Romper la l¨®gica de la confrontaci¨®n
La pol¨ªtica en Espa?a est¨¢ marcada, desde hace demasiado tiempo, por un carrusel de campa?as electorales que apenas dejan espacio para definir los ejes sobre los que vertebrar el futuro de nuestro pa¨ªs
La pol¨ªtica en Espa?a est¨¢ marcada, desde hace demasiado tiempo, por un carrusel de campa?as electorales que apenas dejan espacio para definir los ejes sobre los que vertebrar el futuro de nuestro pa¨ªs. Hablamos mucho de la galer¨ªa de hombres y mujeres que est¨¢n en pol¨ªtica, del mapa de partidos que aparecen y languidecen, de si existen incentivos para lograr acuerdos de gobernabilidad o de cu¨¢ndo los ciudadanos ser¨¢n convocados de nuevo a las urnas¡ Sin embargo, apenas reservamos espacio para analizar aquellos elementos que deber¨ªan ser la expresi¨®n nuclear de la conversaci¨®n p¨²blica. Y las consecuencias de no hacerlo resultan particularmente costosas al convertir la pol¨ªtica en un ejercicio est¨¦ril marcado por una constante lucha de y por el poder.
Todo ello encuentra su justificaci¨®n en una multitud de causas, pero quiero detenerme en, al menos, dos. La primera conecta con este permanente estado de tensi¨®n electoral en el que vivimos que inevitablemente modifica las l¨®gicas de funcionamiento m¨¢s virtuosas de la pol¨ªtica. Las elecciones son la expresi¨®n de una dial¨¦ctica consistente en antagonizar planteamientos, propuestas y soluciones con el prop¨®sito de enfatizar la diferencia con el contrario para, desde ah¨ª, captar la atenci¨®n del mayor n¨²mero de votantes. Esta forma de hacer no tiene mayores consecuencias cuando los ciclos electores vienen acompa?ados de periodos de tiempo suficientemente amplios para que Gobierno y oposici¨®n reorienten sus conductas hacia l¨®gicas de colaboraci¨®n facilitadoras de acuerdos. Pero¡ ?Qu¨¦ ocurre cu¨¢ndo las elecciones no son la consecuencia del agotamiento de un mandato, sino una variable m¨¢s en la agenda de quien gobierna? La respuesta es obvia: nunca desaparece ese esp¨ªritu de confrontaci¨®n entre actores que tanto dificulta el surgimiento de una relaci¨®n colaborativa.
Esta l¨®gica perversa de confrontaci¨®n resta eficacia a la propia acci¨®n de Gobierno para desarrollar una agenda conducente a ofrecer resultados de impacto en la vida de los ciudadanos, lo que nos conduce a la segunda cuesti¨®n. As¨ª, tendemos a vincular la capacidad de acci¨®n del Gobierno con la fortaleza de la mayor¨ªa que lo sustenta. Aunque la importancia de este elemento no puede discutirse, requiere matizaci¨®n cuando la pol¨ªtica opera en un escenario de fragmentaci¨®n tan elevada. En estos casos, la estabilidad tambi¨¦n est¨¢ directamente unida a la capacidad que desarrollen Gobierno y oposici¨®n para cultivar espacios de encuentro. Solo as¨ª resulta posible ensanchar suficientemente los apoyos hasta construir un espacio firme capaz de respaldar las decisiones m¨¢s importantes y hacerlas sostenibles en el tiempo en forma de pol¨ªticas p¨²blicas robustas.
Esta f¨®rmula virtuosa de hacer pol¨ªtica no niega el derecho de la oposici¨®n a visibilizar una alternativa de Gobierno, pero la hace tambi¨¦n copart¨ªcipe de la responsabilidad de las decisiones que permiten anticipar el pa¨ªs de ma?ana. Lamentablemente, no parece que sea esta la hoja de ruta que se practica en Espa?a. Con todo, la cuesti¨®n es si nos podemos permitir perpetuar una din¨¢mica patol¨®gica de antagonismo que acelera peligrosamente la desafecci¨®n hacia la pol¨ªtica, hasta apartarla indefectiblemente de su poderoso valor como instrumento de utilidad para la transformaci¨®n social. La respuesta no deber¨ªa hacerse esperar. Ustedes dir¨¢n.
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