Como la rana en el agua hirviendo
Los representantes de la ciudadan¨ªa no parecen estar por la labor de reconducir una situaci¨®n complicada, sino m¨¢s bien lo contrario. Baste con pensar en el reciente espect¨¢culo de mociones de censura fallidas
Francamente, no s¨¦ con qu¨¦ imagen quedarme, si con la intuitiva y directa del polvor¨ªn sobre el que parecemos estar sentados o con la algo m¨¢s elaborada de la rana que, colocada en una cacerola con agua, si esta es llevada a la ebullici¨®n a fuego lento, se cuece hasta morir sin advertir el peligro. Probablemente las dos resulten de utilidad para ilustrar nuestra situaci¨®n actual, aunque la necesidad de poner t¨ªtulo a esta pieza me haya obligado, solo a efectos de eficacia expositiva, a tomar partido por la segunda.
Por lo que respecta a la primera, valdr¨¢ la pena empezar por alguna peque?a puntualizaci¨®n previa que justifique su pertinencia. Podemos enredarnos a discutir acerca de las aut¨¦nticas causas, remotas o pr¨®ximas, que permiten hacer algo m¨¢s inteligibles los altercados callejeros de hace escasas semanas en diversas ciudades espa?olas, pero sobre todo en Barcelona, a ra¨ªz del ingreso en prisi¨®n del rapero Has¨¦l. Se puede aludir a la enorme tensi¨®n personal que ha supuesto, especialmente para los m¨¢s j¨®venes, el prolongado encierro como consecuencia de la pandemia (estudios cient¨ªficos demuestran que son ellos los que m¨¢s han sufrido estr¨¦s, insomnio y ansiedad). Como tambi¨¦n cabe mencionar la desesperaci¨®n de esos mismos j¨®venes ante el negro futuro que les aguarda en muchos planos de su vida, desesperaci¨®n por lo dem¨¢s perfectamente justificada. Porque a las nuevas generaciones les ha sido concedido el dudoso privilegio de no conocer m¨¢s que crisis econ¨®micas, en la medida en que muchos de sus miembros han crecido emparedados entre dos, la de 2008 y la de 2020.
No se trata de escoger de entre estas causas, a las que sin dificultad cabr¨ªa a?adir bastantes m¨¢s, cu¨¢l es la realmente eficiente, sino de que todas lo son y de que en algunos lugares, como Catalu?a, a ellas se a?aden otras, bien espec¨ªficas. Y de que es la suma de todas la que est¨¢ dando lugar a una situaci¨®n que solo aporta motivos para una profunda preocupaci¨®n. Esto no es cosa de augurios, sino de predicciones. Recientemente, t¨¦cnicos del mism¨ªsimo FMI alertaban de un m¨¢s que previsible escenario futuro pospandemia en el que la frecuencia de estallidos sociales se disparar¨ªa y el riesgo de disturbios y manifestaciones contra los gobiernos que podr¨ªan dar lugar a graves crisis pol¨ªticas ¡ªde desorden civil, en definitiva¡ª ir¨ªa en aumento.
Ello significa que no nos encontramos ante un escenario local, sino generalizado, por no decir global. Lo que no excluye la existencia de diferencias notables seg¨²n los contextos. En el caso del nuestro, se puede afirmar a modo de principio o premisa que lo m¨¢s caracter¨ªstico no es propiamente aquello que nos pasa, sino el modo en que reaccionamos ante ello. As¨ª, por no eludir la concreci¨®n, asaltos a las c¨¢maras legislativas los ha habido en Washington y en Barcelona, pero juzguen ustedes mismos las diferencias entre el asalto al Capitolio y al Parlament, tanto a la hora de gestionar ambas situaciones por parte de las correspondientes autoridades como a la hora de tratarlas en el espacio p¨²blico.
Se comprender¨¢, pues, la referencia de hace un momento a la preocupaci¨®n. Porque si lo de Has¨¦l, con todas sus inconsistencias y contradicciones (?se puede reclamar la libertad de expresi¨®n mientras se apedrea un diario?), ha podido ser pretexto suficiente como para que la situaci¨®n en Barcelona se tensionara como lo hizo, ?qu¨¦ podr¨ªa pasar si, por mencionar situaciones perfectamente pensables, un d¨ªa las autoridades belgas decidieran entregar a Carles Puigdemont a la justicia espa?ola? O, por poner otra situaci¨®n que hace mucho dej¨® de ser una expresi¨®n de alarmismo para resultar perfectamente posible, ?qu¨¦ suceder¨ªa si se produjera entre nosotros una desgracia irremediable, como la muerte de un manifestante? Tales situaciones futuras u otros imprevistos de parecida magnitud hacen presagiar lo peor.
