El estallido colombiano
La mayor parte de la sociedad colombiana no quiere m¨¢s asesinatos, m¨¢s violencia y m¨¢s palabras de odio. El rechazo a nuestro pasado violento es nuestra ¨²nica forma de esperanza
Habr¨ªa que empezar por la modestia, por aceptar que todo intento de explicaci¨®n es especulativo. Ning¨²n acad¨¦mico, analista y periodista previ¨® este estallido, la dimensi¨®n y la fuerza de lo que ha ocurrido en Colombia durante las ¨²ltimas semanas. Cualquier explicaci¨®n es un intento de racionalizaci¨®n retrospectiva que adolece (lo confieso) de poder predictivo.
El paro comenz¨® como un fen¨®meno mayoritariamente juvenil, concentrado en las grandes ciudades. Concit¨® sobre todo a las clases medias vulnerables, m¨¢s a los empobrecidos que a los pobres estructurales. El desempleo juvenil (cercano a 25%), el cierre de la educaci¨®n presencial y el encierro de muchos empuj¨® a los j¨®venes a la calle con m¨¢s fuerza que en 2019. Muchos se sienten excluidos, sin oportunidades, sin esperanza. El control de la pandemia implic¨® una carga excesiva sobre ellos, exacerb¨® los problemas de exclusi¨®n y marginamiento.
Yo soy profesor, vi crecer el desespero, la impaciencia y la indignaci¨®n. Los toques de queda injustificados. Los cierres de colegios y universidades. El poder excesivo entregado a la polic¨ªa para el control de la pandemia. La pasividad sobre las necesidades de los j¨®venes. En conjunto, todo esto fue alimentando una suerte de ira contenida. En Bogot¨¢, en septiembre, hubo un primer estallido, violentamente reprimido por la polic¨ªa. Varios j¨®venes fueron asesinados. Nada pas¨®.
Hay otras razones por supuesto, muchas otras, entre ellas: la falta de liderazgo del gobierno, su incapacidad de crear consensos pol¨ªticos, de promover una agenda reformista, de canalizar el deseo de cambio que hab¨ªan generado los acuerdos de Paz con la guerrilla. ¡°El futuro es de todos¡±, dice el eslogan del gobierno. Infortunadamente la agenda gubernamental se centr¨® en el pasado, en cambiar los acuerdos, en promover divisiones, en alimentar una polarizaci¨®n sin sentido.
M¨¢s all¨¢ de las posibles causas primeras del descontento, la respuesta violenta de las autoridades y las violaciones a los DDHH alimentaron la indignaci¨®n y crearon una nueva causa, una nueva raz¨®n para la protesta, un nuevo prop¨®sito colectivo. Al mismo tiempo, como ocurre siempre, muchos grupos se sumaron a las movilizaciones. Existe una din¨¢mica de refuerzo mutuo, mientras m¨¢s gente protesta m¨¢s gente quiere sumarse: transportadores, cocaleros, sindicatos, ind¨ªgenas, trabajadores de la salud, etc.
Adem¨¢s, las protestas tienen un contexto regional diferenciado. En Bogot¨¢, la capital del pa¨ªs, han congregado mayoritariamente a j¨®venes que han encontrado en la calle un punto de encuentro y un lugar providencial para vociferar sus frustraciones y descontento. En Cali, por el contrario, las protestas han desatado fen¨®menos m¨¢s complejos, m¨¢s violentos: civiles armados que disparan a quienes bloquen las calles, grupos juveniles que con intimidaci¨®n y violencia controlan el acceso a los barrios populares y probablemente grupos de crimen organizado que quieren sacar provecho del caos.
Las protestas han sido un fen¨®meno espontaneo, descentralizado, sin jerarqu¨ªas. Los tel¨¦fonos celulares resuelven un problema de coordinaci¨®n esencial. Algunos han querido ver en todo esto un dise?o inteligente, una gran conspiraci¨®n internacional. Pero no existe ninguna evidencia al respecto. La descentralizaci¨®n crea, sin embargo, un problema de representaci¨®n. No hay nadie que puede abrogarse la representaci¨®n de los j¨®venes en las calles. Grupos distintos tienen demandas diferentes. El gobierno quiere negociar, pero no sabe bien con qui¨¦n.
Hay un grupo de sindicalistas y pol¨ªticos (el llamado ¡°comit¨¦ de paro¡±) que reclama para s¨ª un poder de representaci¨®n leg¨ªtima. Pero es dif¨ªcil creerle. Su agenda parece anti-joven. Atacan la alternancia educativa y representa a los trabajadores formales, a una generaci¨®n que defiende unos privilegios que parad¨®jicamente van en contra de las demandas de los j¨®venes. Quiz¨¢s resulte m¨¢s productivo abrir el debate completamente, tener mesas regionales y escuchar a los j¨®venes, entender al menos sus angustias y frustraciones.
La mayor parte de la sociedad colombiana no quiere m¨¢s asesinatos, m¨¢s violencia y m¨¢s palabras de odio. Ese sentimiento, el rechazo mayoritario a nuestro pasado violento, es en este momento triste nuestra ¨²nica forma de esperanza. Ese deber¨ªa ser el primer punto de cualquier di¨¢logo. Vida es lo que queremos. Ni m¨¢s menos que eso.
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