Caminar sola de noche
El caso de Sarah Everard nos recuerda que las mujeres estamos atrapadas en un relato en el que somos vulnerables, estamos a merced de los peligros y necesitamos protecci¨®n
A Sarah Everard la asesin¨® un oficial de polic¨ªa la noche del 3 de marzo. Ten¨ªa 33 a?os, viv¨ªa en Londres y volv¨ªa de casa de una amiga. Al d¨ªa siguiente hab¨ªa quedado con su pareja, no apareci¨®. Tras una semana de b¨²squeda, la polic¨ªa encontr¨® sus restos en una bolsa. Identificaron sus implantes dentales. Diez d¨ªas despu¨¦s, se organizaron vigilias para llorarla. Una ciudad convertida en herida, las velas ara?ando la noche, cientos de mujeres tejiendo un luto que no acaba. Y la polic¨ªa cargando contra ellas, empuj¨¢ndolas, inmoviliz¨¢ndolas, record¨¢ndoles que la calle no les pertenece, que deben quedarse en casa. Quietas.
La noche de su asesinato, Everard cruzaba la ciudad en un gesto mil veces repetido, un gesto instintivo, ritualizado y exorcizante. Caminar. Ella caminaba. No hay nada m¨¢s liberador que medir el peso del cuerpo contra el mundo, acompasando ritmos, extendiendo el aliento hasta abarcar calles enteras. Sentir que tu cuerpo no tiene l¨ªmites porque se ha convertido en paisaje, en ciudad, en infinito. Caminar no es s¨®lo desplazarse, es adue?arse de un espacio, de un tiempo, de un pedazo de realidad. Adue?arse de la libertad y la contingencia a la que se expone el cuerpo, afirmando as¨ª una identidad propia, y la capacidad de defenderla ante el mundo. En Wanderlust. Una historia del caminar, la escritora Rebecca Solnit lo describe como ¡°una curiosa consonancia entre el paisaje interno y el externo¡± y sugiere que ¡°la mente es tambi¨¦n una especie de paisaje y que caminar es un modo de atravesarlo¡±. Caminar ha ocupado un lugar destacado en nuestra tradici¨®n filos¨®fica e historia pol¨ªtica: desde la escuela peripat¨¦tica, hasta las marchas de Selma a Montgomery. M¨¢s que un acto fisiol¨®gico, es una pr¨¢ctica llena de significado. Y, a menudo, de obst¨¢culos. ?Qui¨¦n puede adentrarse en ciertos espacios? ?D¨®nde acaba la ciudad y empieza el laberinto?
Si caminar es resistencia, placer y conocimiento, tambi¨¦n es violencia y miedo. No deber¨ªa serlo, pero lo es. La muerte de Everard no fue el resultado de una casualidad tr¨¢gica, sino de un patr¨®n sist¨¦mico. Todas las mujeres que caminamos solas nos sabemos enredadas en una espiral incesante, imposible de controlar, m¨¢s fuerte que nosotras, m¨¢s fuerte que todo. Podemos llamarlo vulnerabilidad, o precariedad, o simplemente miedo. Un terror l¨²cido, aunque a menudo inconsciente, a morir. A que nos maten. Aprendemos a vivir con el peligro; aprendemos que nuestros caminos pueden ser interrumpidos, nuestros cuerpos violados, nuestras vidas desechables. La muerte no deja de retorcerse a nuestro alrededor, pero no podemos tenerla presente a cada segundo. No podr¨ªamos salir, respirar, experimentar. As¨ª que nos acostumbramos a ella, hasta que su halo triste se funde con nuestra piel. Dormida, latente.
La muerte est¨¢ ah¨ª cuando trazamos rutas nocturnas, cuando impostamos una conversaci¨®n telef¨®nica, cuando nos despedimos de una amiga con un ¡°escr¨ªbeme cuando llegues¡±; est¨¢ ah¨ª cuando nos sentimos culpables por cruzar la ciudad sin m¨¢s compa?¨ªa que nuestros pensamientos, tambi¨¦n cuando nos resignamos a caminar escoltadas, neg¨¢ndonos el placer de sentirnos completas en nuestra soledad. La misma Solnit, algunos a?os despu¨¦s de publicar Wanderlust, describe este conflicto en Recuerdos de mi inexistencia. Caminar sigue siendo fundamental, pero la autora tambi¨¦n habla de una juventud atormentada por el peligro de caminar sola de noche. ¡°Todas las cosas malas que les pasaban a las otras mujeres porque eran mujeres pod¨ªan ocurrirte a ti por ser mujer. Aunque no te mataran, mataban algo de ti: tu sensaci¨®n de libertad, de igualdad, de confianza en ti misma¡±.
Y matan algo m¨¢s: la imaginaci¨®n. Nuestra cultura est¨¢ saturada de mujeres muertas, violadas, torturadas. Como una premonici¨®n, o una amenaza. No es casualidad que las pel¨ªculas busquen el miedo del p¨²blico a trav¨¦s de los personajes femeninos. ?Cu¨¢ntas veces hemos sentido tensi¨®n, inquietud o p¨¢nico al ver que la protagonista se queda sola? El hombre desaparece y, de pronto, una m¨²sica crispante llena la escena, las luces cambian, los planos se vuelven claustrof¨®bicos. Sabemos que est¨¢ en peligro, la atacar¨¢n en cualquier momento. Y, por extensi¨®n, tambi¨¦n al p¨²blico. Aprendemos a relacionar el miedo, la inseguridad y la incapacidad con la mujer. El mensaje es claro: podr¨ªas haber sido t¨², podr¨ªas ser la siguiente.
No necesitamos ver m¨¢s rubias asesinadas en la pantalla, ni tramas enclenques cuyo ¨²nico gancho es la violencia gratuita contra una mujer. Tambi¨¦n podemos prescindir, de una vez por todas, de esa regla no escrita que insiste en embellecer, incluso sexualizar, el sufrimiento femenino. ¡°La muerte de una mujer hermosa es, sin duda, el tema m¨¢s po¨¦tico del mundo¡±, dec¨ªa Edgar Allan Poe. A lo cual Solnit replica que, probablemente, no se le ocurri¨® pensarlo ¡°desde la perspectiva de las mujeres que prefieren vivir¡±. Esta es la clave, no parece tan dif¨ªcil. Imaginar el mundo a trav¨¦s de nuestros ojos. Tejer un relato que nos quiera vivas, un paisaje narrativo por el que deambular y perdernos. De noche, solas, con nuestros pensamientos. Sin miedo.
Amanda Mauri es investigadora y escritora feminista.
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