Entre lo p¨²blico y lo privado
El proceder presidencial no se realiza para debatir proyectos o posibilidades. Se efect¨²a para exigir un reconocimiento un¨¢nime, para denostar a quienes no lo expresen o para que adviertan a otros de los peligros o motivaciones de tal exigencia
El presidente de la Rep¨²blica afirma no tener enemigos. Estos no existen en su amplio y generoso coraz¨®n. Acepta tener adversarios pol¨ªticos y nada m¨¢s. Sin embargo, como para ¨¦l todo es pol¨ªtica, pronto termina habiendo una confusi¨®n intencionada y persistente entre quienes coinciden con ¨¦l y quienes tienen alguna diferencia con ¨¦l. Esta condici¨®n termina por expresarse en una simple y apretada f¨®rmula binaria: est¨¢s conmigo en todo y para siempre, o no lo est¨¢s. El ¡°todo y para siempre¡± no es ret¨®rico. Es funcional. No importa lo que se decida o lo que se intente, ni la manera elegida para ejecutarlo. Menos a¨²n las dudas. Se tiene que estar de acuerdo en la larga cadena que va desde la concepci¨®n hasta la realizaci¨®n para ser amigo o, tal vez m¨¢s m¨ªnimamente, cercano. De otra manera, se est¨¢ en el campo de los adversarios.
Desconozco cu¨¢les son las motivaciones de este proceder presidencial. No me refiero, desde luego, a las necesidades evidentes de acumular poder para hacer m¨¢s cosas y as¨ª contar con m¨¢s adeptos. Aludo a los procesos psicol¨®gicos acumulados a lo largo de una vida. A las representaciones que crearon y desde ellos se actualizaron. A las formaciones del ego que llevaron a suponer y suponerse en una realidad y una biograf¨ªa no solo propia, sino especial. Frente a las inc¨®gnitas que este abordaje plantea, lo que s¨ª queda claro son los efectos externalizados de esas huellas. Esto, en la manera de diferenciar a los propios de los extra?os, no por las capacidades cr¨ªticas o resolutivas, sino solo por las lealtades totales. Solo por el saber, o al menos suponer, la devoci¨®n completa. La subordinaci¨®n total y, con ello, el reconocimiento absoluto. Un eslab¨®n m¨¢s hacia la unanimidad. Hacia ese modo en el que todos, sin excepci¨®n alguna y desde lo m¨¢s profundo del ser de cada cual, reconocen que el sujeto es esf¨¦rico. Perfectamente esf¨¦rico. Una totalidad por donde y para lo que se le mire.
Desde esta matriz puede entenderse operativamente la condici¨®n presidencial en el reconocimiento de amigos y enemigos. O, en sus palabras, de aliados y adversarios. Ello explica el porqu¨¦ de las cr¨ªticas a quien osa se?alar algo sobre su comportamiento o el de sus cercanos, porque quienes est¨¢n con ¨¦l gozan de sus mismos atributos. De otra manera, no ser¨ªan parte de ¨¦l. Ello tambi¨¦n demuestra la imposibilidad de que una idea distinta tenga cabida en el mundo de sus ideas. La perfecci¨®n de lo pensado por ¨¦l, no puede ser contrastada sino por ¨¦l mismo.
Todos aquellos que no admitan la existencia de una sola voz ¡ªpor lo dem¨¢s moralmente pura y perfectamente plausible¡ª, terminar¨¢n siendo adversarios. La expresi¨®n busca disimular animadversiones profundas. Con ella se quiere construir un campo en el que todo parece limitarse a la disputa de valores, de ideas o de proyectos. Sin embargo, la b¨²squeda de unanimidad, de tener que ser reconocido en todo y para todo, hace que las diferencias aparentemente circunscritas a la disputa pol¨ªtica terminen por ser personales. Por ello, el adversario no lo es solo en los ¨¢mbitos de lo p¨²blico, sino que terminan asent¨¢ndose en el privado y en lo interno. El presidente no reclama el que no se coincida con ¨¦l. Exige el reconocimiento a su persona por v¨ªa de sus ideas, sus decisiones y sus leales. De todo aquello que ¨¦l mismo constituye.
Si lo que acabo de decir fuera equivocado, ver¨ªamos un Ejecutivo Federal dispuesto a dialogar con quienes ¡ªcomo es mi caso en varios aspectos¡ª pudieran compartir el diagn¨®stico presidencial, m¨¢s no las v¨ªas para solucionar los problemas identificados. Tambi¨¦n podr¨ªamos ver un di¨¢logo con quienes tuvieran diagn¨®sticos distintos y, por lo mismo, soluciones diferentes. Igualmente, percibir¨ªamos meros silencios ante quienes pensaran distinto. Sin embargo, lo que a diario presenciamos es la necesidad de confrontar a quienes en diversos tiempos y por variados motivos, no expresan conformidad a lo dicho o hecho, o no guardan un obsecuente silencio.
El proceder presidencial no se realiza para debatir proyectos o posibilidades. Se efect¨²a para exigir un reconocimiento un¨¢nime, para denostar a quienes no lo expresen o adviertan a otros de los peligros o motivaciones de tal exigencia. A diferencia de lo que parecen mostrar las charlas, la cercan¨ªa de la cotidianeidad u otras formas semejantes de popularizaci¨®n para hacer p¨²blico lo privado, en realidad asistimos a un fen¨®meno exactamente inverso. Estamos presenciando los intentos para privatizar lo p¨²blico. Para hacer de una persona la medida de todas las cosas. Desde los modos correctos de hablar, los usos v¨¢lidos de la historia y las maneras de vivir una vida digna. Los intentos de privatizaci¨®n de lo p¨²blico est¨¢n en marcha. Apuntan al reconocimiento un¨¢nime de la persona. A un momento en el que, finalmente, todos nos percatemos de una sola grandeza. Asistimos a la permanente disputa entre lo p¨²blico y lo privado, en una nueva y distinta modalidad. Aquella en la que el todo debiera quedar asimilado en el uno.
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