Encuentros en Manhattan
Las reprimendas espont¨¢neas brotan en ascensores y supermercados del Upper West Side y solo cabe o¨ªrlas como quien oye llover o aceptarlas
Hace unas semanas, estaba haciendo la compra en un venerable supermercado del Upper West Side de Nueva York cuando apareci¨® una mujer de la nada, se plant¨® delante de la sillita de mi hijo, al lado de la secci¨®n de fruta y verdura, y nos mir¨® por encima de su mascarilla, estampada con motivos de Harry Potter. En realidad, ya me hab¨ªa fijado en ella unos minutos antes, a una cuadra de all¨ª; se hab¨ªa apartado en la acera vac¨ªa con una cautela que me pareci¨® exagerada, mientras nos fulminaba con la mirada. No es que fuera un comportamiento inusual; al fin y al cabo, los nervios estaban a flor de piel y este supermercado concreto, incluso cuando todo va bien, ha sido escenario de muchos enfrentamientos, discusiones y ri?as.
Ciertos residentes de Nueva York, y desde luego del Upper West Side, tienen una ganada cierta fama de neur¨®ticos o como se quiera llamar a esa gente sensible, y algo exagerada, retratada con humor en series, pel¨ªculas y novelas. Este a?o de pandemia nos ha puesto a prueba. Pero al ver c¨®mo esa mujer del supermercado nos miraba se me cay¨® el alma a los pies.
Estaba harta de no tener trato con otras personas m¨¢s que para transmitir insatisfacci¨®n. Echaba de menos saludar a voces a gente conocida, intercambiarme cumplidos con desconocidos, felicitar a alguien elegante por su atuendo, ¡ªlo que una amiga llamaba ¡°la comunidad de esas otras mujeres para las que te vistes¡±¡ª. A veces, en estos meses pasados me esforzaba: en un momento dado adquir¨ª la costumbre de preguntar a gritos ¡°??Qu¨¦ tal??¡± a los transe¨²ntes, pero mi en¨¦rgica pregunta y las inevitables expresiones de miedo y alarma de la gente a quien iba dirigida, acabaron siendo demasiado para m¨ª.
Recuerdo que, cuando estaba embarazada, me preocupaba no saber qu¨¦ decir cuando la gente se sintiera irremediablemente forzada a decir lo rico que era mi beb¨¦. Incluso cuando era yo la que felicitaba a otros padres, esas conversaciones siempre me hab¨ªan parecido curiosamente inc¨®modas. Aunque el ni?o fuera, en efecto, una monada, me preocupaba parecer poco sincera. Y cualquier reacci¨®n del padre o la madre parec¨ªa extra?a e inapropiada: ?un ufano ¡°gracias¡±? ?Una evasiva extra?a, como ¡°es una delicia¡± o ¡°creo que nos la vamos a quedar¡± o ¡°a veces no est¨¢ mal tenerlo¡±? Estas eran las dudas e inquietudes que me asaltaban en febrero del a?o pasado. Antes de la pandemia. Luego lleg¨® marzo y a principios de abril di a luz en un hospital de Manhattan en plena primera ola de la covid-19.
Ahora, meses despu¨¦s, en el supermercado, me apart¨¦ instintivamente y me prepar¨¦ para una escena desagradable: una reprimenda por sacar al ni?o de casa, o porque un beb¨¦ de 11 meses no llevaba mascarilla, o por haberme metido con la silla en el supermercado, o porque el mono que llevaba puesto mi hijo no le abrigaba lo suficiente, o simplemente un arrebato de ira incoherente. Hab¨ªa sido blanco de todas esas cosas en este tiempo y, como todo el mundo, vacilaba entre o¨ªrlas como quien oye llover o aceptarlas como algo que me ten¨ªa merecido.
Entonces, la mujer habl¨®.
¡ª?Tiene pinta de llamarse Brian!¡ª, exclam¨® apuntando con un dedo acusador al ni?o, que la mir¨® con cara de pocos amigos desde las profundidades de su alegre mono polar azul.
¡ª?Disculpe?¡ª, dije sin comprender. En mi cat¨¢logo de posibles fechor¨ªas, esta ni siquiera aparec¨ªa entre las diez primeras.
¡ª???Brian!!!¡ª, volvi¨® a decir con impertinente claridad. ¡ª??Se llama Brian??
Me qued¨¦ sorprendida. ?Desde luego que no se llamaba as¨ª! Casualmente, Brian es el segundo nombre que m¨¢s detesto, porque lo relaciono con un ni?o que iba a mi jard¨ªn de infancia y que se pasaba el tiempo soltando tacos y nombres de coches de lujo.
¡ªNo, lo siento¡ª, respond¨ª, alzando la voz para que me pudiera o¨ªr a trav¨¦s de varias capas de algod¨®n con falso estampado Liberty. ¡ªNo se llama as¨ª. Se llama como su bisabuelo. Se llama Harold. Le llamamos Hal.
Esper¨¦ a que sonriera, a que elogiara el nombre, aunque fuera de boquilla, para suavizar el encuentro.
En lugar de ello, la mujer se mostr¨® visiblemente decepcionada.
¡ªVaya¡ª, dijo. ¨DBueno, que le vaya bien¡ª. Y se fue.
Lo absurdo de la conversaci¨®n me anim¨® durante la siguiente hora, durante la compra y mientras recorr¨ªa los 800 metros que me separaban de casa, con el ni?o balbuceando la mayor parte del camino. Al llegar a nuestro edificio, un hombre desde el ascensor me grit¨® ¡°???Espere al siguiente, por favor!!!¡±, pese a que yo no pensaba entrar con ¨¦l. ¡°???No iba a entrar!!!¡±, le grit¨¦, mientras se cerraban las puertas.
Ya en casa, acost¨¦ al ni?o para que durmiera la siesta y busqu¨¦ al Brian con el que hab¨ªa ido al jard¨ªn de infancia. No le hab¨ªa vuelto a ver desde que ten¨ªamos cinco a?os, pero por alg¨²n motivo ¨¦ramos amigos en Instagram. Result¨® que ahora era abogado experto en derecho de sociedades, ¡°especializado en negociaciones, gesti¨®n de riesgo, planificaci¨®n empresarial, importaciones y administraci¨®n¡±. Al parecer estaba casado y ten¨ªa dos hijos. Me gustaron varias de sus fotos familiares. ¡°?Qu¨¦ monada!¡±, escrib¨ª debajo de una de ellas, y a?ad¨ª un emoji con corazones en los ojos.
Sadie Stein es cr¨ªtica y ensayista.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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