Forn
Con ¡®Maria Domecq¡¯, Juan Forn transmut¨® una incomparable historia de amor en gran literatura de la adicci¨®n, subg¨¦nero de su matriz americana
Como de rayo, amigos, mismamente como el Sij¨¦ de Orihuela en el verso de Hern¨¢ndez, se me ha muerto Juan Forn en la Argentina.
En un texto ya legendario, el discurso inaugural de un encuentro literario en C¨®rdoba, en 2018, y que ¨¦l mismo consider¨® su propia autopsia, Juan afirma: ¡°se podr¨¢ decir que entr¨¦ en la literatura por un ascensor¡±.
¡°Cuando ten¨ªa quince a?os, compart¨ªa un viaje hacia el noveno con un vecino de mi edificio que nos oy¨® hablar sin parar a dos amigos y a m¨ª del plan de hacer una revista que no se pareciera a ninguna otra. Al llegar a su piso el tipo dijo que ten¨ªa algo que quiz¨¢ nos sirviera y nos invit¨® a los tres a pasar, y nos mostr¨® libros, y nos recomend¨® pel¨ªculas y nos puso discos y en aquel living a media luz en plena dictadura, nos hizo entrar a un mundo en el que James Dean le le¨ªa a Marylin el Ulises de Joyce, Dylan Thomas volv¨ªa de su ¨²ltima curda al Chelsea Hotel, Coltrane intentaba llegar con su saxo hasta donde Charlie Parker hab¨ªa comenzado su ca¨ªda libre, Fitzgerald aconsejaba con su ¨²ltimo aliento a Faulkner que huyera de Hollywood¡¡±
Juan Forn reconoc¨ªa as¨ª una ¡°matriz americana¡±¡ª su sobreexposici¨®n temprana a los rayos gamma de la cultura estadounidense¡ª de lo que iba a ser su comprensi¨®n de la literatura.
¡°He tratado desde entonces de llenarla de otras cosas, de diluirla en m¨ª, mudar de piel, dejarla atr¨¢s¡±. Y, en efecto, lector omn¨ªvoro como ha habido poqu¨ªsimos en nuestra Am¨¦rica, Forn se inocul¨®, como un yonqui adicto a los libros, toneladas de sangre jud¨ªa, rusa, japonesa, mitteleuropea, italiana, latinoamericana ¡°pero igual tengo esa matriz en el adn y me delato cada tanto. Hasta el d¨ªa de hoy me dicen : Sos reshanqui para escribir, vos¡±.
Su admirado Ricardo Piglia recurre a menudo¡ªen exceso, pienso yo¡ª, al giro expositivo ¡°de esa tensi¨®n entre esto y aquello¡±. Juan gastaba bromas a costa de los cr¨ªticos literarios incapaces de hablar de corrido en un ¡°conversatorio¡± sin incurrir en ¨¦l. Hoy, sin embargo, no veo m¨¢s camino: de la tensi¨®n entre su matriz americana y la imponente naturalidad con que Forn, arquetipo supremo del cosmopolitismo intelectual latinoamericano, se apropiaba de todos los lenguajes del mundo, literarios o no, emergi¨® poco a poco, desde el periodismo y en la contratapa de P¨¢gina 12, viernes a viernes, una prodigiosa literatura que perdurar¨¢.
¡°De eso se trata, en el fondo, todo este asunto: de lograr que cuando uno muera la historia que haya contado siga viviendo¡±, dice tambi¨¦n Juan en C¨®mo me hice viernes, su autopsia, como dije.
Yo me enganch¨¦ a las contratapas de Forn para Radar, el suplemento que fund¨® en P¨¢gina 12, desde Caracas, en un tiempo que ya me parece remoto, con una deslumbrante recensi¨®n suya en torno a la poeta estadounidense Elizabeth Bishop titulada El arte de perder.
