V¨ªctimas de una guerra civil
El Estado democr¨¢tico tiene que corregir una anomal¨ªa derivada de la propia historia y tratar con igual respeto a los ¡°paseados¡± por uno u otro bando. Y cumplir as¨ª una resoluci¨®n del Parlamento Europeo
La guerra civil espa?ola de 1936-1939, como otras similares antes o despu¨¦s, no estall¨® de improviso como un fen¨®meno natural ni por la acci¨®n mal¨¦vola de minor¨ªas aisladas y sin arraigo social profundo. Es un error considerarla mero producto de la rebeli¨®n militar de un pu?ado de traicioneros ¡°generales facciosos¡± o entenderla como acci¨®n preventiva para anular ¡°un complot comunista¡± inminente. Con independencia de sus causas (m¨¢s complejas de lo que pretende el manique¨ªsmo especular filofranquista...
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La guerra civil espa?ola de 1936-1939, como otras similares antes o despu¨¦s, no estall¨® de improviso como un fen¨®meno natural ni por la acci¨®n mal¨¦vola de minor¨ªas aisladas y sin arraigo social profundo. Es un error considerarla mero producto de la rebeli¨®n militar de un pu?ado de traicioneros ¡°generales facciosos¡± o entenderla como acci¨®n preventiva para anular ¡°un complot comunista¡± inminente. Con independencia de sus causas (m¨¢s complejas de lo que pretende el manique¨ªsmo especular filofranquista o prorrepublicano), la contienda fue un cataclismo colectivo que parti¨® por la mitad a la sociedad espa?ola y abri¨® las puertas a un aterrador infierno de violencia y sangre: en torno a 200.000 muertos en combate, m¨¢s de 350.000 muertos por penurias alimentarias y carencias sanitarias y una cifra de v¨ªctimas mortales por represi¨®n pol¨ªtica de no menos de 130.000 personas a manos franquistas (la mayor¨ªa en guerra y unas decenas de miles en posguerra) y poco m¨¢s de 55.000 a manos republicanas (estas solo durante la guerra).
Esa ¨²ltima categor¨ªa, las v¨ªctimas como sujetos de da?o mortal por acci¨®n de otros al margen de operaciones b¨¦licas, son siempre parte definitoria de esa violencia salvaje contra el ¡°enemigo interno¡±. Son la m¨¢xima expresi¨®n de toda guerra civil porque revela la combinaci¨®n letal de odio y miedo que es previa condici¨®n de posibilidad del estallido de un conflicto donde los enemigos hablan el mismo idioma, residen en los mismos lugares y pueden incluso ser familiares o conocidos y por eso odiados y temidos de manera personalizada. En esas guerras, la violencia contra ellos tiene car¨¢cter estrat¨¦gico (anula su resistencia por eliminaci¨®n f¨ªsica o intimidaci¨®n moral ante el castigo ejemplar) y por eso aneg¨® de sangre ambas retaguardias, sobre todo en los primeros meses testigos del ¡°terror caliente¡± de 1936 (casi el 70% de esos represaliados perdieron la vida en ese lapso temporal).
El perfil de las v¨ªctimas en Espa?a es contrastado, desde luego, como corresponde a una guerra que fue combinaci¨®n de lucha de clases sociales por las armas, pugna de ideolog¨ªas pol¨ªticas enfrentadas, choque entre mentalidades religioso-culturales contrapuestas, enfrentamiento de sentimientos nacionales mutuamente incompatibles. En la zona sublevada, truncado el objetivo de triunfo r¨¢pido y total, la represi¨®n alentada por los mandos militares pretend¨ªa ¡°limpiar¡± de escoria el cuerpo social de la naci¨®n cat¨®lica mediante la liquidaci¨®n de las autoridades institucionales adversas (militares y civiles), as¨ª como de los dirigentes socio-pol¨ªticos de los partidos y sindicatos de izquierda y de sus militantes m¨¢s activos, desafectos o peligrosos.
En la zona republicana, impotente su Gobierno legal ante un proceso revolucionario amorfo, eliminaba obst¨¢culos a la transformaci¨®n social a trav¨¦s de las vidas de militares hostiles, l¨ªderes pol¨ªticos derechistas, patronos opuestos al sindicalismo obrero y, sobre todo, cl¨¦rigos de la Iglesia cat¨®lica, erigida en s¨ªmbolo culpable del mal acumulado durante siglos.
