La Italia de Draghi
En plena depresi¨®n pand¨¦mica el nuevo Gobierno ha reavivado el optimismo de la inteligencia
Vivimos tiempos extra?os, en Italia y en Europa. En invierno esper¨¢bamos con fervor la primavera, su promesa de renacimiento. El cambio de estaci¨®n lleg¨® antes de lo previsto en el calendario, a finales de febrero, y descubrimos que se trataba de una primavera falsa. En marzo, el n¨²mero de contagios volvi¨® a subir, el term¨®metro baj¨® y empeor¨® nuestro estado de ¨¢nimo. Cuando se cumple un a?o exacto del primer confinamiento, tenemos la impresi¨®n de haber regresado a la casilla de salida de esta odisea sin gloria, de estar como en una de esas pesadillas en las que nos falta voz para gritar y piernas para correr, y de la que no conseguimos despertar.
En marzo de 2020 reaccionamos a la amenaza fantasma del virus con un vigor alarmado, rechazamos el peligro mortal con un repliegue adrenal¨ªnico, una actitud combativa, que incluso se traduc¨ªa en momentos de calurosa conmoci¨®n colectiva (los cantos en los balcones, los aplausos para darnos ¨¢nimo, las bellas banderas al viento). Hoy, en cambio, de nuevo en el punto de partida, sufrimos un bajo nivel de energ¨ªa y motivaci¨®n, poca autoestima, dificultad para tomar decisiones, poca capacidad para disfrutar de la vida cotidiana. Trabajamos, pero nos resulta dif¨ªcil llevar a cabo nuestras obligaciones; nos obligamos a ver a los amigos al aire libre para un saludo r¨¢pido, pero las relaciones sociales, francamente, nos resultan dolorosas; todo nos cuesta mucho esfuerzo, incluso las cosas m¨¢s normales; nos sentimos desmoralizados, tristes, vac¨ªos, desesperanzados, preocupados, indefensos, culpables, irritados y ofendidos.
Lo que acaban de leer es, palabra por palabra, la descripci¨®n cient¨ªfica de la distimia, un trastorno del estado de ¨¢nimo similar a la depresi¨®n, de menor gravedad pero con tendencia a hacerse cr¨®nica. Pues bien, muchos, demasiados, nos reconocer¨ªamos en este cuadro cl¨ªnico. Un a?o ininterrumpido de esperanzas defraudadas, de ver una y otra vez c¨®mo se frustran las expectativas sobre el fin de la pandemia, han generado en todos un estado depresivo de baja intensidad. El miedo a que la epidemia pueda volverse end¨¦mica repercute en un estado de postraci¨®n mental cr¨®nica. El golpe definitivo a nuestras esperanzas lo ha asestado la tambaleante campa?a de vacunaci¨®n. Por unos instantes, el extraordinario ¨¦xito de las investigaciones cient¨ªficas nos entusiasm¨®. Un famoso arquitecto, Stefano Boeri, proyect¨® unos pabellones en forma de pr¨ªmula, la flor que anuncia la primavera, en los que nos imaginamos una campa?a de vacunaciones en masa que iba a progresar al paso glorioso de una epopeya de resurgimiento. Pero la escasez de vacunas disponibles y los numerosos errores organizativos a nivel europeo y local han transformado la promesa de la palingenesia colectiva en una prolongaci¨®n de la agon¨ªa individual. Nada de pr¨ªmulas. Ha vuelto el invierno de nuestro descontento.
En este clima de depresi¨®n, la investidura de Mario Draghi como presidente del Consejo de Ministros, apoyado por una ampl¨ªsima coalici¨®n de partidos que hasta ayer eran rivales, ha reavivado sin duda el optimismo de la inteligencia, pero no el de la voluntad. Se temi¨® que ceder el poder pol¨ªtico al expresidente del BCE significara el regreso de aquella nefasta expectativa del ¡°hombre providencial¡± (como dijo Benito Mussolini) que tantas veces, en el pasado e incluso en tiempos recientes, ha seducido a los italianos con la peligrosa idea de que la inextricable complejidad de la realidad pod¨ªa resolverse con la llegada de un ¡°salvador de la patria¡±, capaz de eliminar los problemas con un solo gesto brusco y viril. Mi opini¨®n es que, en este caso, ese temor es infundado. Por actitud, historia e identidad, Draghi no se parece en nada al hombre providencial, por m¨¢s que se le llame enf¨¢ticamente ¡°salvador de Europa y del euro¡±. Afortunadamente, Draghi es el hombre competente, el hombre del saber hacer, dotado de autoridad para tratar, juzgar y resolver asuntos concretos, especialmente de car¨¢cter econ¨®mico. As¨ª lo demuestra el estilo que ha mostrado en sus primeros d¨ªas: un discurso ante el Parlamento sobrio, preciso, denso, que son¨® como ese proyecto de pa¨ªs que aguardamos en vano desde hace a?os; un equipo ministerial que, si no ha cumplido la promesa de un Gobierno de los ¡°mejores¡±, s¨ª es el mejor Gobierno posible dadas las circunstancias; sin proclamas, sin anuncios rimbombantes y con trabajo serio entre bastidores.
Pero todo esto no es suficiente para levantarnos la moral, postrada por esta pandemia que no acaba. Todav¨ªa estamos en vilo, entre la esperanza y el desaliento (seg¨²n un sondeo reciente, el 45% de los italianos dice estar dispuesto a afrontar con seriedad y valent¨ªa otro confinamiento total pero, por otra parte, ese es el mismo porcentaje de audiencia que han obtenido las cuatro veladas televisivas del Festival de San Remo, la eterna distracci¨®n nacional-popular de nuestro resignado pa¨ªs). Frente al en¨¦simo fracaso de Europa y la ineptitud demostrada por gran parte de la clase pol¨ªtica, no basta una fuerte inyecci¨®n de competencia. Hace falta un relato. A ser posible, sobrio, preciso y veraz. Para salir del estado depresivo actual, los italianos, los europeos, necesitamos ese relato, un canto coral que nos levante el ¨¢nimo y nos d¨¦ el coraje para estar a la altura de nuestro destino com¨²n.
Antonio Scurati es escritor.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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