Partidos pol¨ªticos: ?un mal necesario?
El devenir hacia la democracia iliberal en el que estamos inmersos, la predilecci¨®n del relato sobre el proyecto, ha logrado que ya no oigamos de nuestros pol¨ªticos sino insultos y mentiras
Los facciosos se agarran a las cajas de la administraci¨®n, y plata que tiene roce con ellos, desaparece. (Mariano Jos¨¦ de Larra)
Corrupci¨®n, chaqueteo, clientelismo, endogamia, despilfarro, nepotismo, ignorancia, ineficacia, secretismo, arrogancia y estupidez. Estos son calificativos que en muchos pa¨ªses democr¨¢ticos se atribuyen a la clase pol¨ªtica y su lugar de encuadramiento: los partidos. El prestigio de una y otros desmerece d¨ªa a d¨ªa a los ojos de los ciudadanos. ...
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Los facciosos se agarran a las cajas de la administraci¨®n, y plata que tiene roce con ellos, desaparece. (Mariano Jos¨¦ de Larra)
Corrupci¨®n, chaqueteo, clientelismo, endogamia, despilfarro, nepotismo, ignorancia, ineficacia, secretismo, arrogancia y estupidez. Estos son calificativos que en muchos pa¨ªses democr¨¢ticos se atribuyen a la clase pol¨ªtica y su lugar de encuadramiento: los partidos. El prestigio de una y otros desmerece d¨ªa a d¨ªa a los ojos de los ciudadanos. Ya era precario antes de la extensi¨®n de la pandemia, agitado el cuerpo social por las desigualdades econ¨®micas, la crisis financiera, los movimientos migratorios de masas, y la globalizaci¨®n cultural y tecnol¨®gica. Pero en las actuales circunstancias, suspendidas las libertades con motivo de la amenaza sanitaria, limitado cuando no anulado el control parlamentario de los gobiernos, asaltada la judicatura por la arrogancia del poder ejecutivo, y desarticulada la opini¨®n p¨²blica, v¨ªctima de las redes sociales, el embeleco de la democracia directa nos empuja hacia lo que algunos pol¨ªticos franceses denominan el dulce autoritarismo tecnocr¨¢tico.
La historia de los partidos, tal y como los conocemos, es relativamente reciente. El propio nombre indica que su creaci¨®n responde al intento de defender o representar intereses, ideolog¨ªas o identidades de una fracci¨®n de la sociedad. Su frecuente apelaci¨®n al inter¨¦s general no deja de ser una falacia impostada. Ese cacareado inter¨¦s de todos ha de ser defendido por el Estado y hasta el momento solo la democracia liberal ha sido capaz de conjugar el derecho a la disidencia y el pluralismo con semejante aspiraci¨®n. Su logro, por debatido que sea, depende finalmente del consenso y el acuerdo entre los diferentes grupos.
En las democracias modernas los partidos han crecido y se han desarrollado como mediadores entre la sociedad civil y el Estado mismo. La reconstrucci¨®n de Europa despu¨¦s de la II Guerra Mundial fue dirigida por dos grandes partidos de masas (la democracia cristiana y el socialismo democr¨¢tico). Tambi¨¦n en los reg¨ªmenes totalitarios el partido ¨²nico (formidable ox¨ªmoron para describir una parte que se apodera del todo) se convirti¨® en la instancia fundamental de las decisiones pol¨ªticas. Los partidos acabaron por ocupar y confundirse con la burocracia estatal, a la que invaden cada vez que se encaraman al poder, alej¨¢ndose de la ciudadan¨ªa a la que pretenden representar. Un reciente estudio del profesor italiano Piero Ignazi (Partido y Democracia) pone de relieve que en la Europa democr¨¢tica esta constituye una de las principales causas del derrumbe de los grandes partidos nacionales y la fragmentaci¨®n y desconcierto del cuerpo electoral. El grito de ?No nos representan! del 15-M madrile?o, la revoluci¨®n de los indignados franceses y, con otras caracter¨ªsticas, el Me too o el Black lives matter, de los Estados Unidos responden a una misma causa: el sentimiento de que el sistema no responde a las demandas de gran parte del electorado. Muchos creen que los partidos, lejos de defender los intereses del pueblo, de la gente como dec¨ªa Podemos, se dedican a edificar un mundo de privilegios del que solo disfruta la clase dominante: la casta. Esta responde a una alianza imp¨²dica entre el poder del Estado, el financiero y el medi¨¢tico, que en cierta medida han sustituido en ese imaginario incluso a los poderes f¨¢cticos tradicionales, como la milicia y la Iglesia. Todo ello mezclado en una confusa revoluci¨®n contra el poder adulto, habida cuenta de las lamentables perspectivas de futuro a que se enfrentan las nuevas generaciones.