Esa din¨¢mica violenta y fratricida gener¨® v¨ªctimas y verdugos en ambos bandos, como en toda guerra civil previa o posterior. Y por eso, puestos a usar los muertos como arma arrojadiza del presente, nadie saldr¨ªa ganando de manera di¨¢fana e inmaculada. Sin entrar en primac¨ªas temporales o grados de vesania criminal, por cada ¡°paseado¡± como Federico Garc¨ªa Lorca o el alcalde de Granada a manos de militares sublevados siempre cabe citar otro ¡°paseado¡± como Pedro Mu?oz Seca o el tribuno Melqu¨ªades ?lvarez a manos de milicianos revolucionarios. Por cada muerto inocente y vulnerable registrado tras la ocupaci¨®n franquista de la ciudad de Badajoz en agosto de 1936 (fueran los 530 registrados por estudios locales o los m¨¢s de 3.000 apuntados por otras fuentes), siempre cabe recordar otro muerto inocente y vulnerable enterrado por milicias revolucionarias en las fosas de Paracuellos del Jarama (entre 2.200 y 2.500, seg¨²n las fuentes).
En todo caso, es innegable que la violencia insurgente (luego franquista) fue m¨¢s efectiva por organizada y progresivamente centralizada, adem¨¢s de superior en n¨²mero porque empez¨® aplic¨¢ndose a media Espa?a pero logr¨® expandirse al comp¨¢s de sus avances militares y extenderse temporalmente m¨¢s all¨¢ de la victoria. Es algo l¨®gico que confirman otras guerras civiles (el que gana mata m¨¢s) y que se aprecia tanto en la cuantificaci¨®n general como en la esfera microhist¨®rica. Un ejemplo sin pretensiones, pero ilustrativo: el famoso por conflictivo pueblo pacense de Castilblanco (3.000 habitantes), que estuvo en poder republicano toda la contienda, registr¨® 10 v¨ªctimas derechistas entre 1936 y 1939 frente a 45 v¨ªctimas izquierdistas entre 1939 y 1942.
Esta es la triste realidad hist¨®rica de la represi¨®n, fueran v¨ªctimas inocentes, culpables o mezcla de ambas cosas en alg¨²n momento o caso. Por eso, en t¨¦rminos c¨ªvico-democr¨¢ticos, los cr¨ªmenes de lesa humanidad cometidos por reaccionarios insurgentes en un lado no legitiman ni anulan los cr¨ªmenes de lesa humanidad cometidos por el terror revolucionario impuesto en el otro lado. No se trata de ninguna ¡°equidistancia¡± moral (absurda porque ese concepto geom¨¦trico nunca invalidar¨ªa la necesaria imparcialidad de juicio que reclama la historia si no quiere ser mitolog¨ªa propagand¨ªstica). Se trata de evidencia imborrable que nutre la mirada hist¨®rica atenta a la complejidad del fen¨®meno y trituradora de consoladores mitos maniqueos deformadores por ignorancia o cerraz¨®n ideol¨®gica. ?Acaso la ¡°imparcialidad¡± en la historia es ahora delito en vez de ser obligaci¨®n deontol¨®gica y debe reemplazarse por flagrante ¡°parcialidad¡±? ?Acaso ocultar los cr¨ªmenes de unos para ensalzar la enormidad exclusiva de los cr¨ªmenes de otros es hacer ¡°buena Historia¡±?
Todo lo contrario. Y sin que ello sea ¨®bice para que el Estado democr¨¢tico corrija una anomal¨ªa derivada de la propia historia y trate a todas las v¨ªctimas con igual respeto. Porque mientras que durante mucho tiempo unas tuvieron lugares honorables de reposo y a sus herederos reconocidos y gratificados, las otras sufrieron la verg¨¹enza de permanecer en fosas comunes y carecieron de amparo para sus deudos. As¨ª estar¨ªamos cumpliendo la resoluci¨®n del Parlamento Europeo sobre ¡°memoria hist¨®rica europea¡± de abril de 2009 que pide recordar ¡°con dignidad e imparcialidad¡± a ¡°todas las v¨ªctimas de los reg¨ªmenes totalitarios y antidemocr¨¢ticos en Europa¡±, considerando ¡°irrelevante qu¨¦ r¨¦gimen les priv¨® de su libertad o les tortur¨® o asesin¨® por la raz¨®n que fuera¡±.
Enrique Moradiellos es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad de Extremadura y Premio Nacional por Historia m¨ªnima de la Guerra Civil (Turner).