Venezuela y el santo bacteri¨®logo
Sin vacunas ni plan cre¨ªble de vacunaci¨®n a la vista, los venezolanos, creyentes, agn¨®sticos o ateos, tienen en los labios tan solo dos palabras: Jos¨¦ Gregorio Hern¨¢ndez, el doctor santo
Un piadoso m¨¦dico cat¨®lico, laureado en Francia y hombre de firmes convicciones creacionistas, fund¨® la c¨¢tedra de bacteriolog¨ªa de la Universidad Central de Venezuela en 1899.
Muri¨® hace ya m¨¢s de un siglo¡ªarrollado por uno de los pocos autom¨®viles que circulaban en Caracas all¨¢ por 1919¡ª y desde entonces la sorna anticlerical criolla ven¨ªa sugiriendo que el doctor Jos¨¦ Gregorio Hern¨¢ndez no ha sido de una buena vez canonizado por el Vaticano porque el expediente de postulaci¨®n fue elaborado con incuria y desma?a por sacerdotes en extremo chambones y desprolijos. Devotos pero distra¨ªdos mamadores de gallo; en fin, venezolanos.
En realidad, lo que pasaba es que el doctor Hern¨¢ndez no acreditaba milagros suficientemente atendibles por la llamada ¡°Congregaci¨®n para las causas de los santos¡± de la Santa Sede. Desde fines del siglo XVIII las normas han venido cambiando: hay bemoles con esto de los milagros porque el demonio tambi¨¦n puede hacer prodigios para embaucarnos.
Hoy d¨ªa, para ser considerado santo tu promedio de bateo debe ser no solo muy elevado, sino convincentemente infundido por la gracia divina. Y la mejor prueba de efectiva conexi¨®n con el Supremo¡ªla ¨²nica en verdad¡ª, es una curaci¨®n que inexplicablemente desaf¨ªe todo pron¨®stico m¨¦dico.
Ese momento lleg¨® al fin para el doctor Hern¨¢ndez en marzo de 2017, cuando una ni?a de 10 a?os fue gravemente herida en la cabeza por arma de fuego durante un asalto en una remota localidad llanera. Ya casi por completo desangrada, luego de una odisea fluvial de cuatro horas y presentando p¨¦rdida de masa encef¨¢lica, la ni?a pudo ingresar a emergencias en un desprovisto hospital provincial cuyo neurocirujano tard¨®, adem¨¢s, 48 horas en llegar.
Estaba en un trance tan cr¨ªtico que los cirujanos dijeron a sus padres que, de sobrevivir, perder¨ªa con seguridad y para siempre la movilidad, la vista y el habla. Su mam¨¢, devota del doctor, impetr¨® entonces su intercesi¨®n. De inmediato, el doctor Hern¨¢ndez se puso a trabajar.
La ni?a no solo sobrevivi¨® a la dif¨ªcil intervenci¨®n, sino que su total restablecimiento ha dejado mudo al equipo m¨¦dico, interdisciplinario, de la Congregaci¨®n. Es el primer milagro del doctor reconocido por el Vaticano y le ha valido la beatificaci¨®n. Es decir, todav¨ªa no entra al hall de la Fama de las grandes ligas de la santidad; todav¨ªa no es vaticanamente santo lo cual tiene sin cuidado a sus devotos.
Jos¨¦ Gregorio, como familiarmente lo llamamos, ha logrado colarse en los altares que los antrop¨®logos llaman sincr¨¦ticos y donde se codea con deidades del pante¨®n santero como Chang¨® u Obatal¨¢, con el Sim¨®n Bol¨ªvar afrodescendiente, con Maria Lionza ¡ªdivinidad noct¨¢mbula, exaltada por Rub¨¦n Blades, que vaga por los bosques de Yaracuy, cabalgando desnuda sobre un tapir¡ª, con el ¡°¨¢nima de Taguapire¡± ¡ªalma en pena donde las haya¡ª, con el llamado poderoso ¡°Negro Felipe¡±, con el mism¨ªsimo Carlos Gardel, con la virgen de Coromoto ¡ªadvocaci¨®n venezolana de la madre de Dios, patrona oficial del pa¨ªs¡ª, con el Che Guevara y Don Juan del Dinero y, ¨²ltimamente, con los santos sicarios de la llamada ¡°corte malandra¡± que preside ¡°San Ismaelito¡±, un violento atracador caraque?o abatido por la polic¨ªa, junto con su novia, a comienzos de siglo. Esa escandalosa promiscuidad explica sobradamente las resistencias del Vaticano.
Pasados ya muy bien los cuarenta a?os, Jos¨¦ Gregorio, ferviente cristiano, opt¨® en 1908 por lo que San Benito llam¨® la recta via. Renunci¨® a su c¨¢tedra, se despidi¨® de su clientela y de sus lectores como articulista de escarpados temas culturales en el diario El Universal e ingres¨® al monasterio de los cartujos en Lucca, Italia. No le fue bien.
El fr¨ªo, las duras normas de la orden cartuja y sorpresivos achaques de salud se sumaron al juicio que los superiores de la orden se hicieron de su car¨¢cter: la vida monacal, pensaron, sencillamente no era para ¨¦l. Jose Gregorio tard¨® en convencerse de ello y a¨²n lo intent¨® infructuosamente de nuevo. Quiso m¨¢s tarde ordenarse sacerdote en Roma, sin ¨¦xito. Al cabo, regres¨® a Venezuela para hacerse m¨¦dico de pobres.
Y fue en la Caracas de los menesterosos, bajo la brutal dictadura de Juan Vicente G¨®mez, donde el doctor labr¨® calladamente su vocaci¨®n samaritana y una s¨®lida reputaci¨®n, no solo de santidad, que ya es decir, sino tambi¨¦n de m¨¦dico atinado, eficiente y salvador.
La pandemia de influenza de 1918 ¡ªla gripe espa?ola¡ª que en una Venezuela de dos millones y medio de habitantes mat¨® en tres meses 23000 personas, la mayor¨ªa de ellas en la capital, lo consagr¨® como el m¨¦dico que se excus¨® de formar parte de la Junta de Socorro, integrada por los mejores m¨¦dicos de su generaci¨®n, porque andaba demasiado ocupado intern¨¢ndose en insalubres barriadas de bahareque y ca?a brava, asistiendo a los apestados.
Nadie sabe a ciencia cierta cu¨¢ntos venezolanos han muerto ya v¨ªctimas de la pandemia de covid-19. La tiran¨ªa de Maduro ha falseado sistem¨¢ticamente las cifras de contagios y decesos. Tratando de ocultar los efectos de su mort¨ªfera y criminal indolencia, Maduro persigue implacablemente a quien difunda cifras.
La Federaci¨®n M¨¦dica de Venezuela reporta, sin embargo, que solo se ha logrado vacunar al 0.3 % de una poblaci¨®n de 28 millones de habitantes. La profesi¨®n m¨¦dica y los gremios de la salud reportan ya 500.000 muertes desde que comenz¨® la emergencia.
El m¨¢s letal repunte de la pandemia registrado hasta hora diezma un pa¨ªs sin fuerza el¨¦ctrica ni agua corriente ni combustible automotor. Sin vacunas ni plan cre¨ªble de vacunaci¨®n a la vista, los venezolanos, creyentes, agn¨®sticos o ateos, tienen en los labios tan solo dos palabras: Jos¨¦ Gregorio.
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