El deterioro de los partidos tradicionales llev¨® en los ¨²ltimos a?os a la aparici¨®n de un buen n¨²mero de formaciones, la mayor¨ªa de ellas m¨¢s o menos antisistema, que se presentaron ante el electorado como adalides de la nueva situaci¨®n. El surgimiento de partidos de extrema derecha, incluso abiertamente neonazis, y la fragmentaci¨®n de la izquierda tradicional, junto al aumento del nacionalismo es una constante de la pol¨ªtica europea de los ¨²ltimos a?os. En Francia La Republique en Marche (LRME) de Macron logr¨® en pocos meses la presidencia de la Rep¨²blica. En Italia un grupo de corte anarquista liderado por un c¨®mico atrabiliario que institucionaliz¨® el D¨ªa de A tomar por Culo, se ali¨® con la extrema derecha, como antes lo hiciera Tsipras en Grecia, para ocupar el poder. En Espa?a, Ciudadanos aglutin¨® con ¨¦xito las fuerzas anti-independentistas catalanas. Su actual descomposici¨®n es fruto de haber renunciado a sus promesas al querer liderar la derecha conservadora y acabar ali¨¢ndose con el neofranquismo rampante, a cambio de un pu?ado de cargos en alcald¨ªas y gobiernos auton¨®micos. Podemos se present¨® como un movimiento popular contra la casta, los de abajo contra los de arriba, para terminar fundido en un sinf¨ªn de confusas coaliciones y mareas, antes de incorporarse al Gobierno de un PSOE enflaquecido, que reniega de su pasado en la Transici¨®n casi tanto como hace el PP de sus predecesores. Una caracter¨ªstica de estas nuevas formaciones, especialmente 5 Stelle y Podemos, pero tambi¨¦n LREM, es su recurso permanente a internet, Twitter y otras redes sociales. Con la excepci¨®n de la Lega Norte de Salvini, apenas ninguna sobrepasa los 10 a?os de vida pero ya han ocupado posiciones relevantes de poder. Una vez que han llegado a ellas, lejos de promover las reformas pertinentes su habitual apuesta por el todo o nada no ha hecho sino debilitar las instituciones sin apenas beneficios a cambio. Financiados generosamente por el dinero p¨²blico, se han ido convirtiendo ellos mismos en casta y alej¨¢ndose de las preocupaciones ciudadanas. El caso m¨¢s extremo es el del independentismo catal¨¢n, cuya insistencia en su irrealizable programa m¨¢ximo, sin apoyo social suficiente y en flagrante traici¨®n al texto constitucional y el Estatuto, es culpable del empobrecimiento progresivo y la falta de horizontes de lo que un d¨ªa fue la comunidad aut¨®noma m¨¢s rica y eficiente de Espa?a. Pero, a salvo de conocer el futuro resultado de las elecciones francesas, en su conjunto puede decirse que ninguno de estos nuevos partidos de la era de Internet ha podido por el momento asaltar verdaderamente los cielos.
Una cat¨¢strofe mundial como la pandemia, a la que en nuestro caso se suma la desastrosa declaraci¨®n unilateral de independencia por parte de Puigdemont, que encima pretende telegobernar, hubiera precisado una respuesta de consenso, un llamamiento efectivo y no ritual a la unidad. En definitiva, un gabinete de salvaci¨®n que no excluyera a ning¨²n grupo comprometido realmente con el inter¨¦s com¨²n antes que con sus fantasmas ideol¨®gicos e identitarios. Pero el devenir hacia la democracia iliberal en el que estamos inmersos, la catadura moral de los facciosos, la predilecci¨®n del relato sobre el proyecto, y el clientelismo a todos los niveles y en todas las instituciones, incluida la judicial, ha logrado que ya no oigamos de nuestros pol¨ªticos debates sino insultos, mentiras y alg¨²n ladrido, en lo que compiten con tertulianos de toda laya, m¨¢s obsequiosos a veces con las consignas partidarias que los propios militantes.
Como digo este es un mal no exclusivo ni prioritariamente espa?ol. La enso?aci¨®n de la democracia directa amenaza con quebrar el r¨¦gimen representativo y nos encamina aceleradamente hacia el populismo. De este al caudillismo posmoderno no media m¨¢s que un paso. Viviremos todav¨ªa a?os en medio de semejante caos que no es fortuito: existen culpables a quienes exigir reparaci¨®n. Mientras tanto, el dilema que hoy preocupa a la gente no es ni comunismo o libertad ni fascismo o s¨ª se puede, sino Pfizer o AstraZeneca. De modo que hay quien se interroga si los partidos no son en realidad un mal necesario de cuya gesti¨®n apenas puede esperarse beneficio alguno, aunque ya se sabe que todo es empeorable. De momento no son capaces de dar una respuesta coherente y racional al mayor estrago hist¨®rico que hemos padecido desde hace ochenta a?os. Pero el caso es que no puede haber democracia, ni representativa ni directa, sin la existencia de unos partidos pol¨ªticos respetados por la ciudadan¨ªa, capaces de infundir confianza en vez del desasosiego que continuamente generan. Pol¨ªticos, politicastros y politiquitos del momento deber¨ªan preguntarse por qu¨¦ este no es nuestro caso seg¨²n todas las encuestas. Y poner remedio.