Por qu¨¦ los peruanos no podemos detener esta absurda escalada antidemocr¨¢tica
Los reclamos por ¡°fraude¡± del fujimorismo ya se han convertido en una pura puesta en escena, pero hay gente honesta e informada que sigue sin poder reconocerlo. ?Qu¨¦ les impide hacerlo?
Lo que empez¨® el lunes 7 de junio como una pataleta de (probable) mala perdedora, con la candidata Keiko Fujimori hablando de ¡°indicios de fraude¡± mientras las autoridades contaban a¨²n votos, se ha traducido en un esfuerzo sistem¨¢tico por entorpecer el proceso electoral y dilatar la declaraci¨®n del virtual ganador de la segunda vuelta y futuro presidente peruano.
Durante m¨¢s de tres semanas, Keiko Fujimori y distintos aliados han insistido en que el fraude existe sin aportar ninguna prueba seria, han solicitado abiertamente anular las elecciones y han coqueteado con la amenaza de un golpe militar. Los promotores de esta peligrosa escalada del rid¨ªculo no parecen dispuestos a detenerse en su af¨¢n por deslegitimar nuestras ya precarias instituciones.
El domingo pasado, uno de sus aliados m¨¢s activos por estos d¨ªas, un economista llamado Daniel C¨®rdova, conocido por un accidentado y fugaz paso como ministro, anunci¨® a trav¨¦s de Twitter que mostrar¨ªa ¡°evidencia de los indicios de fraude electoral en TV Nacional¡±. Cuando, horas despu¨¦s, la periodista que lo entrevistaba le indic¨® que, pese a lo prometido, ¡°hasta el momento no hay prueba de fraude¡±, el economista replic¨®: ¡°Es que no tenemos la informaci¨®n para probarla¡± [sic].
El mismo economista viaj¨® a Washington D.C. esta semana, junto a dos congresistas electos y otros aliados fujimoristas, para intentar reunirse con el secretario general de la OEA y pedirle una ¡°auditor¨ªa internacional¡± de la segunda vuelta peruana. Esto, pese a que la misma OEA, adem¨¢s de la Uni¨®n Europea y el Departamento de Estado norteamericano, ha se?alado ya que conf¨ªa en la labor de las autoridades peruanas y en la limpieza de las elecciones. La audiencia, por supuesto, no les fue concedida.
Ya de regreso en Lima, en una nueva entrevista, cuando se le volvi¨® a indicar que ni ¨¦l ni otros aliados del fujimorismo han aportado hasta ahora ninguna prueba seria de fraude o de una supuesta intervenci¨®n inapropiada del gobierno peruano, el economista insisti¨® en el absurdo: ¡°Yo no necesito de pruebas para decir que hay indicios¡±.
M¨¢s de 20 d¨ªas luego de que Keiko Fujimori utilizara la palabra fraude por primera vez, ella y sus aliados no solo siguen sin aportar pruebas que respalden una acusaci¨®n as¨ª de grave sino que ahora confiesan abiertamente que no las tienen. Sin que eso ¡ªni la verg¨¹enza¡ª los haga detenerse.
?C¨®mo hemos llegado hasta aqu¨ª? ?Por qu¨¦ se sigue apa?ando este triste y pernicioso espect¨¢culo?
He pasado estas semanas conversando con varias personas en Per¨². Gente honesta, inteligente, bien informada, perteneciente a distintos sectores de las ¨¦lites intelectuales, medi¨¢ticas, empresariales o econ¨®micas del pa¨ªs, que ha ido viendo con creciente estupefacci¨®n c¨®mo amigos, familiares, colegas del trabajo, se han ido sumando o han incluso promovido esta intentona antidemocr¨¢tica encabezada por Keiko Fujimori.
Y, pese a ello, y pese al largo rastro de sinsentidos que esos conocidos han dejado en redes sociales o apariciones en medios; a la falsedad de sus afirmaciones; a su cerraz¨®n cuando los han confrontado con pruebas que desarman sus escasos argumentos; estas personas con las que he hablado han sufrido mucho para asumir ¡ªalgunos siguen sin hacerlo¡ª que sus amigos, familiares y colegas est¨¢n o bien obrando de mala fe, o est¨¢n tan equivocados y sus acciones son tan reprobables que da igual cu¨¢les fueran sus intenciones iniciales.
Se han resistido a creer que los suyos pueden ser parte de una escalada antidemocr¨¢tica con un objetivo golpista: desconocer al casi seguro ganador de unas elecciones para evitar que asuma el poder casi a como d¨¦ lugar.
¡°Puede estar equivocado pero es honesto, de verdad cree que ha habido fraude¡±.
¡°Est¨¢ confundida pero ella no es as¨ª, ella no es como los otros, como los golpistas¡±.
He escuchado variaciones de estas frases una y otra vez.
¡°Yo lo conozco desde el colegio, ¨¦l no apoyar¨ªa un golpe de estado¡±.
¡°Fuimos a la universidad juntas, es una chica inteligente, solo quiere saber la verdad electoral¡±.
