En el fragor del combate
Jorge M. Reverte tuvo la habilidad de seguir paso a paso a los combatientes que libraron las batallas de la Guerra Civil
En los libros en los que Jorge M. Reverte se ocup¨® de episodios concretos de la guerra ¡ªLa batalla de Madrid, La batalla del Ebro, La ca¨ªda de Catalu?a¡ª tuvo la habilidad de seguir paso a paso a los combatientes, y de asistir a sus gestos de hero¨ªsmo y abatimiento. Se afan¨® por ser preciso, y situ¨® la reuni¨®n de un grupo de oficiales republicanos en septiembre de 1938 en el ¨¢ngulo de una zanja ¡°en la contrapendiente de la cota 361 de la sierra de Lavall¡±, pero al mismo tiempo supo distanciarse de las minucias cotidianas de los que peleaban para dar cuenta de las negociaciones de los pol¨ªticos, para explicar la magnitud de los recursos de cada bando, para mirar los mapas y transmitir el dise?o de las maniobras, para sumergirse en las cloacas de la retaguardia, en los despachos de los gerifaltes, en las inquietudes de los diplom¨¢ticos. Ten¨ªa una escritura directa que tiraba del lector y combin¨® con maestr¨ªa la inmediatez del testimonio de los que estuvieron ah¨ª con las luces largas de quien est¨¢ obligado a reflejar la complejidad de la guerra.
En De Madrid al Ebro, donde reconstruy¨® junto a su hijo Mario Mart¨ªnez Zauner las grandes batallas de la Guerra Civil, hay un aspecto que destaca y sobre el que conviene volver porque con frecuencia pasa desapercibido. ¡°Franco quiso desde el comienzo tomar Madrid, para acabar as¨ª la guerra¡±, sostiene Reverte, y lo hace frente a quienes han defendido que tuvo un plan para prolongarla y completar as¨ª mejor la destrucci¨®n de sus enemigos. ¡°Quiso ganar cuanto antes¡±, escribe, ¡°pero habr¨ªa algo que le detendr¨ªa casi tres a?os, y se llamaba Ej¨¦rcito Popular de la Rep¨²blica, una organizaci¨®n llena de defectos, pero tambi¨¦n repleta de entusiasmo y patriotismo¡±.
La tentaci¨®n de convertir a Franco en un sibilino estratega que controlaba todos los hilos y que desde muy pronto se inclin¨® por un plan para ir poco a poco masacrando con sa?a a la Rep¨²blica, olvida que al otro lado de las trincheras existi¨® otro ej¨¦rcito. Y que este ej¨¦rcito se lo puso dif¨ªcil a los rebeldes. En El arte de matar, donde analiza c¨®mo se hizo la guerra, Reverte recoge la respuesta que Franco le dio al coronel fascista Emilio Faldella cuando, tras la toma de M¨¢laga en febrero de 1937, este le ofreci¨® distintas opciones para imponerse a su enemigo con apoyo de las tropas italianas: ¡°En una guerra civil, es preferible una ocupaci¨®n sistem¨¢tica del territorio, acompa?ada por una limpieza necesaria¡±, le dijo, ¡°a una r¨¢pida derrota de los ej¨¦rcitos enemigos que deje el pa¨ªs infestado de adversarios¡±.
Un poco despu¨¦s, en marzo, Franco no logr¨® quebrar la resistencia republicana en Guadalajara, incluso con ayuda de los italianos. Las fuerzas de la Rep¨²blica abortaron de nuevo su avance hacia Madrid. Franco persist¨ªa en tomar la capital para ganar. ¡°?Por qu¨¦ entonces la insistencia del caudillo en explicar la lentitud de su guerra como fruto de un plan?¡±, se pregunta Reverte. ¡°S¨®lo cabe una explicaci¨®n: para justificar la quiebra de sus planes¡±.
Si sus planes quebraron, quebraron porque al otro lado estaba el Ej¨¦rcito Popular de la Rep¨²blica. Es inevitable que este asunto se siga discutiendo entre los historiadores, pero ahora que Jorge Reverte se ha ido resulta obligado celebrar que pusiera su pasi¨®n y sus conocimientos en la defensa de esos combatientes ¡ªy en devolver a un lugar destacado la figura de su jefe, el general Vicente Rojo¡ª. Solo queda agradecerle de nuevo: te echaremos de menos.
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