Mi Espa?a
Para quien aguarda recuperar la ciudadan¨ªa arrebatada a sus antepasados en 1492, cinco a?os son un elenco de recuerdos, sensaciones y encuentros. Un viaje forzado por un decreto que nunca deber¨ªa haber existido
Durante los ¨²ltimos cinco a?os, cada vez que alguien me hac¨ªa la inevitable pregunta: ¡°?Y ese pasaporte espa?ol? ?A¨²n nada?¡±, yo respond¨ªa invariablemente con una impasibilidad sin fisuras: ¡°Hace cinco siglos que espero. Puedo esperar un poco m¨¢s, ?no?¡±. Hab¨ªa conocido a numerosos sefard¨ªes que se hab¨ªan dejado desanimar por el viacrucis administrativo que les aguardaba; pero, entre los que perseveraron en esta extra?a empresa, la mayor¨ªa vio recompensada su obstinaci¨®n al cabo de dos o tres a?os. As¨ª que ni me plante¨¦ recurrir a un abogado o pedir un trato especial. Esperar¨ªa. Pero llega un momento en el que uno pierde la paciencia. Cinco a?os... Un r¨¦cord, seg¨²n parece.
En 2015, unos meses despu¨¦s de que las Cortes aprobaran la ley que conced¨ªa la nacionalidad espa?ola a los descendientes de los sefard¨ªes expulsados por el Decreto de la Alhambra (1492), Felipe VI, reci¨¦n proclamado rey tras la abdicaci¨®n de Juan Carlos I, recibi¨® a una delegaci¨®n de jud¨ªos espa?oles para decirles: ¡°?C¨®mo os hemos echado de menos!¡±. Es cierto que cinco siglos y pico pueden parecer mucho tiempo. Pero, a mi nivel, cinco a?os tambi¨¦n. Mi aventura ha enriquecido con una dimensi¨®n ib¨¦rica mi, hasta entonces, tan proustiana meditaci¨®n sobre el tiempo, ese espectro invasor con el que toda vida bien ordenada choca, se enfrenta y se enzarza un d¨ªa u otro.
Cinco a?os... Se dice pronto. En cuanto un problema administrativo, jur¨ªdico, diplom¨¢tico o notarial quedaba resuelto, aparec¨ªan cien nuevos obst¨¢culos. Tras a?os de tramitaci¨®n del expediente, un d¨ªa descubr¨ª que el fax que deb¨ªa dar luz verde a la expedici¨®n de mi pasaporte acababa de tardar exactamente otro a?o en llegar desde un despacho del Ministerio de Justicia, en Madrid, hasta un despacho del Consulado General de Espa?a en Par¨ªs. Aquello me pareci¨® el colmo del absurdo burocr¨¢tico. Me equivocaba. Pues, para terminar, y contra todo pron¨®stico, me exigieron que demostrara que, efectivamente, hab¨ªa nacido en Casablanca en los tiempos del Imperio franc¨¦s y, a tal efecto, hube de dirigirme al registro civil de esa ciudad, lo que se llev¨® un a?o m¨¢s por obra y gracia de la pandemia ¡ªla covid todo lo justifica¡ª.
Aunque la paranoia no es mi fuerte, estoy dispuesto a creer que mis entrevistas en los medios no han sido del agrado de todos. Pero, aun as¨ª, he terminado comprendiendo que en este pa¨ªs en el que algunos nost¨¢lgicos y caciques del franquismo han podido prosperar en el seno de un respetable partido de derechas; en este pa¨ªs en el que, para expresar su repulsa hacia todo lo referente al Estado de Israel, algunos hacen uso, desde la izquierda y la extrema izquierda, del l¨¦xico, los tics y la l¨®gica del viejo antijuda¨ªsmo de siempre y del antisemitismo moderno; en este pa¨ªs en el que Vox quiere suprimir del art¨ªculo 510 del C¨®digo Penal la menci¨®n seg¨²n la cual ¡°los motivos racistas y antisemitas¡± forman parte de la definici¨®n del delito de odio; en resumen, en este pa¨ªs, no todos se regocijaban del retorno de los sefard¨ªes... Oh, no demasiados, no se alarmen.