Esta actitud complaciente con los que sentimos nuestros no es exclusiva de los peruanos. El tribalismo, como argumenta el psic¨®logo Jonathan Haidt en su libro The Righteous Mind: Why Good People are Divided by Politics and Religion, es un rasgo evolutivo.
Por norma, solemos brindar a los nuestros la cortes¨ªa de los matices, una generosa gama de grises a la hora de juzgar sus acciones, que no estamos dispuestos a ofrecer a quienes consideramos ajenos a nuestra tribu.
El problema es que en el Per¨², una sociedad particularmente racista, clasista y estamental, esa actitud llega a extremos preocupantes, que dificultan, como hemos visto en estas semanas, la necesaria confrontaci¨®n con la realidad.
Un peque?o ejemplo: seg¨²n la Encuesta Nacional sobre Diversidad Cultural y Discriminaci¨®n realizada en 2018 por encargo del Ministerio de Cultura, el 53% de los ciudadanos considera que sus compatriotas son racistas o muy racistas, pero solo el 17% piensa lo mismo de sus ¡°amigos cercanos y familiares¡±. L¨¦ase, racistas son ellos, todos menos yo y los m¨ªos.
El Per¨² se encuentra entre los pa¨ªses m¨¢s desconfiados del mundo: seg¨²n los sondeos realizados por World Values Survey, solo el 4.2% de los peruanos piensa que la mayor¨ªa de la gente merece confianza (en la regi¨®n, ¨²nicamente Nicaragua y Colombia cuentan con niveles similares). Parecer¨ªa que en una sociedad donde nadie cree en nadie, donde el temor al otro es ley, los peruanos debemos refugiarnos en una confianza ciega para con los nuestros.
As¨ª que en esa sociedad donde, por ejemplo, ¨Ccomo explica la investigaci¨®n Educados en el privilegio: trayectorias educativas y reproducci¨®n social de las ¨¦lites en Per¨², publicada en 2020¨C ¡°la educaci¨®n sirve como mecanismo de reproducci¨®n de clase¡±, ese ¡°lo conozco desde el colegio¡± o un ¡°fuimos juntas a la universidad¡± basta y sirve como baremo para juzgar la probidad o buenas intenciones de los m¨ªos. De los otros, eso s¨ª, desconf¨ªo a muerte.
Si a eso sumamos que, como escribi¨® hace unos d¨ªas el periodista y cr¨ªtico cultural Matheus Calder¨®n, nos encontramos ante una fractura producida por ¡°un grupo peque?o, de supuesta ¡®¨¦lite¡¯, que moviliza sus recursos para no integrarse (...) que no solo vive en una burbuja sino que goza sabiendo que vive en una burbuja¡±, no resulta demasiado dif¨ªcil entender por qu¨¦ los miembros de esa ¨¦lite que s¨ª han sabido reconocer la fractura y escalada antidemocr¨¢tica promovida por los suyos han sufrido tanto para confrontarlos y, llegado el caso, detenerlos.
Porque si, movidos por su honestidad y compromiso democr¨¢tico, se deciden a pinchar esa burbuja donde habitan junto a los suyos y se?alar el delirio en que est¨¢n sumidos, ?d¨®nde recalar¨¢n? ?C¨®mo recibir¨¢n sus pares la llamada de atenci¨®n?
Tuvimos una peque?a muestra el mismo fin de semana pasado. Mientras Keiko Fujimori y sus aliados segu¨ªan gritando fraude sin pruebas, el jefe de la Oficina Nacional de Procesos Electorales denunci¨® haber sido agredido en un exclusivo club por un socio que ¨Cal parecer, existe una investigaci¨®n fiscal en curso¨C le recrimin¨® no plegarse a los reclamos fujimoristas. ?C¨®mo reaccion¨® ante este episodio esa peque?a burbuja que es el club Regatas?
En p¨²blico, el club rechaz¨® ¡°toda modalidad de comportamiento agresivo, violento, discriminador u ofensivo¡±. Pero, en privado, como supimos gracias a un audio filtrado a la prensa, el presidente de la instituci¨®n acus¨® al agredido de haber ¡°orquestado¡± el ataque para ¡°tener la cobertura medi¨¢tica (...) [y] victimizarse¡±.
Cuando pensamos en construir una sociedad m¨¢s justa, menos desigual, racista y clasista, solemos detenernos en la necesidad de un pa¨ªs que brinde oportunidades similares a todos sus ciudadanos. Por supuesto, se trata de una raz¨®n m¨¢s que suficiente.
Pero se me ocurre que quiz¨¢, una sociedad as¨ª, donde, entre otras cosas, las burbujas de las ¨¦lites no sean tan estrechas ni impermeables, nos har¨ªa tambi¨¦n menos dif¨ªcil ser m¨¢s honestos con nosotros mismos y nuestros semejantes.
Diego Salazar es periodista peruano y autor del libro No hemos entendido nada: Qu¨¦ ocurre cuando dejamos el futuro de la prensa a merced de un algoritmo (Debate, 2019).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.