Pero fueron los prodigiosos relatos de Nadar de noche y la hechicera novela, en gran medida autobiogr¨¢fica, Mar¨ªa Domecq, los que me acercaron con fervor al esp¨ªritu de Juan.
Mar¨ªa Domecq es una las m¨¢s hermosas historias de amor escritas en nuestro continente durante el ¨²ltimo siglo. Juan Forn la transmuta en liberadora literatura de la adicci¨®n, ese subg¨¦nero de la matriz americana.
Debo a la revista bogotana El Malpensante y a la hospitalidad de la escritora ecuatoriana Gabriela Alem¨¢n, la inextinguible dicha de haber conocido y tratado a Juan. Con lo que llego a la nuez, digamos, de mi planto.
Arriba de tres veces no alcanzamos a vernos personalmente en el curso de nuestra amistad y siempre por pocos d¨ªas. En cada ocasi¨®n enhebr¨¢bamos al instante la conversaci¨®n justo donde la hab¨ªamos dejado. La palabra de Juan, que no era lo que se dice un predicador pentecostal, obraba invariablemente un efecto bienhechor en m¨ª. La ¨²ltima vez fue en Medell¨ªn, hace dos a?os, durante un yambor¨ª literario.
All¨ª conoc¨ª a Mar¨ªa Dom¨ªnguez, su mujer, y juntos anduvimos para arriba y para abajo durante tres d¨ªas. Yo atravesaba la peor de mis rachas.
Paseando con mis amigos por el Jard¨ªn Bot¨¢nico, cit¨¦, distra¨ªdamente, algo que acababa de leer. Dos siquiatras franceses, especialistas en la materia, afirmaban que la adicci¨®n alcoh¨®lica conduce irremediablemente a la depresi¨®n. Juan se detuvo en el acto.
¡ª Es al rev¨¦s. Es la depresi¨®n lo que conduce a la adicci¨®n, loco. Pensalo bien y lo ver¨¢s muy claro. Solo si larg¨¢s la depre pod¨¦s largar lo otro.
Suena facil¨®n pero quien haya le¨ªdo Mar¨ªa Domecq sabe que Juan, en estas cosas, no daba puntada sin hilo. Acababa de sentarme para el desayuno aquella ma?ana cuando Juan ya hab¨ªa visto todo a trav¨¦s de m¨ª.
¡ª ?Qu¨¦ te pasa?
Apenado, le cont¨¦ de mi aced¨ªa, de mi nula templanza, de mis incumplimientos. ¡°Lo vamos arreglar¡ªdijo, dulce y noblemente¡ª; cada vez que juntes quince mil palabras, me las mand¨¢s¡±.
El respeto que me infund¨ªan ¨¦l y la historia que cont¨® en Mar¨ªa Domecq no me permitieron desatender el tratamiento y acat¨¦ religiosamente la receta, con copia a Mar¨ªa Dom¨ªnguez que no me dejar¨¢ mentir. El acuerdo con Forn tra¨ªa adentro la salvaci¨®n.
La semana pasada, cuatro d¨ªas antes de morir Juan, les mand¨¦ 78.000 palabras de algo que no s¨¦ c¨®mo le ir¨¢ en el mercado editorial pero s¨ª que solo gracias a Juan Forn pude escribirlo.
A vuelta de correo, me cont¨® que preparaba, trabajando como loco, una reelaboraci¨®n de Yo recordar¨¦ por ustedes, antolog¨ªa que se anuncia para agosto de este a?o. Se propuso contar en sus vi?etas la historia del siglo XX, pa¨ªs por pa¨ªs.
Dice Cabrera Infante en Vidas para leerlas, con palabras que Juan subray¨® para nosotros, sus lectores: ¡°detesto escribir necrol¨®gicas sobre los amigos, pero son un poco como cerrarles los ojos¡±.
Como soy creyente, s¨¦ que nos veremos de nuevo.
Te abrazo fuerte, Mar¨ªa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.