El calvario liban¨¦s
El castigo infligido a la poblaci¨®n por las fuerzas que dominan el pa¨ªs ha superado los l¨ªmites de la raz¨®n humana
Sosten¨ªa el psiquiatra norteamericano Harold Searles, en su obra The Effort to Drive the Other Person Crazy (El esfuerzo por volver loca a la otra persona), que la enfermedad mental est¨¢ relacionada a menudo con el entorno; en particular, con la estructura familiar. Servir¨ªa hoy, como tambi¨¦n el episodio de Job en la Biblia, para entender las repercusiones del acoso impuesto al pueblo liban¨¦s. Y es que el castigo infligido por las fuerzas que dominan el pa¨ªs ha superado los l¨ªmites de la raz¨®n humana: desempleo generalizado, inflaci¨®n superior al 100%, enriquecimiento obsceno de los que aprovechan la crisis, imposibilidad de recuperar los dep¨®sitos bancarios da?ados por las sistem¨¢ticas malversaciones de los banqueros. La ciudadan¨ªa pervive al borde del colapso mental, entre reacciones depresivas que se suceden con otras acaloradas, impotencia ante la resiliencia de los gobernantes, frustraci¨®n por toda iniciativa colectiva de cambio del estado de cosas por la v¨ªa pacifica, desagregaci¨®n social de la clase media. El poder ejecutivo est¨¢ paralizado porque las fuerzas pol¨ªticas y confesionales no han podido acordar el reparto confesional de ministerios para formar un gobierno de unidad nacional, conditio sine qua non impuesta por la ayuda internacional. La idea misma de inter¨¦s general parece incongruente, una suerte de mentira amarga, a los ojos de los ciudadanos, y el Estado, salvo en sus funciones represivas, un espejismo. La corrupci¨®n, la impunidad de los m¨¢s fuertes, se convierte en el sello distintivo de la nada como naci¨®n. S¨ªmbolo doloroso de la quiebra del pa¨ªs, muchos buscan la soluci¨®n en la huida migratoria. Pero las puertas del mundo est¨¢n cerradas.
Nunca, desde su creaci¨®n hace 100 a?os, el pa¨ªs hab¨ªa estado tan cerca de su implosi¨®n. Cierto es que, como cab¨ªa esperar, todos los sectores responsables, sean financieros, pol¨ªticos o religiosos, admiten que la situaci¨®n ha devenido humanamente insoportable, un naufragio que, sin embargo, les ha empujado a cada uno a salvaguardar sus intereses particulares en detrimento del salvamento colectivo.
Esta situaci¨®n es peligrosa no solo para los libaneses, sino para todos los pa¨ªses ¨¢rabes de la regi¨®n. La realidad es que hoy Irak, Siria, L¨ªbano se est¨¢n rompiendo. Y, cuando se desagregan las naciones, surge la locura, porque la naci¨®n, en Oriente Pr¨®ximo (salvo el caso del Estado m¨¢s viejo del mundo, Egipto), es una creaci¨®n fr¨¢gil que no resulta de una identidad com¨²n previa, forjada, siempre a precio de sangre, a lo largo de la historia, sino de compromisos intertribales y confesionales. Una tarea que, en L¨ªbano, fue impuesta por potencias forasteras, en particular Francia. El innegable sentimiento de libanidad de la poblaci¨®n ?podr¨ªa refundar un Estado com¨²n? De hecho, cada vez m¨¢s, los ciudadanos se dan cuenta de que, en el seno mismo de los sistemas de pertenencias tribales y confesionales, prevalece la dominaci¨®n de unos grupos sociales sobre otros. Y que esa solidaridad interna es una jaula que hay que quebrar, si se quiere construir la naci¨®n com¨²n. No queda otra elecci¨®n, pues el pa¨ªs no puede seguir sufriendo el calvario. L¨ªbano necesita, m¨¢s que nunca, una revoluci¨®n institucional.
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