La primera vez en que esa disensi¨®n entre la vacuidad de las redes y la terrible verdad se hizo visible en la pol¨ªtica fue con las primaveras ¨¢rabes. Las revueltas de los j¨®venes en muchos pa¨ªses triunf¨® en las cuentas virtuales, pero 10 a?os despu¨¦s sabemos que el poder los ha condenado a vivir con mayor represi¨®n, m¨¢s persecuci¨®n y menos derechos a¨²n de los que gozaban. Si faltaba un hito de dimensi¨®n planetaria para refrendar esta esquizofrenia inducida, lleg¨® el d¨ªa de Reyes con la toma del Capitolio en Washington por parte de las hordas desbocadas del supremacismo blanco que tanto ha alentado el presidente Trump durante su mandato.
Ser¨ªa presuntuoso considerar ese hecho deleznable un intento de golpe de Estado. Realmente se trat¨® de un selfigolpe. Una vez que invadieron el espacio institucional y se vieron ganadores frente a las escasas fuerzas de seguridad, la mayor¨ªa de quienes tomaron el Capitolio se dedicaron a sacarse fotos, retratarse pisoteando los s¨ªmbolos pol¨ªticos y gritando ese est¨²pido lema tan compartido de ¡°No nos representan¡±. De tanto vivir a golpe de tuit, protagonizaron un golpe de Estado tur¨ªstico. El turismo de los ¨²ltimos a?os consiste, mayoritariamente, en limitarse a dejar constancia de que uno ha hecho cima. Vale lo mismo coronar el Everest que visitar la Capilla Sixtina o posar frente al Taj Mahal. Pues los supremacistas trumpistas dieron un golpe, se hicieron la foto y luego buscaron d¨®nde tomar un refrigerio antes de volver a sus casas y ordenar cuidadosamente los disfraces en las cajas que guardan en el garaje.
No debemos quitarle gravedad al incidente. Aunque solo sea simb¨®licamente, Estados Unidos ha protagonizado la mayor verg¨¹enza nacional en d¨¦cadas. Sin embargo, puede considerarse afortunado de que el final del mandato de Trump ofrezca una imagen tan clara de lo que ha sido. En absoluto un accidente electoral sin resonancia, sino la exposici¨®n clara de que una parte enorme de su sociedad est¨¢ enferma y corrompida en los valores democr¨¢ticos m¨¢s b¨¢sicos. Frente al autorretrato con las botas encima de la mesa, reson¨® un disparo que mat¨® a una de las invasoras y fue asesinado un polic¨ªa a golpes de extintor. Podr¨ªamos considerar que esos dos actos, que no encontraron resonancia entre tanta algarab¨ªa, son las dos ¨²nicas presencias de lo real entre la revoluci¨®n representada como una farsa televisada. Las redes nos est¨¢n separando de lo real en una perfecta sinton¨ªa con intereses que pretenden fomentar burbujas unipersonales frente al entendimiento colectivo. Han corrido a cancelar las cuentas de Trump, pero hubiera sido m¨¢s decente que se cancelaran a s¨ª mismas hasta que los usuarios aprendieran a usarlas como en su tiempo logramos hacer con el tel¨¦grafo, la c¨¢mara de fotos y el fon¨®grafo. Prolongaciones ¨²tiles de lo real, pero jam¨¢s sustituciones.
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