Entre otras cosas, porque los representantes de la ciudadan¨ªa (y no hablo ahora solamente de los de Catalu?a) no parecen estar por la labor de reconducir una situaci¨®n social y pol¨ªtica ciertamente complicada, sino en muchos momentos m¨¢s bien de lo contrario, incluso de manera decidida. Baste con pensar en el reciente espect¨¢culo de mociones de censura fallidas en diversas comunidades aut¨®nomas, con sus bochornosas secuelas en t¨¦rminos de cambalaches, transfuguismos y elecciones anticipadas por si acaso que se han producido. Por si ello fuera poco, el espacio p¨²blico ha dejado de ser el ¨¢mbito en el que cabr¨ªa esperar que se vehicularan las discrepancias y se generaran territorios de coincidencia que nos permitieran ir resolviendo problemas. Casi al contrario. As¨ª, a fuerza de utilizar la expresi¨®n ¡°todo vale¡± para describir la situaci¨®n en dicho espacio, hemos terminado por olvidar su devastador contenido concreto. Y no solo hemos naturalizado el insulto, como en su momento reclamaba el hasta hace poco vicepresidente segundo del Gobierno, sino que nos hemos acostumbrado a convivir con las mentiras o las difamaciones, por no hablar de las insidias o las medias verdades, que representan el pan de cada d¨ªa en las nuevas ¨¢goras.
Probablemente este cuadro de s¨ªntomas nos autorice a afirmar, aun a riesgo de parecer exagerados, que vivimos en una sociedad enferma. Tal vez incluso severamente enferma. Preocupada hasta la consternaci¨®n por su decadencia econ¨®mica, pero insensible ¡ªliteralmente desalmada¡ª ante su decadencia moral, que en modo alguno vive como problem¨¢tica, ni tan siquiera como inquietante. Es m¨¢s, muchas personas creen haber encontrado los argumentos, a trav¨¦s del chivo expiatorio de las figuras de sus representantes, para desentenderse por completo de lo que pasa a su alrededor sin experimentar la menor mala conciencia. Por as¨ª decirlo, mientras el contenedor en llamas no sea el que est¨¢ justo debajo de su balc¨®n, para ellas no hay de qu¨¦ preocuparse. Aunque, eso s¨ª, mantengan, m¨¢s que nada para salvar la apariencia de moralidad, una farisaica capacidad de indignaci¨®n que, por supuesto, dedican solo quienes juzgan sus adversarios.
A esta falta de mala conciencia contribuye decisivamente el hecho de que, en nuestra sociedad, de la desafecci¨®n de los individuos hacia la pol¨ªtica no se acostumbra a culpar a estos sino a quienes desde el poder la han propiciado con su escasa ejemplaridad. Ahora bien, si no hablamos de individuos, sino de ciudadanos, tenemos derecho a valorar como culpable semejante indiferencia. Deber¨ªamos empezar a considerar que la tan citada banalidad del mal no se predica ¨²nicamente de quienes pueden haber cometido las mayores atrocidades con la actitud del que cumple con un tr¨¢mite administrativo (con Eichmann como ep¨ªtome), sino tambi¨¦n de quienes asisten a las mismas minimizando por completo su importancia.
Por supuesto que no todo el mundo tiene la misma responsabilidad en esta situaci¨®n en que hemos terminado desembocando. Regresemos a la imagen de la rana en el agua hirviendo para se?alar la que corresponde a cada cual. Quienes controlan los fuegos la tienen, muy grave, por ir subiendo la temperatura del agua sin el menor escr¨²pulo, convencidos de que de su ebullici¨®n pueden acabar sacando alg¨²n tipo de provecho. Pero la rana tiene su propia e intransferible responsabilidad por no reaccionar ante lo que se le avecina. Sobre todo si sonr¨ªe, con satisfecha indolencia, como si el mayor desastre le resultara ajeno. Incluido su propio final.
Manuel Cruz es fil¨®sofo y expresidente del Senado. Es autor de Transe¨²nte de la pol¨ªtica (Taurus).
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