Semejante actitud de resistencia larvada, cuando no de desprecio, ha quedado ampliamente compensada por el recuerdo emocionado y agradecido del apoyo que he recibido, tanto en Par¨ªs como en Madrid, de periodistas, diplom¨¢ticos, escritores, profesores, funcionarios y simples ciudadanos, sin olvidar a alguien que me escribi¨® en franc¨¦s en cuanto recibi¨® la edici¨®n gala de mi libro Regreso a Sefarad, un tal Felipe VI. Y pensar que, pese a esa hermosa carta que obra en mi expediente de nacionalizaci¨®n desde hace tres a?os, las cosas se han demorado y demorado... S¨ª, las acciones de esas personalidades y de esos ciudadanos de a pie compensan sobradamente las vejaciones, como la acogida que me reserv¨® la gente que conoc¨ª durante mi periplo de Quijote sefard¨ª mientras preparaba mi libro. Se dir¨ªa que todos se hab¨ªan puesto de acuerdo para lanzarme un vibrante: ¡°?Bienvenido a casa!¡±. Algo as¨ª no se olvida. Dicen que una obra maestra art¨ªstica te explica lo que te ocurre mejor de lo que t¨² mismo podr¨ªas hacerlo. No acostumbro a abusar de los neologismos literarios ni a banalizar las referencias a los grandes escritores, pero confieso que, para comprender mi interminable vagabundeo por aquel d¨¦dalo sin fin, la relectura de El castillo y El proceso, de Kafka, me aport¨® perspectivas in¨¦ditas sobre una cara oculta de Espa?a.
Todo llega. Hasta mi pasaporte, precedido de mi inscripci¨®n en el censo electoral y seguido de mi DNI. Ya nadie me har¨¢ la famosa pregunta, puesto que yo mismo he dejado de hac¨¦rmela. Hay que ser extranjero para hacerse esa clase de preguntas. O no tener claros tus or¨ªgenes. O dudar sobre tu propia identidad. Ese ya no es mi caso. Vuelvo a ser plenamente de aqu¨ª. Y a¨²n lo ser¨ªa m¨¢s si el rey se mostrase sensible a mi llamamiento. Majestad, derogad el Decreto de la Alhambra firmado el 31 de marzo de 1492 por los Reyes Cat¨®licos: ser¨ªa la mejor culminaci¨®n para el voto un¨¢nime de las Cortes y para vuestro magn¨ªfico discurso a los jud¨ªos de Espa?a. Wikipedia, que no es ajena a los errores, pretende que ya fue derogado por Manuel Fraga Iribarne en 1967, y muchos as¨ª lo creen. Sin embargo, un simple ministro de Turismo no tiene tal poder. Solo un rey puede deshacer lo que ha hecho otro rey. Este gesto tendr¨ªa un valor meramente simb¨®lico, puesto que el decreto es inoperante. Hace siglos que lo esperamos y, por supuesto, es menos apremiante que la reforma de la Constituci¨®n, pero aun as¨ª. Entra en el mismo orden de cosas que mis gestiones en pos de mis nuevos documentos de identidad y ser¨ªa tanto m¨¢s hermoso cuanto que se tratar¨ªa de un gesto desinteresado, simb¨®lico, al menos en lo que se refiere a los sefard¨ªes que ya cuentan con un pasaporte europeo; otra cosa es la situaci¨®n, m¨¢s urgente, porque vital, de los procedentes de Am¨¦rica Latina. Pero, est¨¦ donde est¨¦, un jud¨ªo duerme mejor cuando sabe que tiene dos pasaportes en el caj¨®n de la mesilla de noche.
La verdadera patria de un escritor, su patria interior, la que ning¨²n documento puede acreditar, es su lengua, aquella en la que escribe. Ahora, cuando las conversaciones suben de tono, tambi¨¦n s¨¦ callar en espa?ol. A mi alrededor, son muchos los que se toman una muestra de saliva y la env¨ªan por correo a la empresa My Heritage para despejar cualquier duda sobre sus or¨ªgenes. Este test de ADN me deja indiferente y no pienso hac¨¦rmelo, pues la identidad no tiene nada que ver con este tipo de iniciativa; es cambiante, diversa y se basa en una construcci¨®n imaginaria, por no decir una fantas¨ªa, pero mezclar la gen¨¦tica en esto nos devolver¨ªa a la odiosa mentalidad de la pureza de sangre, banco de pruebas del racismo biol¨®gico que tantos estragos caus¨® en el siglo XX. No nos llamemos a enga?o: no hay orgullo alguno en el hecho de haber nacido franc¨¦s, ingl¨¦s, japon¨¦s o lo que sea, puesto que no tenemos arte ni parte en ello. Pero s¨ª que lo hay en el hecho de devenirlo. Es una elecci¨®n, un compromiso, un acto pol¨ªtico. Nos reincorporamos a una historia, asumimos un pasado.
Este art¨ªculo es el primero que escribo en calidad de espa?ol, y voy a terminarlo con una firma que, por primera vez, rinde homenaje tanto al padre como a la madre, otra virtud de este pa¨ªs que es tambi¨¦n el m¨ªo.
Pierre Assouline Zerbib es escritor y miembro de la Academia Goncourt.
Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchez Silva.
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